Ni mudarse, ni casarse, ni cambiar el auto. Por qué la incertidumbre electoral alimenta la procrastinación de las decisiones
Cada vez más personas ponen en pausa proyectos individuales o familiares; la angustia y el temor por gastar ahorros o afectar la calidad de vida llega a los consultorios de especialistas
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Astrid y Eduardo venían hace tiempo con ganas de hacer un viaje para conocer Egipto y la India y pasear por Europa. Pensaron que el cumpleaños de 50 de los dos (en enero y en julio) era una buena ocasión. Los chicos están grandes, ellos tienen los ahorros y las ganas. Sin embargo, cuando se acercó la hora de sacar los pasajes, empezaron a dudar. “Está todo tan incierto...”, dijo Eduardo. Astrid estuvo de acuerdo. “¿Y qué sabemos qué puede pasar? La idea era viajar para septiembre, pero en medio están las elecciones. Y con este clima social, tanta conflictividad, pensamos esperar un tiempo más. Tal vez el año que viene…”, cuenta ella, que es diseñadora y su marido, médico.
Algo similar les pasó a Daniela F. y Martín C.: tenían en venta su departamento en Caballito, porque querían mudarse a algo más grande. Estaban dispuestos a mudarse a provincia para tener algo de verde para sus mellizos, de 7 años, Ignacio y Augusto. “Estuvo tres meses a la venta y no pasó nada. Y decidimos no renovar, mejor esperar a ver qué pasa”, cuenta Daniela. Luana de Felipe (31) y Federico S. (30) llevan dos años de convivencia y habían hablado de casarse si todo seguía bien para 2023. “Tenemos re ganas, pero los dos pensamos que por ahí, en este momento que está todo tan volátil, gastar todos nuestros ahorros en una boda como la que nos gustaría tal vez no sea la mejor idea, mejor guardar los dólares y ver más adelante cómo sigue. Lo que uno teme es no poder volver a juntar esa plata”, dice Federico.
Relatos como estos son cada vez más frecuentes en los últimos meses, sobre todo a partir del incremento de la conflictividad social y de estallidos como los que se vieron en la última semana en Chaco y en Jujuy, con un aumento de la sensación de inestabilidad previa a las elecciones. Son cada vez más las personas que deciden poner en un compás de espera proyectos personales, sobre todo aquellos que implican una decisión económica, para esperar a ver qué ocurre en la previa a las elecciones presidenciales y después. Como si la órbita de las decisiones personales también hubiera quedado marcada por el enrarecido clima preelectoral. “Acampar hasta que amanezca”, como dice la sabiduría popular, parece ser la estrategia de muchos.
“Estamos viviendo un clima sostenido de incertidumbre, que en este contexto parece haberse incrementado. En el plano político, venimos de líneas discursivas que no fueron acompañadas por hechos. Estas tienen un telón de fondo muy agudo que son las crisis económicas continuas y profundas, la inseguridad, la inflación, la pobreza, la crisis educativa. Este contexto, sumado a un historial de crisis en las que el que toma una mala decisión pierde, hace que nos volvamos más cautos y eso impacta en las decisiones y en las relaciones humanas”, apunta Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, especialista en vínculos. “Razones no faltan: los discursos en un contexto electoral que carecen de claridad para enunciar sus proyectos, la fragmentación de los partidos, los candidatos que no resisten archivos, la ausencia de líderes con trayectoria, la fragilidad que sienten los ciudadanos ante situaciones como las que se ven en algunas provincias... Se ha hecho constante la incertidumbre. La pregunta es si como argentinos nos acostumbramos a la incertidumbre. Uno no se acostumbra. Es vivir bajo niveles elevados y constantes de estrés. Tiene efectos para la salud en general y para la salud emocional en particular. Y la dificultad para tomar decisiones relevantes en este contexto es un indicador”, agrega.
Más que un imponderable
“La incertidumbre es inherente a la condición humana: es esa cuota de imprevisibilidad que está siempre presente, aunque en un porcentaje menor. Sin embargo, cuando la incertidumbre no tiene que ver con esa variable de lo imponderable, sino que afecta toda la vivencia, se experimenta con mucha soledad, se siente desprotección ante una amenaza permanente, un sentimiento de desamparo, que lleva a que tomar una decisión sea muy difícil”, explica el psiquiatra y ensayista José Eduardo Abadi.
“El sentido etimológico de la palabra decisión es corte. Uno deja algo porque decide algo que tiene que ver con el mañana. Cuando el mañana parece nublado, cuando la vivencia de soledad tiene que ver con un sentimiento de desprotección, hay una retracción. Se posterga: aparece la procrastinación de las decisiones, para cuando se pueda tener una respuesta. O cuando haya un orden de previsibilidad”, apunta Abadi. “Si bien es cierto que nunca vamos a dominar todas las variables, hoy nuestro país nos genera más que una duda sana. Nos genera una cuota de angustia. Hay inhibición, hay angustia, hay espera. Y todo lo que es proyecto queda postergado para más adelante”, agrega.
“Ante la decisión de no tomar una decisión hay un trasfondo. Tenemos experiencias catastróficas que nos condicionan. No es de la nada. En base a eso, tomamos decisiones. Esperar es una toma de decisiones. Venimos con un escenario cambiante y de un trasfondo que indica que hay que ser cautos en momentos de mucho cambio. Y la inflación que marca que no se puede planificar de una semana para otra”, aporta Cruppi.
Los relatos de quienes decidieron postergar alguna decisión se parecen: el temor, la sensación de poder equivocarse feo. O de lamentarse después. También la tristeza de tener que vivir en espera, o de postergarse a ellos mismos por un contexto imprevisible. También pesan experiencias como la dolarización de la economía, a fines de los 90, frases como “quien apuesta al dólar pierde”, durante el gobierno de Eduardo Duhalde a la pérdida de los ahorros en el corralito en 2001. “La experiencia nos dice que en la previa a las elecciones se produce el momento de mayor inestabilidad. Esos recuerdos condicionan la toma de decisiones. Aparece el famoso, en algún momento esto ya pasó. El desgaste es grande”, detalla Cruppi.
El gran laboratorio
Por estos días, los consultorios de psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas son escenario de planteos como estos, donde la dificultad de tomar decisiones se ve incrementada por el nivel de inestabilidad y crispación social. “Hoy, el consultorio es un gran laboratorio de psicología social. Lo que se ve que el nivel de incertidumbre de los conductores es tan alto como el de los conducidos”, apunta Martín Wainstein, director de la carrera de especialización en Psicología Clínica de la Universidad de Buenos Aires y director de la Fundación Bateson de Buenos Aires. “Hay muchas angustias. La gente no sabe si casarse o no. Irse de viaje. Los centenialls dicen ‘no quiero una pareja estable, no pienso en una familia, no sé en qué quiero trabajar, o no quiero algo que me obligue a la territorialidad’. Están entre irse a juntar naranjas a Nueva Zelanda o hacer la maestría. Más cerca de lo primero. ¿La casa propia? Ya pertenecen a un mundo donde comprar una casa no es viable. Te dicen: ‘alquilar ya no es viable’”, apunta.
Pero no se trata solo de una procrastinación en las decisiones: “La moneda tiene un valor psicológico: es un ordenador cognitivo del orden social. Vos y yo sabemos cuánto vale un par de anteojos. Hoy todos esos parámetros están alterados. No tenemos idea donde estamos parados en términos de expectativa del orden social. Esto destruye la trama social, y los valores, que son aquello que ordena cognitivamente a la sociedad. Reconstruir un sistema de valores es más difícil que recomponer la economía. Los valores son aquello que orienta tu conducta: Si estudio, progreso. Si trabajo tendré más recursos. Hoy, los valores de los centennials son otros”, dice. Y cita: “Hay que comprar bitcoins porque es la única manera de comprar una casa. Hay que buscar con desesperación una startup que me saque del pozo. La expectativa es pegarla, ser Galperín. El trabajo formal está por debajo de la canasta básica, ya no es atractivo”, apunta.
La crisis que hay por debajo
“Si lo pensamos bien, no tenemos problemas económicos sino de construcción de la realidad social. Es una crisis más grande. No somos un país que desde el punto de vista económico sea problemático. Tenemos una población relativamente chica en relación a los recursos, que es estable, la conflictividad social no es tan alta como en otros países de la región. Lo que no tenemos es una conducción, una clase política que entienda la expectativa social y le pueda dar curso. Falta el timonel. Y arreglar un poquito el timón”, opina Wainstein.
El especialista en psicología social considera que, en realidad, la cuestión electoral agrega combustible a la situación general de crisis. “Las personas nos manejamos con expectativas, tenemos un horizonte, que en general es de un año y medio a dos. Hay gente que planifica más a largo plazo, pero no es tan frecuente. Cerca de los 30 años sí se piensa en decisiones más futuro, por ejemplo, formar una familia. Pero el horizonte de decisiones de las personas es más corto. Cuando hay una inestabilidad tan grande, las personas tienen expectativas de supervivencia. No pueden planificar”, asegura.
Los economistas dicen, según apunta Wainstein, que la inflación es un desorganizante de la función económica. “El problema es que los economistas saben poco de psicología. La economía es una ciencia social. Con las matemáticas se equivocan siempre. Las personas organizan sus conductas en función de sus expectativas. Si son inciertas, no organizan sus conductas ni toman decisiones, por los riesgos que perciben. Si tengo que cambiar el coche, no lo hago, no me arriesgo. No me mudo. No se vende ni se compra. Quien lo entendió bien fue el Nobel de Economía, el israelí Daniel Kahneman, que en realidad es psicólogo y explicó la economía del comportamiento, la psicología del juicio y la toma de decisiones”, dice.
“Quienes nos gobiernan no saben mucho de psicología. Conocen la psicología folk que es la que conoce todo el mundo. Los programas políticos de los candidatos, en muchos casos son quasi religiosos, amplios, genéticos, basta de sufrir. Pero no entienden los valores de la gente. El líder es un psicólogo, es decir, alguien que sabe interpretar cuál es la expectativa de la gente y moldear la conducta propia en función de moldear la conducta de la gente con un objetivo. Y, a la vez, sabe interpretar cuáles son los valores que movilizan a la gente a la toma de decisiones”, concluye Wainstein.
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