Murió Pironio, el cardenal que tuvo perfil de Papa
Falleció en Roma, a los 77 años, tras una larga enfermedad; sus restos serán enterrados en la Basílica de Luján
El cardenal argentino Eduardo Pironio, que desempeñó altas funciones en la Santa Sede y fue mencionado como "papable" en los dos cónclaves de 1978, falleció en Roma, a los 77 años, a las 13 de ayer (9 de nuestro país).
El purpurado murió en su apartamento del Vaticano, donde se mantendrá la capilla ardiente hasta el funeral que se realizará en la basílica de San Pedro mañana, a las 11.30.
Al fallecer, acompañaban al prelado su hermana Zulema y otros familiares, varios sacerdotes y el presidente del Episcopado argentino, monseñor Estanislao Karlic.
"Estábamos rezando el segundo Rosario, después de celebrar la misa, en la que no pudo comulgar. Se fue apagando poco a poco", dijo Karlic, consultado por La Nación .
"Dios tuvo la delicadeza de permitirme acompañarlo estos últimos días, de hablar del cielo con él", dijo Karlic por teléfono, hondamente conmovido. Comentó que leyó su testamento espiritual, "una maravilla de fe, esperanza y caridad, de un hombre de la Iglesia que quiere a todos y escribe pensando que se va encontrar cara a cara con Dios".
Contrariamente a sus deseos, que lo impulsaban a volver a la Argentina para morir, los médicos no le permitieron viajar por su grave estado, provocado por un cáncer óseo.
El cardenal italiano Pío Laghi lo definió como una persona "con un carisma excepcional, capaz de comunicar con entusiasmo su espiritualidad y su devoción a la Virgen". Laghi dijo: "Lo recuerdo muy bien porque fui yo la persona que le comunicó en 1974 que el papa Pablo VI lo convocaba a Roma".
Un llamado del Papa
Hace pocos días, Juan Pablo II se comunicó telefónicamente con Pironio, postrado en su lecho, que estaba plenamente consciente. El Santo Padre le dirigió palabras de aliento y le impartió la bendición apostólica.
Ayer, el Papa envió una carta a monseñor Karlic, en la que señala que el cardenal Pironio "actuó siempre movido por su fidelidad a Cristo y al sucesor de Pedro".
El martes último, el cardenal Antonio Quarracino, arzobispo de Buenos Aires y entrañable amigo suyo, también se comunicó a distancia con el cardenal Pironio. Según palabras del secretario privado del primado argentino, monseñor Roberto Toledo, difundidas por AICA, ocurrió una escena conmovedora. El amigo de siempre que le hablaba desde la Argentina y al que Pironio no podía responder con su propia voz, "le habló sollozando de Jesús y de la Santísima Virgen, del cielo que lo aguardaba y donde se reunirían para continuar su amistad". El enfermo asintió con leves gestos que recogieron quienes estaban junto a él. Y como señal de estar consciente, cuando Quarracino concluyó, él mismo colgó el teléfono.
En 1993, cuando Pironio celebró sus bodas de oro sacerdotales en la basílica de Luján, Quarracino dijo: "Vemos en él un don generosamente entregado por Dios a la Iglesia argentina y a la Iglesia universal".
Sin haberse fijado una fecha todavía, los restos del cardenal Pironio serán traídos a la Argentina.
Según lo dispuesto por el arzobispo porteño, serán velados durante 24 horas en la Catedral, a cuyo término Quarracino oficiará una misa.
Luego el féretro será trasladado para una vigilia de oración al monasterio de Santa Escolástica, en la localidad bonaerense de Victoria, a cuya comunidad el cardenal Pironio distinguía con su predilección.
El sepelio se hará en la Basílica de Luján, donde Pironio fue ordenado sacerdote, luego obispo y donde quería ser enterrado.
Un apasionado pastor de la esperanza
Pocos obispos -muy pocos- se acercaron tanto como Eduardo Pironio al arquetipo ideal de la espiritualidad cristiana, la transparencia moral y la entrega al mandato evangélico. Talentoso, profundo, sensible, comprensivo, transmitía las verdades de la fe y el magisterio de Jesucristo con naturalidad, sin solemnidades retóricas, sin gestos grandilocuentes. Emanaba de él una poderosa corriente interior de espiritualidad y de ascetismo.
Fue un auténtico pastor de almas. No disertaba desde un púlpito lejano, real o imaginario. Le hablaba a su comunidad a media voz, con suavidad, como queriendo llegar a lo más profundo de cada uno sin forzar el tono, dándose entero en cada frase, en cada consejo, en cada reflexión. Cuando el Papa le otorgó la dignidad de cardenal, en mayo de 1976, ya hacía mucho que su figura gozaba de prestigio y consideración en el Vaticano, donde se lo respetaba por su fina cultura y, sobre todo, por su sólida formación humanística, que lo perfilaba -hasta en sus modales exquisitos- como un hijo dilecto del Renacimiento.
Colaborador estrecho de PabloVI y de Juan PabloII, ejerció en la Santa Sede altísimas responsabilidades y lo hizo, en todos los casos, con su vigorosa creatividad, con su inagotable vocación de servir a la Iglesia y, por supuesto, con su proverbial humildad.
Un destino elevado
Condujo dos de los más importantes organismos de Roma: la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, de la cual fue nombrado proprefecto en 1975, y el Pontificio Consejo para los Laicos, en el que se desempeñó como prefecto a partir de 1984. Su designación en esos cargos -virtuales ministerios pontificios- constituyó un acontecimiento relevante para nuestro país. Ningún sacerdote argentino había llegado antes a tan elevados destinos en la Santa Sede.
En 1978, cuando murió Pablo VI, el nombre de Pironio llegó a figurar entre los candidatos a la silla pontificia y hasta hubo cardenales que votaron por él en el cónclave para elegir al nuevo Papa. Había general coincidencia en que su figura era la de un auténtico "papable", tanto por su perfil intelectual como por su carisma y su espiritualidad.
Una labor que no puede dejar de destacarse es la que cumplió como presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), cargo para el cual fue elegido en dos períodos sucesivos: en 1972 y en 1975. Previamente se había desempeñado como secretario general.
Su tarea en el Celam fue fecunda y renovadora. Dio un impulso admirable al espíritu de unidad de la Iglesia latinoamericana en el momento trascendental y complejo en que los ecos revolucionarios del ConcilioEcuménico II se hacían oír con fuerza y, en algunos casos, generaban desconcertantes crisis. Pironio fue, en esos tiempos tensos y difíciles, un factor decisivo de equilibrio y de esclarecimiento doctrinario.
Sus pasos en la Argentina
En la Argentina se recuerda con entrañable afecto su desempeño como obispo de Mar del Plata, entre 1972 y 1975. Le tocó vivir en esa diócesis momentos de gran complejidad pastoral y política, que afrontó con serenidad y coraje.
Pironio era un obispo visceral, más emotivo que razonador, más sensible que intelectual. Sin embargo, tenía una lucidez extraordinaria para comprender la realidad y extraer de cada situación y de cada problema social o personal la consecuencia precisa y la enseñanza justa.
Fue, también, un argentino apasionado, que vivió los dolores de su patria como si fueran llagas abiertas en su propia carne. Cuando el país empezó a a ser desgarrado por la violencia fratricida, en la década del 70, Pironio se desvivió por desentrañar las causas profundas del desencuentro argentino y trató de guiar a su comunidad hacia el redescubrimiento de los grandes valores que la sociedad había extraviado: el amor, la tolerancia, la solidaridad.
No fue comprendido y recibió injustos reproches de los dos extremos del espectro político. Los violentos de un campo y del otro lo combatieron sin entender que su infatigable exhortación apostólica se situaba muy por encima de toda parcialidad, de todo sectarismo.
Los jóvenes lo siguieron con fervor y lo rodearon con admiración y respeto. Su dolor mayor fue saber -cuando ya no estaba en Mar del Plata- que la juventud argentina estaba siendo llevada a la frustración, a la desesperanza y, en muchos casos, al extravío ideológico. Pero no se rindió jamás ante la adversidad y opuso, en todos los casos, a la irracionalidad desbordada, su prédica iluminadora y su irreductible capacidad para encender la fe en los corazones jóvenes.
Había nacido en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, en 1920. Era el menor de los 22 hijos de José Pironio y Enriqueta Butazzoni. A los 12 años ingresó en el SeminarioMenor de La Plata, donde obtuvo los promedios más altos. Se ordenó sacerdote en 1943, en la basílica de Luján, y recibió la licenciatura en Teología en Roma, en 1954.
Fue rector del Seminario de Villa Devoto y vicario general del obispado de Mercedes, entre otras funciones. En 1963 se desempeñó como perito del ConcilioVaticano II.
Cuando cumplió 75 años, presentó su renuncia a los altas funciones que desempeñaba en la Santa Sede. A pesar de su retiro, siguió viviendo en Roma y continuó estrechamente vinculado con otros organismos pontificios, como las sagradas congregaciones para la Doctrina de la Fe, de la Causa de los Santos y de los Obispos.
Poco después de su retiro, el Papa lo elevó a la máxima categoría cardenalicia: lo nombró cardenal obispo con el título de la Iglesia Suburbicaria de Sabina-Poggio Mirteto. Con esa designación pasó a integrar el selecto grupo de los seis cardenales más próximos al Papa.
El dolor no quebraba su voluntad
Cómo no considerarlos hechos providenciales: sus últimas actividades públicas habrían de ser, precisamente, el Sínodo de América y un homenaje al papa Pablo VI.
El Sínodo, que respondiendo a la intuición pastoral de Juan Pablo II congregó por primera vez en Roma -poco más de dos meses atrás- a obispos de todo el continente, tenía para el cardenal Eduardo Pironio una resonancia particular. Es que desde su activa participación en la Conferencia de Medellín, desde su recordada actuación como secretario general, primero, y presidente después del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), buena parte de sus energías pastorales, lo mejor de sus enriquecedoras reflexiones teológicas, fueron para el continente.
Ese impulso podía más que el dolor y que las recomendaciones. Durante aquella primera semana participó del Sínodo, aunque los dolores crecían junto con las deliberaciones. En la tarde del sábado 22 de noviembre tuvo renovados motivos para estar junto al Papa y a los demás padres sinodales, en ocasión del centenario del nacimiento de Pablo VI, con quien mantuvo una sólida amistad.
Pablo VI fue el pontífice que lo hizo cardenal luego de haberlo designado al frente de la Congregación para los Religiosos, una muestra de confianza, respeto y protección para el entonces obispo de Mar del Plata, víctima de difamaciones, incomprensión y graves amenazas.
Su prédica en favor de la paz, sus denuncias valientes, su perseverante compromiso evangélico, se tornaban peligrosas en aquellos años de violencia e intolerancia en la Argentina. Por esas y otras razones, Pironio no podía faltar esa tarde.
Habría de ser su última aparición pública. Ya no pudo volver a levantarse para ir al Sínodo. El 3 de diciembre, día de su cumpleaños y el aniversario de su ordenación sacerdotal en la basílica de Luján, los celebró rodeado por los obispos y sacerdotes argentinos que participaban de la asamblea sinodal.
A ellos y a muchos de los que lo visitaron por esos días los alentaba con su testimonio y su oración.
"Es una lástima que muchas veces no haya sido plenamente comprendido (incluso por los que deberían haberlo hecho) y haya sido injustamente interpretado en expresiones y gestos. No ha sido el único que ha debido sufrir en el interior de la Iglesia por la Iglesia misma. Heridas sacerdotales que ciertamente llagaron su alma sensible pero no le dejaron amargura. Al contrario:hicieron más generoso y fecundo su ministerio."
Lo escribió el cardenal Pironio al trazar una semblanza de Lucio Gera, su amigo, uno de los más distinguidos teólogos argentinos homenajeado con un libro de reciente publicación.
Hoy no serán pocos los que estén dispuestos a recoger ese párrafo para dedicarlo con idéntica justeza a honrar la memoria de su autor, el cardenal argentino que ayer murió en Roma.
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