Niñas madres: Casi todas son víctimas de abuso y tienen menos de 14 años
Lucía tenía 13 años cuando quedó embarazada. Cuenta que el padre de su hijo, un conocido de la familia y once años mayor, la "convenció" para que tuvieran relaciones.
"No entendía mucho lo que estaba pasando. Me empezó a saltar la panza recién a los cinco meses, cuando me mudé a lo de una vecina, porque en lo de mi mamá prácticamente no comía", recuerda la joven, que hoy tiene 17. En ese momento, había dejado la escuela y no tenía el apoyo de su familia. "En el hospital, después de la cesárea de urgencia, pensé: ‘Qué voy a hacer cuando salga de acá’. Tenía muchos problemas y no sabía adónde iba a ir a parar", agrega.
El suyo es uno de los rostros que se esconden detrás de las frías estadísticas. Por año, nacen en la Argentina entre 2500 y 3000 bebés de madres que tienen de 10 a 14 años. En 2016 –son los últimos datos oficiales disponibles– estos nacimientos fueron 2419, unos siete por día. En otras palabras: cada tres horas una nena se convierte en mamá.
La cifra se mantiene más o menos estable desde la década del 80 y, según los especialistas, se trata de un drama silencioso, que suele explotar cada tanto en los medios cuando algún caso salta a la luz, pero que recién ahora comenzó a ganar, tímidamente, el lugar en la agenda que se merece. El desafío que representa esta problemática –una de las más complejas en términos sociales y de salud– es enorme y requiere un aborde integral desde las políticas públicas.
"La mayoría de los casos son embarazos forzados, la cara más cruel del embarazo no intencional. Tenemos que tomar dimensión de esta realidad en toda su crueldad y asumir las responsabilidades que corresponden", señala Silvina Ramos, socióloga y coordinadora técnica del Plan Nacional de Prevención y Reducción del Embarazo no Intencional en la Adolescencia (Plan ENIA).
Fernando Zingman, especialista en salud de Unicef, sostiene: "Los estudios cualitativos muestran que en la gran mayoría de los casos, estos embarazos precoces son producto de abusos sexuales, que suelen ser intrafamiliares". Las formas de coerción van desde la imposición forzada hasta las amenazas, los abusos de poder y otras formas de presión.
Susana Chiarotti, que integra el consejo consultivo del Comité de América latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (Cladem) y el Comité de Expertas en Violencia de la OEA, define como "embarazo infantil forzado" a aquel que ocurre en una niña menor de 14 años sin haberlo buscado (lo que sucede en más de ocho de cada 10 casos) y se le niega, dificulta, demora u obstaculiza el acceso a la ILE.
La situación de las provincias es dispar: Formosa y Chaco tienen la mayor cantidad de nacimientos en chicas de entre 10 y 14 años. En números, 5,6 por cada mil formoseñas y 4,4 por cada mil chaqueñas de esas edades parieron en 2016.
"Cada bebé que nace de una niña madre muestra un sistema de protección de derechos que falló una y otra vez", asegura Eleonor Faur, doctora en Ciencias Sociales y autora de El cuidado infantil en el siglo XXI. "Lo primero que hay que hacer es prevenir, por ejemplo con educación sexual integral (ESI), y cuando el sistema falla, proteger los derechos de esa nena, para quien no tiene nada de natural ser madre", subraya.
Son niñas sin infancia: las más vulneradas de todas. Muchas, jamás tuvieron un juguete y sufrieron una vida atravesada por la violencia: de género, sexual, física y la lista sigue. Según un estudio de Unicef, la mayoría proviene de hogares con algún indicador de NBI y dejaron la escuela antes de quedar embarazadas.
En sus historias, se entretejen la pobreza, la exclusión, la falta de educación sexual, las uniones tempranas y las relaciones desiguales de poder, la imposibilidad de acceso a servicios de salud amigables que las contengan y les expliquen sus derechos (entre ellos, el de acceder a la interrupción legal del embarazo –ILE– si así lo requieren). Con la maternidad, el círculo de marginalidad y dependencia se retroalimenta.
Zingman explica que la mayoría de las niñas madres tienen 14 años (representan el 81% de los casos) y una parte considerable llega a los servicios de salud en una etapa avanzada del embrazo (en el segundo o tercer trimestre). Otras, cuando el trabajo de parto ya está desencadenado. En muchos casos, buscan esconder la panza todo lo que pueden: por miedo, por vergüenza, por no saber qué hacer ante una realidad que las desborda.
El miedo, la angustia y la sorpresa son los sentimientos que las invaden. "El embarazo, resulta del desconocimiento por parte de ellas de las consecuencias de la actividad sexual o cuando, conociéndolas, no pueden hacer nada para prevenirlas. No acceden a educación sexual, a métodos de prevención de embarazos o de anticoncepción de emergencia", suma Chiarotti.
Para Lucrecia Gil Villanueva, trabajadora de la Secretaría de Agricultura Familiar y coordinadora del Plan Nacional de Primera Infancia en San José de Boquerón, Santiago del Estero, "el aislamiento es una de las condiciones de la ruralidad que refuerza la problemática de las niñas madres". Dice que es una situación "muy solitaria" para ellas: "Las chicas tratan de esconder los embarazos y en dos de cada tres casos llegan al final de los mismos sin controles médicos, por miedo, porque no se animan a contarle a los padres, porque son tantos los hermanos que no hay quién las observe a ellas".
Los peligros para la salud
Amnistía Internacional advierte que las niñas madres corren cuatro veces más riesgo de muerte en el embarazo que las mujeres de entre 20 y 24 años, mayor probabilidad de que sus hijos tengan bajo peso al nacer, de parto pretérmino, de mortalidad perinatal, de sufrir convulsiones, de hemorragia posparto y de infección endometrial.
Para Unicef, estos casos exceden lo que se considera un "riesgo médico obstétrico" o para la vida, y abarcan otros sociales, afectando gravemente su integridad psicológica.
Alejandra Sánchez Cabezas es médica y fundadora de la asociación civil Surcos. Para ella, el gran desafío para abordar estos casos es restituir las redes de cuidado. Recuerda a María, que tenía 14 años, transcurría su tercer embarazo y vivía en una villa de la Ciudad. Su mamá era adicta y era la mayor de siete hermanos, que pasaban casi todo el tiempo en la calle. "Un grupo de amigas la llevó a Surcos. Tenía un embarazo avanzado y no se hacía controles. El bebé nació vivo, pero ella estuvo gravísima por mucho tiempo y hubo que sacarle el útero", relata.
Para la médica, hay que reconocer cuáles son las obligaciones de todos los actores (escuela, sistema de salud y protección de derechos): cuidar, comunicar y denunciar. "Muchas veces, los adultos no tienen las herramientas para comprender y terminan maltratando y expulsando a las niñas, quitándoles la última posibilidad de ayuda", agrega.
Desde hace casi un siglo, la legislación argentina incluye como causales de no punibilidad del aborto el riesgo para la vida o salud psicofísica de la mujer y el embarazo producto de una violación. Cualquier niña menor de 15 años, puede enmarcarse dentro de las mismas.
"En los casos de niñas embarazadas, los equipos médicos tienen la obligación de ofrecerles toda la información de forma clara, completa y en un lenguaje accesible, sin esperar que la demanden. Sin embargo, en muchísimas ocasiones esto no ocurre", apunta Zingman.
Juan Carlos Escobar, coordinador del Programa Nacional de Salud Integral en la Adolescencia, considera que algo fundamental para los equipos de salud que reciben a estas niñas, es que "no naturalicen el embarazo".
"Muchas suelen recibir una fuerte presión para que asuman su rol materno. Es clave que se las escuche en un ámbito de privacidad y confidencialidad (sobre todo, porque el 80% de los casos de abuso son intrafamiliares), dándoles una consejería en opciones, no dejando traslucir el ‘deber ser’ que piense el equipo de salud", asegura Escobar.
Sánchez Cabezas agrega: "La escucha activa es fundamental; tenemos que crear una red de apoyo para incrementar los niveles de autonomía y que puedan decidir."
Para los referentes, la prevención es clave. "Por un lado, educar y empoderar a las niñas para que puedan rechazar acercamientos sexuales indeseados. Eso se logra con la implementación plena, en todo el país, de la ESI", explica Chiarotti. "En segundo lugar, evitar la impunidad en estos casos de violencia sexual, ya que la impunidad multiplica. Las autoridades educativas y de salud deben estar preparadas para proteger a la niña, escucharla, darle información, asesoramiento y atención adecuada".
Lucía: "Recién de grande tuve noción de lo que viví siendo chica"
A Lucía le arrebataron la infancia mucho antes de quedar embarazada. "No sé en qué momento se me cortó", admite. Rápidamente se le fue escurriendo entre las manos: en la casa de un compañerito de la escuela, donde el padre abusó de ella; en las noches en las que dormía donde podía, porque su madre alcohólica, estaba casi siempre ausente; en el hogar para chicos sin cuidados parentales donde pasó años oscuros; en la casa de su padre, en la que su madrastra la maltrataba.
"Recién de más grande tuve noción de las cosas que me habían pasado cuando era chiquita", confiesa la joven de 17 años, mientras ceba mate en el patio del hogar para adolescentes con hijos donde vive, en el centro porteño. Nico, su nene de 4 años, la interrumpe para ofrecerle una tostada con dulce de leche.
A los 13, cuando quedó embarazada, casi no fue al médico. Hubo dos o tres ecografías. Eso fue todo. "Cuando se enteró, mi mamá me lo quiso sacar, pero yo le dije que no", sostiene. En ese momento, trabajaba para llevar plata a su casa cuidando a unos bebés gemelos.
"Cuando estaba de tres meses de embarazo, mi mamá me presentó a un señor. Tenía 60 y pico, yo iba a la casa a cocinarle, limpiar y después pasaba lo que él quería", cuenta y agrega: "No quería ir, pero mi mamá me obligaba. Cuando nació Nico, tuve que seguir yendo, tenía que comprarle pañales".
Grandes incertidumbres
Dio a luz en el hospital Argerich. Fue acompañada por la hija de una vecina, que tenía 15 años. Después, llegó su mamá. Cuando vio a su hijo por primera vez, no sintió "ninguna emoción". Estaba nerviosa. Con miedo. Confundida. Meses después, en un servicio social de La Matanza, le preguntaron: "¿Qué vamos a hacer con vos?". Más que respuestas, le sumaban incertidumbres.
Lo único de lo que sí estaba segura era que quería estar con su hijo. "Yo dije: ‘Nadie me lo saca’. Entonces, buscaron este hogar. Llegué con 14 años, era la más chica de todas. Acá aprendí a ser mamá", dice. Hoy, Nico, un nene menudito que es pura sonrisa y desborda energía, es su mundo. Su todo. Así dice Lucía.
Frente a la pregunta de si recuerda algún momento feliz, hace silencio. Luego, duda y responde: "Creo que algunos en lo de mi bisabuela. Me crié con ella hasta los 8. Cuando mi papá me sacó de ahí, me arruinó la vida más de lo que la tenía".
Desde los 8 a los 11, vivió en un hogar para chicos privados de cuidados parentales. "Tuve la oportunidad de que me adopten y mi familia no quiso. También me arrebataron eso. Me pudo haber cambiado la vida", sostiene.
Actualmente, Lucía está terminando el segundo año del secundario. Va a una escuela con guardería, donde Nico pasa las horas mientras ella estudia. "Me ayudaron un montón, porque yo faltaba muchísimo, me ganaban los problemas. A la noche, pensaba en todas las cosas que me habían pasado y prácticamente no dormía. A la mañana, no me podía levantar", detalla.
El año que viene, va a empezar un secundario para adultos y Nico, salita de 4: "Por suerte, ví que ahí va a tener jornadas de ESI: le enseñan las partes íntimas, todo. No quiero que sufra lo que yo sufrí", agrega.
Su sueño es terminar la secundaria. "Después, quiero conseguir un trabajo y empezar de a poco, alquilando una pieza para Nico y para mí. No estoy de novia, estoy enfocada en el estudio y en mi hijo. No quiero una distracción. Tengo que ir para adelante", subraya.
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