Cerca de Chos Malal, en el norte de la provincia de Neuquén, doña Santos perdió a su marido en una peste y quedó viuda y desamparada, junto a su pequeña hija María del Tránsito. La feroz inseguridad en aquellas tierras pobladas de cuatreros hizo que, como un mecanismo de defensa, la madre buscara refugio en los brazos de algún hombre dispuesto a afincarse junto a ellas. La fortuna no las favoreció con un caballero galante, de buen porte y con un corcel a la altura de las necesidades. Quien se entusiasmó con Santos fue un gran amigo del vino y, además, violento.
La pequeña María del Tránsito padeció los ataques de ira de este hombre y varias veces debieron abandonar la casa y salir a dormir al medio del campo para evitar su mano larga. Así de difícil era la vida de Santos y Tránsito en el 1900. La niña iniciaba sus pasos en la adolescencia. "Una tarde en la que [Tránsito] se columpiaba, llegó a la casa un señor maduro, podía tener la edad de su padre; era rubio, de ojos muy azules. Miró con curiosidad a esta niña y, acercándose a ella, quiso tomarle la mano". Quien narra la historia es Matilde, hija de Tránsito y nieta de Santos.
Esas miradas furtivas a través de una mesa, esa complicidad de cada minuto fue algo que hizo crecer el deseo de estar juntos
Continúa la relación: "Pero mi madre, esquiva y salvaje, se alejó corriendo. El extraño siguió yendo a la casa, conversaba con el padrastro y con su madre, comenzó a llevarle regalos y trataba de acercarse a ella, pero todo era inútil. Sin embargo, su cara bondadosa y una sonrisa que nunca perdía se la fueron ganando y comenzó a aceptarle algunos regalos". El rechazo inicial iba cediendo. Prosigue Matilde:
Mi abuela entonces comenzó a hablarle de este hombre, que parecía tan bueno y que quería casarse con ella. Era viudo. Sus hijos, ya grandes, vivían en Chile. Mi madre me contaba que en ese momento este señor solo le inspiraba respeto. ¿Cómo podría casarse con él? Pero en la primera borrachera del padrastro dijo que sí. Era la forma de irse de esa casa en que tanto sufría. Tendría su propio hogar. Y se casó. Se fue con el señor al que nunca tuteó.
María del Tránsito Cerda y José Ángel Urrutia vivieron en Neuquén. Él se dedicó a la búsqueda de oro, actividad que atraía a muchos aventureros. Pero también estaban los forajidos carroñeros que aguardaban con paciencia su presa y, una vez que lograba algunas pepitas, la asaltaban. Las noticias de los asesinatos por robo alarmaron a los Urrutia, quienes decidieron que sería mejor largarse de allí y establecerse en tierras más seguras. Cruzaron los Andes y se afincaron en Chillán, unos 450 kilómetros al sur de Santiago de Chile. Tránsito y José tuvieron seis hijos, la más pequeña fue Matilde Urrutia, la mujer a quien Pablo Neruda conoció en un recital y le dedicó un par de fugaces encuentros clandestinos.
Recordemos que en 1946, cuando Pablo y Matilde se cruzaron por primera vez, Neruda llevaba varios años de convivencia con Delia "Hormiga" del Carril y aquel romance efímero se perdió entre otros. Pero hubo un hecho que provocó cambios determinantes. Los asuntos políticos caldearon a Chile y Neruda fue considerado enemigo del poder. Para esquivar la orden de captura, él y Delia se escondieron. Pasaron por casas de amigos, hasta que el poeta partió hacia el territorio argentino. Aquella corta separación, con la argentina en Chile y el chileno en la Argentina, fue el comienzo del fin.
El derrotero del poeta desterrado cubrió distintas ciudades. Más adelante pudo reencontrarse con Delia y viajaron juntos. Stalin los recibió en Moscú. En Bucarest, la "Hormiga" (65 años de edad) se sometió a los tratamientos de la doctora Ana Aslan, para adelgazar y rejuvenecer.
Viajaron a París en abril de 1949, para participar del Congreso Mundial de Partidarios de la Paz. Luego cruzaron a México, donde tenían muchos amigos. La estadía iba a ser corta. Sin embargo, Neruda enfermó y se quedaron tres meses. En esas circunstancias tan particulares, emergió ante ellos Matilde Urrutia, quien entonces tenía 37 años. ¿Qué hacía en México? Había viajado desde Chile junto al muralista David Alfaro Siqueiros.
Matilde y Neruda volvieron a estar juntos, a escondidas de Delia. Si antes fueron chispas, esta vez hubo fuego. Y las consecuencias de la aventura fueron muy diferentes.
Disfrazada de inocente amiga del matrimonio, se sumó al grupo que viajó con ellos a Guatemala. Luego los Neruda se embarcaron a Europa, a mediados de 1950. Matilde quedó en México donde —ella misma lo contó— perdió un embarazo. Mantuvo correspondencia con el poeta. En una de ellas, fechada en Roma el 21 de diciembre de 1950, Neruda le dice, entre otras cosas: "¿No podrías venir a París? Nosotros regresaremos allí antes de un mes". Cuando dice "nosotros", se refiere a Delia y él. Las relaciones interoceánicas entre los maridos y sus amantes solían estar acompañadas de la ayuda económica indispensable para que la amiga íntima viajara. Pero Neruda le aclaró que no podía enviarle dinero: "Sabes que he ganado un premio de varios millones. Pero no puedo mandarte para tu pasaje, por razones que tú comprenderás".
De todas maneras, le sugirió el nombre de un amigo que haría un aporte, en caso de que ella no pudiera costear el viaje y le advirtió: "Tú decidirás. Si vienes, cuenta conmigo para que se me quite la rabia. En verdad te necesito. Ahora no me escribas más privadamente. Contéstame en forma general sobre tu vida y proyectos, y así me dices tu decisión para que se sepa y tome yo con Delia las medidas necesarias". La convenció, nomás. Matilde cargó las valijas y corrió a París, una ciudad que anhelaba conocer. Allí, Pablo le había alquilado un departamento en el mismo edificio que solía ocupar con Delia del Carril.
"Vengo a una cita de amor, íntima, secreta", escribió la amiga del poeta. En aquel caluroso julio de 1951, esperó al hombre en la estación de tren, pero no apareció. Resolvió ir en taxi al edificio y en el camino, imaginaba cuando él abriera la puerta y al verla le dijera, como tantas veces, "chilena atorrante". Pero al llegar, le comunicaron las novedades: Neruda se encontraba en Berlín, imposibilitado de ingresar a París. Recién al día siguiente recibió un telegrama de su amante. Contenía las instrucciones para el encuentro, que ella siguió al pie de la letra.
Un operativo realizado entre algunos amigos de Neruda depositó a Matilde en Berlín. Una vez más, no fue a buscarla. El hombre la esperaba en el teatro, ya que había ido a una función con algunos amigos, entre ellos, Nicolás Guillén, Jorge Amado y el poeta turco Nazim Hikmet. "Su cara se iluminó al verme —contó Matilde—, nos abrazamos y me dice: ‘Esto se acabó, yo no quiero separarme más de usted’. No supe qué contestarle". Ocurre que en aquellos días, Matilde tenía otra idea de lo que significaba el romance con el escritor: "Nunca pensé en casarme con Pablito. Estaba decidida a ser la amante hasta el fin", le aseguró a Virginia Vidal, quien ha escrito una de las buenas biografías sobre Delia del Carril.
Fijate que nosotros llegábamos a una ciudad y ella aparecía sin falta con un ramo de flores, mientras yo le decía a Pablo: ‘Mirá, qué niña más encantadora y atenta, siempre nos está esperando
Al igual que en París, Neruda se había encargado de conseguirle alojamiento a su amante. En este caso, en un confortable hotel. Le anunció a la recién llegada que una sorpresa la aguardaba en el hotel. Curiosa por saber de qué se trataba, Matilde corrió por los pasillos del hotel, abrió la puerta de su cuarto y se sorprendió al ver a dos hombres que reían a carcajadas: el turco Nazim Hikmet y Pablo Neruda. Sin perder tiempo, Hikmet tomó la mano de su amigo y la depositó en la de Matilde, anunciando: "Señora, su regalo". Inclinó la cabeza y se retiró del cuarto, ante la mirada atónita de la chilena, quien luego contaría: "Pablo me explicó que habían ido a su hotel y le habían dicho a Delia, la esposa de Pablo, que había una reunión urgente del partido que duraría hasta el amanecer. Toda esta noche sería nuestra. Todo esto tenía un sabor especial, no eran solo los sentidos que hablaban y hacían sonar sus mil campanas al unísono, había algo dulce, indefinible".
Esa noche no les bastó. Hubo más encuentros clandestinos. En sus Memorias, Matilde Urrutia evocó aquellos días:
...siempre buscándonos, deseándonos; ese sabor a pecado, a estar mintiendo, a esconderse, a disimular, eran el acicate más grande para nuestro amor; esas miradas furtivas a través de una mesa, esa complicidad de cada minuto fue algo que hizo crecer el deseo de estar juntos, de tocarnos; y este deseo nos va devorando, nos va arrastrando a la convicción de que ya no podemos vivir separados, y yo por primera vez comienzo a angustiarme, a sentir que este amor no es solo juguetón y alegre, no solo nos trae momentos felices.
Los encuentros cercanos, tanto íntimos como públicos, se multiplicaron. De los no íntimos, muchos tuvieron como partícipe necesaria a la argentina Delia del Carril, quien no alcanzaba a comprender lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. "Fijate que nosotros llegábamos a una ciudad y ella aparecía sin falta con un ramo de flores, mientras yo le decía a Pablo: ‘Mirá, qué niña más encantadora y atenta, siempre nos está esperando’", confesaría la "Hormiga" a Virgina Vidal.
El poeta quería que Matilde lo siguiera en su trajinar por Europa, a la vez que trataba de que Delia no lo acompañara. Para que así ocurriera, le daba tareas que la mantuvieran a distancia. En Rumania, los tres compartieron la misma casa junto con otros amigos. Al respecto, escribió Matilde:
Esta situación de hombre casado de Pablo la había visto siempre de lejos, no me inquietaba. Nunca tuve celos de Delia, la veía como una mamá o una hermana mayor que lo cuidaba solícita y cariñosa. Pero ahora vivíamos en la misma casa. Mi vida se había convertido en disimulo. Yo, que siempre aseguré que solo los cobardes mentían porque no eran capaces de afrontar la verdad, me sentía empequeñecida.
Pablo Neruda entraba furtivamente al cuarto de su amante, le dejaba una poesía recién escrita y se retiraba caminando en retroceso, con una leve inclinación del cuerpo, como un vasallo que se aleja del soberano. Estos jueguitos de seducción se tornaron peligrosos para la estabilidad general. Matilde lanzó el ultimátum: debían separarse antes de que la historia entre ellos tuviera un final infeliz. Neruda no estaba de acuerdo, pero ella fue terminante. A fines de septiembre, luego de casi dos meses de amorío constante, Matilde se alejó rumbo a París, mientras que el poeta viajó con Delia a Bucarest.
Las convicciones de la señorita Urrutia fueron perdiendo consistencia. Se quedó un mes en París, esperando que la llamara Neruda. Cuando ya no parecía existir la mínima posibilidad de que esto ocurriera y se disponía a abandonar la capital francesa, sonó el teléfono del departamento. Era él.
—Hola, Matilde.
—¡Mi amor!
—Mañana en la tarde no salga porque le llegará un paquete.
Y cortó.
Haremos una fiesta y nos casará la luna, hoy mandaré a hacer el anillo que usted llevará toda la vida
Se trataba de un paquete humano: Yvette Joye Maquette, una periodista amiga de los amantes, quien le contó que Neruda estaba destrozado por su ausencia y que su vida se iba a pique si no la recuperaba.
El poeta tenía un plan. Alejaría a Delia con alguna excusa y, con el camino despejado, se encontrarían. La cita fue en un café de Ginebra. A diferencia de la última vez, cuando resolvieron no verse más, en esta ocasión pensaron en todo lo contrario: no dejar de verse nunca más.
Embriagados de pasión, partieron a un poblado cercano, Nyon, donde Neruda podía pasar desapercibido. Cumplidas aquellas minivacaciones, volvieron a separarse. Ella viajó a París y él regresó con Delia.
Neruda estaba repitiendo la historia. Pero en este caso, Delia del Carril no interpretaba el papel de la favorecida, sino el de la abandonada. Cuando en diciembre de 1951 el escritor se hallaba con la "Hormiga" en la colorida isla de Capri, le pidió que viajara a Chile. El hombre que había cruzado en forma clandestina la cordillera ya podía volver a casa como un héroe. Delia debería adelantarse y ocuparse de los preparativos del regreso. Partió en los primeros días de enero de 1952, rumbo a Buenos Aires. Se alojó en la casa de amigos, en la avenida Las Heras. Mientras tanto, en Roma se reunían Pablo y Matilde. Pasaban mucho tiempo juntos, pero no con la libertad que deseaban ya que Neruda era una celebridad. Se encontraban tratando de resolver esa complicación, cuando una vez más los asuntos políticos jugaron su carta. Se notificó al escritor que debía abandonar Italia. Si bien se dio marcha atrás con la orden, entre los indignados se hallaba el escritor Erwin Cerio, dueño y señor de Capri, quien se apresuró a invitarlo a pasar una temporada en sus pagos.
Pocas semanas después de compartir con su pareja, Delia del Carril, la estancia en la isla, regresaba Neruda con nueva compañera. A partir del 11 de febrero, por primera vez en su atropellada historia, Pablo y Matilde vivieron solos en una casa: Cerio se limitó a encenderles la chimenea, regalarle un gran ramo de flores a la dama y huir de la escena. Durante meses, alejados de las miradas indiscretas, se manejaron como marido y mujer. Porque incluso se unieron en matrimonio, en una ceremonia informal.
Fue cuando ella daba señales de estar embarazada, una vez más. A fines de abril, Neruda le dijo: "En unos días más, cuando la luna esté llena, quiero que nos casemos, porque nos va a nacer un hijo y debemos estar casados. Haremos una fiesta y nos casará la luna, hoy mandaré a hacer el anillo que usted llevará toda su vida". El poeta encargó a un joyero la alianza de su amada con la inscripción: "Capri, 3 de mayo, Su Capitán".
El día de la boda, los dos se abocaron a los preparativos.
"Pablo tenía todo preparado para hacer la decoración de la casa —contó la novia—, yo me fui a la cocina, le hice un pato a l’orange y muchos platitos pequeños de pescados en diversas salsas y camarones de varias maneras".
Todo lo que hacían no era con el fin de conformar a los invitados. En realidad, no había invitados. Serían ellos y nadie más.
Cuando todo estuvo listo, le entregué el menú y él me llevó a ver su decoración; al mirar todo aquello, sentí no poder más de felicidad, algo iba a estallar dentro de mí. Miré esos muros llenos de flores, de ramas, y en todas partes se leía "Matilde, te amo", o "Te amo, Matilde", con letras grandes, recortadas en papeles de todos colores. Nos abrazamos largamente. Salimos a la terraza. Una luna llena, brillante, había acudido a nuestra cita.
La música que amenizó la ceremonia fue la marcha nupcial que compuso Richard Wagner para la ópera Lohengrin (aquella que en tono de broma recibió la letra: "No te casés, no te casés, que el casamiento es una estupidez"), pero en versión a capela, a cargo de los mismos novios.
Allí, Pablo, muy serio, sin un asomo de broma, le pidió a la luna que nos casara. Le contó que no podíamos casarnos en la tierra, pero que ella, la musa de todos los poetas enamorados, nos casaría en ese momento, y que este matrimonio lo respetaríamos como el más sagrado. Tomó mi mano y me puso el anillo. Pablo me aseguró que la gran boca de la luna en ese momento se movía. Estaba dándonos su bendición, de eso estábamos bien seguros.
El único testigo de la boda fue la mascota de la pareja, un perro de Capri al cual llamaron Nyon, en recuerdo de aquella ciudad cercana a Ginebra donde afianzaron sus pasiones. Mientras tanto, en Chile, Delia del Carril recibía cartas de Neruda con palabras huecas y falsos halagos, además de frases impostadas. Enviadas desde Capri. Los amantes pasaron a Ginebra y luego a Cannes, desde donde se aprestaron a embarcar con rumbo a Sudamérica.
Debían manejarse con cautela. Por eso, él desembarcaría en Montevideo y ella continuaría hasta Buenos Aires. Tenían todo bajo control hasta que descubrieron un grupo de parejas amigas de Neruda y Delia. El problema era cómo embarcar sin que el grupo acudiera a despedirlo, y descubrir que, ¡oh, casualidad!, en el barco también iba Matilde.
El poeta ideó un plan. Hablaría con uno de los amigos, uno de mucha confianza, y le revelaría la historia oculta para pedirle ayuda y que mantuviera a los amigos de Delia del Carril lejos del puerto a la hora de embarcar.
Así lo hizo. El amigo no solo escuchó a Neruda, sino que logró entender que el vínculo entre los amantes era muy fuerte y le dijo: "Cuánto no daría yo por sentir todo eso".
Cumplió su misión durante el almuerzo: distrajo a todos y cuando le preguntaron por qué Neruda se había retirado antes, alegó que había ido a preparar una sorpresa. De esta manera, la pareja embarcó en Cannes sin ser vista. El plan funcionó a la perfección. El amigo compinche era Pablo Picasso.
¿Cómo terminó la historia?
Después de varios años de romance clandestino, Delia se enteró de todos los detalles de la relación extramatrimonial que durante tanto tiempo mantuvieron Pablo y Matilde. No pudo perdonarlo y dio por terminado su relación. No habían podido casarse porque él no pudo hacer efectivo el divorcio con su primera mujer. A partir de entonces, los amantes ya no se ocultaron nunca más. Matilde Urrutia se convertiría en la compañera inseparable de Neruda y musa de algunos de sus más hermosos poemas de amor. Se casaron en octubre de 1966, tras la muerte de María Antonieta Hagenaar, la primera esposa del poeta, y estuvieron juntos hasta la muerte de Pablo Neruda en 1973. Aunque no todo fue color de rosa: tuvo que soportar varias andanzas del escritor. Matilde falleció en 1985, a los 70 años. Sus restos fueron enterrados en la tumba del poeta, en la casa que él tenía en la localidad del litoral chileno de Isla Negra.
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