“Naturalizar el desborde”. La agenda nocturna de los viajes de egresados genera inquietudes
Indumentaria para ocho salidas distintas, desde disfraces hasta camisetas de fútbol, abre una grieta entre los adultos y los estudiantes y preocupa a los especialistas
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Tiene “casi” todo, le falta solamente el outfit de la fiesta fluo, pero dice que su madre vuelve al barrio de Flores esta semana, y se lo compra. “Son ocho noches diferentes: La primera es la noche Argentina, que hay que llevar camisetas de la selección o cualquier otra cosa del estilo, no tiene que ser solo de fútbol. La segunda suele ser la noche fluo, donde hay que vestirse con algo de color fluo, amarillo, rosa, verde, naranja, los clásicos. La tercera es la noche de disfraces, cada uno elige un disfraz y se lo arma, o lo compra. Acá todo el mundo trata de ser original, y a veces hay grupos que se disfrazan de lo mismo y van todos iguales. La cuarta es la semáforo, donde hay tres colores, bueno en realidad pueden ser cuatro: verde, amarillo, rojo y azul, que son el estado civil en el que estás. Verde si estás soltero, amarillo si estás chongueando con alguien y no estás de novia; rojo si estás de novio, y azul si estás desesperado, básicamente”, explica Carmela, que tiene 17 años, va un colegio de gestión pública en el barrio de Palermo y la semana próxima se va a Bariloche de viaje de egresados.
Pero la lista sigue, y casi sin aire de lo rápido que habla mientras gesticula con las manos, continúa: “También está la noche bizarra, que es similar a la de disfraces, pero te tenés que disfrazar de algo bizarro, suelen ser cosas locas, medio turbias a veces. Después está la noche de blanco, que puede ser alternada a noche de blanco y negro o noche de rojo y negro, y bueno, es básicamente vestirse de esos colores. Finalmente, la noche de velas, que es la última, es como la fiesta de gala, el cierre, donde claro, todos se angustian y lloran porque es el fin de Bariloche, y en general van elegantes”.
Esa es la agenda nocturna, y actual, del tradicional viaje de egresados del último año de la secundaria, que con el paso de los años y las camadas se fue sofisticando hasta niveles insospechados. Y al igual que sucede con la organización del viaje, las reuniones con las distintas empresas, las conversaciones por el grupo de Whatsapp, el pedido a la madre o padre abogado para que revise el contrato, la lucha por la cantidad de liberados y el plan de pago en cuotas -porque los viajes comienzan a pagarse un año y medio antes-, la participación de los adultos, con el bolsillo incluido, no se salvan de nada. “Me parece una sobrecarga importante, un exceso. En nuestra época había solamente una noche especial, la fiesta del mariposón, algo innombrable en estos tiempos, y también un desfile para las mujeres. Por supuesto, las cosas cambiaron. Pero ahora es una locura, no sé en qué momento pasó todo esto”, dice Vanesa Rubio, madre de Carmela y otras dos hijas en edad escolar, que luego confiesa que como ella es diseñadora y suele ir a la zona comercial de Flores por trabajo con cierta frecuencia, se encargó de comprar la mayoría de los outfits que le pidió su hija. “Lo más difícil de conseguir fue para la fiesta de disfraces, porque ella quería un vestido icónico que usa Julia Roberts en Mujer Bonita. Intentamos algo parecido, pero no funcionó. Y al final fue con un disfraz de Campanita -relata Vanesa-. En un momento se fastidió y a ella también le parecía que todo era una barbaridad. Pero le duró cinco minutos. Nunca la vi tan entusiasmada”.
“Algo complejo y rebuscado”
Hace algunas semanas, la emprendedora digital Pamela Acosta, que tiene 37 años y es madre por dos, subió a su perfil de Instagram un video que se viralizó -llegó a más de 2,5 millones de visualizaciones en TikTok-, en donde relata en tono de comedia todos los eventos y cosas que hay que comprar -”con cuotas, cuotas y más cuotas”- que se organizan para despedir el último año de la secundaria. “Hoy me toca ser mamá de un adolescente en una época donde las cosas dejaron de ser sencillas y pasaron a convertirse en algo complejo y rebuscado, como sucede con los cumpleaños, las fiestas de egresados, los viajes a Bariloche. Cuando yo era chica, se hacía un cumpleaños con una torta, una gaseosa, un bonete y mis amigos del barrio. Después se instauraron las fiestas temáticas -compara Acosta- Y hoy me toca experimentar, planificar y pagar un viaje a Bariloche dos años antes de la fecha estipulada. Algo que hace 20 años atrás era tan simple como hacer rifas, ‘tortiferias’ y alguna fiesta para recaudar la mayor cantidad de dinero posible para ayudar a tus viejos a pagar el viaje. Después llegaba esa tía o abuela que te daba dinero para costear los chocolates, tu mural, algo de alcohol a la noche y tu pancho cuando salías del boliche a la madrugada. Y todos sabíamos que ese viaje empezaba en el colectivo, que tardaba 24 horas en llegar a Bariloche”.
Con la sofisticación de los viajes, agrega Acosta, y confiesa que ella es una de las organizadoras del de su hija, “ya reemplazamos el colectivo por el avión, donde no sabemos lo que nos va a salir esa tasa de embarque, donde hay hoteles con gimnasios, máquinas expendedoras de frutas; donde todos los chicos tienen las camperas del viaje y las pulseras con chip que llevan incorporada todos los datos y la ficha médica de tu hijo, que te marca dónde está y que controla si salió del hotel, si fue al boliche o si todavía no volvió”. Tampoco hay que olvidarse, menciona Acosta, de las famosas fiestas temáticas. “Todos los días planificar un outfit diferente y llevarlo en tu valija: la fiesta de disfraces, la fiesta semáforo, la fiesta animal, la fiesta estudiantil, la bizarra, la fiesta argentina, la fluo y voilà”, enumera Acosta.
En un recorrido por algunas de las principales empresas que organizan estos viajes, LA NACIÓN quiso comunicarse con Travel Rock, Maxdream y Baxxter, pero solo en la última compañía respondieron el llamado de este diario. “Si bien el viaje de egresados es una tradición en la Argentina, obviamente desde las compañías hemos tenido que evolucionar, y hay que entender que también hay un adolescente que ha cambiado, que es distinto de lo que nos tocó vivir a nosotros a esa edad -dicen en Baxxter, con casi 30 años de experiencia en el rubro-. Con el paso del tiempo se fueron incluyendo nuevas actividades, y de repente la experiencia del año anterior le permite al grupo venidero modificar algo u agregar otra cosa”, confía uno de los organizadores de la firma, y reconoce que, muchas veces, es la misma competencia que se genera entre las distintas empresas la que impulsa a elevar la vara. “Cuando yo me fui de viaje había dos fiestas, la de disfraces y la del estudiante, que no requería demasiado esmero en el look. Hoy, todas las noches tienen un evento distinto, y puede ser que a algunos les resulte un esfuerzo, pero en mi experiencia te aseguro que para la mayoría es el momento más divertido y el que más disfruta. Esperan cada fiesta para mostrar sus outfits, lookearse, poner en acción su creatividad, su inventiva. Es una forma de mostrar la impronta de cada uno”.
El papel de los adultos
Desde hace algún tiempo, la psicóloga Marisa Russomando, especialista en crianza y familia, observa cómo algunas cuestiones que tienen que ver especialmente con los chicos, como son los cumpleaños, las fiestas y los viajes de egresados se fueron complejizando, por distintas cuestiones que, muchas veces, dice la experta, tienen que ver más con los adultos que con los propios interesados. “En las distintas etapas que los hijos van atravesando necesitan ser acompañados -dice Rusomando-. Acompañados por su familia y por sus afectos para celebrar desde lo natural, con la alegría y la felicidad de concluir una etapa para comenzar otra. Un concert de un niño no necesita ser un espectáculo de Hollywood, así como el viaje de egresados no necesita ser un viaje en donde el adulto expone sus necesidades y sus exigencias, en donde lo económico impone los parámetros. Los chicos necesitan mucho menos para celebrar y para pasarla bien”. Entonces, agrega Rusomando, el problema está en esos valores que los adultos transmiten “cuando todo esto se exagera”.
Desde V&D, una marca que se dedica a fabricar indumentaria para estos viajes desde hace casi diez años, cuentan que lo que más piden los chicos son los disfraces grupales. “Los de Disney y personajes como Avengers son algunos de los clásicos, pero ahora están en tendencia las diosas griegas y los astronautas -cuentan desde la firma-. Hace algunos años, un grupo pidió disfraz de los Power Rangers y ganaron el concurso al mejor disfraz. Y este año también nos pidieron uno muy divertido, todos disfrazados de los pingüinos de Madagascar”, mencionan desde V&D, y señalan que los precios de este tipo de trajes parten desde los $50.000.
Para Morena, que recién el año que viene se irá a Bariloche pero que ya palpita el viaje a través de algunas amigas del club en donde juega al voley, que son más grandes que ella y pasaron por la experiencia, la idea de tener que encargarse de todos los outfits no le resulta para nada estresante. Más bien todo lo contrario. “Ir al boliche así como cualquier otra noche no tiene mucho sentido. Creo que está bueno porque es como un incentivo para querer salir y divertirte con tus amigos -opina la adolescente, que es la mayor de tres hermanos-. Mis viejos dicen que es una locura, pero es que ellos están todo el tiempo comparando lo que hacemos nosotros con cómo eran las cosas antes. Y me molesta, porque ellos tampoco hacen lo mismo ahora como padres que lo que hacían mis abuelos. No entiendo cuál es el punto”, dispara punzante.
“Naturalizar el desborde”. Así grafica la psicóloga Ileana Berman, especialista en pareja y familia, algunas de las propuestas que hoy forman parte de los viajes de egresados. “La desregulación emocional de los pibes suele terminar en una desregulación corporal también, porque no es casual que casi todos regresan agotados y enfermos -apunta la especialista-. También preocupa que los padres y los colegios terminan naturalizando algo que no es natural. Si lo pensamos, se trata de un grupo de chicos que se van a Bariloche, o a Porto Seguro o donde sea, a festejar el cierre de una etapa muy importante de su vida, y todo lo que ocurre en este viaje tiene que ver con este desborde, esta desregulación, esto de que todas las noches, absolutamente todas, hay una propuesta de fiesta distinta, donde generalmente también hay alcohol”.
Para Berman, todos estos jóvenes no están preparados física ni psíquicamente para sostener las siete u ocho noches a un ritmo frenético. “Ningún ser humano, en realidad, está preparado. Pero pensemos que son chicos que tienen 17 y 18 años. Parecen grandes, pero todavía están en plena adquisición de muchas de las herramientas necesarias para sostener emocionalmente este tipo de situaciones. Para discernir entre lo que les hace mal o no”.
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