Esta localidad pampeana llegó a tener 1500 habitantes y, por razones aún inciertas, todos se fueron y solo quedaron ruinas
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NAICÓ, La Pampa.– Naicó es un pueblo fantasma que llegó a tener 1500 habitantes, y por razones que aún permanecen inciertas, todos ellos se fueron. El éxodo fue extremo. De todo ese movimiento solo quedan ruinas. Para llegar hay que atravesar un camino de tierra que a veces se pierde en el desierto de caldenes. Un pequeño cartel con su nombre lo presenta, las maras cruzan por la huella polvorienta.
En la actualidad viven tres habitantes que resisten al olvido y es testigo de un fenómeno asombroso: un viejo hotel restaurado por un matrimonio recibe turistas que vienen a desconectarse del mundo, como voluntarios penitentes. “Estamos trabajando muy bien, por fin de semana visitan al pueblo hasta 150 personas”, dice Jesica Pundang, ella y su esposo libraron una batalla que ganaron, tienen a cargo el Hostal y Restaurante Naicó.
“Queríamos tener un campo familiar, pero fue la gente la que nos empujó a hacer el hotel”, cuenta Pundang. No estaba en el plan pero estaban llamados a volver a poner en el mapa a Naicó. “Vi el anuncio de la venta del campo por Internet”, recuerda Marcelo Altube.
Luego de atravesar los solitarios 14 kilómetros que separan el pueblo de la ruta 35 los visitantes encuentran una postal melancólica, los restos del pueblo que aún quiere seguir en pie. En la soledad, el matrimonio restauró el hotel. No sabían que se convertirían en un destino deseado.
“Dejábamos la tranquera abierta y los fines de semana se llenaba de gente que venía a hacer asados o tomar mate”, dice Pundang.
En 2017 estaban trabajando y aparecieron unos jinetes. Les pidieron poder pasar al campo y hacer noche; estaban haciendo una cabalgata. Esto significó un antes y después. “Les hice de comer y todos quedaron felices, desde ese día todo cambió”, afirma Pundang.
La hostería nació oficialmente en febrero de 2018. La propuesta se basó en sencillas artes: descanso absoluto, protagonizar la vida rural y comer platos con carnes salvajes y recetas caseras. Sin vueltas. El matrimonio es el anfitrión y esto no puede dar mayor tranquilidad. La invitación es original: hospedarse en un hotel, que es además un restaurante, dentro de un pueblo fantasma.
El campo es de 1900. Desde el casco se abre un ala con las habitaciones, todas muy cómodas con una vista privilegiada al valle de Naicó y a los caldenes. Animales pastando, aves anidando en la arboleda, las maras curiosas. Una piscina y todos los silencios habitados de la naturaleza. “Hay gente que solo viene a caminar por el monte, visitar las ruinas del pueblo, montar a caballo o simplemente a ver las estrellas a la noche”, cuenta Pundang.
Las actividades incluyen a los niños: ellos pueden darle de comer a los caballos, alimentar con mamadera a los cabritos y recolectar huevos en el gallinero. La vida propia del campo, lo sencillo, aquello puro que el hombre parece necesitar recuperar.
La experiencia se enfoca en el descanso y la desconexión. Sin escalas, se pierde la noción del tiempo. La historia del matrimonio es inspiradora. “La idea fue hacer algo juntos”, dice Altube.
Ella es empleada de comercio en Santa Rosa, a 46 kilómetros, y él un hombre de oficio, plomero y electricista. No desconocen el campo, desde la niñez lo asimilaron. “Lo hacemos todo nosotros”, agrega Altube. “Cocino como si lo hiciera para mi familia, pero también voy inventando algunas recetas con lo que tenemos”, dice Pundang. Lo que tienen es mucho y todo está entre los caldenes: la Patagonia pampeana.
“Vienen a buscar cocina auténtica”, señala Altube. El matrimonio es un gran equipo. Tortas, budines, panes y flanes hechos con leche y huevos de la casa, las opciones dulces, pero lo salado es un mundo por explorar con paciencia y goce. La tabla de fiambres se plantea como una bandera de esta provincia en donde existe una sabiduría innata para hacer chacinados, quesos y conservas: escabeches de vizcacha, jabalí y cordero, salame de estos dos últimos más de ciervo, variedad de distintos quesos, mayonesa casera y una estrella indiscutida, el jamón crudo de cordero. Brillante, sabroso, con poca sal, es una obra consagrada. Las empanadas son con carne de todos estos animales.
“Nuestro cabrito a las finas hierbas es único porque tenemos cabras coloradas criadas a pasto”, afirma Pundang. Los corderos son de raza Pampinta y Texel.
“Recibimos turistas todo el año”, cuenta Pundang. Mucha gente de Buenos Aires, pero también pampeanos que repiten la estadía dos veces al mes. Últimamente, aprovechando las bondades de su ubicación, van grupos de meditación y yoga. Sólo hace falta despertarse y ver el valle, el molino, y los caldenes.
Caminatas nocturnas
¿Cómo es estar en un pueblo fantasma? “Salimos a hacer caminatas con linterna a la noche”, anticipa Pundang. Antes de iniciar se cuentan las historias, algunas son misteriosas. En uno de los galpones ferroviarios se oyen cadenas arrastrándose por el piso. Un fenómeno enfoca la atención: una hamaca solitaria se mueve sola. Los ex habitantes que suelen hospedarse en la hostería cuentan de la presencia de una niña que murió hace muchos años. Lejos del misterio, la caminata es increíble. Caminar por las calles de una ciudadela que supo ser de las más prósperas de La Pampa, en la más completa intimidad nocturna: un lujo en tiempos en donde no son fáciles de hallar.
“El pasado es un gran atractivo, otro gran motor es la curiosidad”, cuenta Adriana Romero, Secretaria de Turismo de La Pampa, intentando dar pistas sobre el fenómeno que ha convertido al Hostal Naicó en un destino deseado y muy visitado. “Se puede explicar por la idealización o romantización de las formas de vida y las sociedades de tiempos ya idos que sabemos, no volverán”, agrega.
Con el hospedaje muchas veces completo, los curiosos no solo pasan la noche, sino que deambulan por las ruinas del pueblo. “La Pampa es una Patagonia diferente, la llamamos “La Otra Patagonia”, es un destino no masivo que invita a pasear”, sostiene Romero. Los atractivos no son pocos: pueblos rurales, la colonia de los Menonitas, la considerada mejor carne del país y una floreciente industria vitivinícola.
“Queda un solo habitante nativo”, aclara Pundang. Habla de Alberto Kin, quien nació y se crió en el pueblo. Vive con su esposa y su hija con su niña. Es reverenciado, monumento vivo de un pasado que resiste, inclaudicable. Tiene 60 años. Su familia es la única moradora de Naicó. Su padre y hermano, descansan en el viejo cementerio que está en la entrada al pueblo. Hay más cruces que seres vivos. “Él habla de cuando había tres trenes diarios, de pasajeros y de carga”, dice Pundang, lo suele ver caminar por las calles de tierra. Su padre tenía el almacén de ramos generales que tenía hasta surtidor de combustible, y recuerda cuando había un hotel con doce habitaciones. En su recuerdo quedan aquellos años cuando había familias que proyectaban su futuro. Hoy, hay que imaginar cómo fue todo aquello. ¿Qué sucedió en Naicó?
Fue fundado en 1911, y se hizo como pueblo Ministro Lobos – Estación Naicó, a 1500 metros de esta, se levantó un poblado con alemanes del Volga, que convivieron con ranqueles. Hicieron sus casas con barro y paja. De todo esto no ha quedado nada. Este otro pueblo sufrió una inundación de olvido, un ensayo que el mapa quiso desterrar. La localidad formal se diseñó alrededor de la estación. Capilla, almacén de ramos generales, hotel, carnicería, panadería, plaza, una capilla y las casas. De esto quedan las ruinas y mil historias.
El fin llegó en los años 30 con la crisis económica mundial, y paulatinamente con la disminución del servicio ferroviario. “El último boleto se vendió en 1976″, señala Pundang, quien además es guía de turismo, la única en el pueblo. Más allá de esta fecha, Naicó se desdibujó, antes y mucho más después de la ausencia del tren, todos los vecinos emigraron. Los memoriosos dicen que también ayudó al éxodo una cruel nevada de medio metro, otros, una plaga de langostas y aquellos que un sacerdote se llevó a los pocos habitantes que quedaron a fundar un pueblo en el Chaco. Esto es el pasado, el presente es prometedor.
“Nos va muy bien”, dice con entusiasmo Pundang. Naicó está a 45 kilómetros de Santa Rosa y es un portal a un mundo de pausas, reencuentros y aromas silvestres, caseros y puros. Nada detiene la felicidad en un lugar así. “Es una experiencia que no se olvida nunca”, asegura. La de hospedarse en un pueblo fantasma.
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