Murió Miguel Rottenberg, padre del productor Carlos Rottemberg y figura del teatro independiente
El gestor y dramaturgo formó parte de la gestión de varias salas alternativas porteñas
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Hoy, a los 90 años murió el productor, gestor, director teatral y dramaturgo Miguel Rottenberg, pieza fundamental de una dinastía familiar que continuó su hijo, Carlos Rottemberg y uno de sus nietos, Tomás Rottemberg.
Primera aclaración de esta despedida para evitar confusiones: el apellido de Miguel se escribe con “n”, mientras que el de su descendencia se escribe con “m”. Cosas que pasan. Su hijo varón, el señor de los teatros, lo aclaraba hoy mismo a LA NACIÓN. “Es la nota discordante de nuestra familia, pero mi padre se distrajo conmigo, en el 57, y con mi hermana, en el 58. Como la señora del registro civil de aquel tiempo decía que antes de la ‘b larga’ debía haber una ‘m’, mi hermana y yo somos Rottemberg. Doce años después, mi otra hermana pudo reclamar al registro civil y su apellido es con ‘n’. Todo esto volvió a salir a la luz hoy en medio de los trámites y ante gente que no entendía cómo el apellido de mi papá se escribe de una forma y mi documento, como el de Tomás y su nietos, de otra forma”, contaba risueño desde su oficina en el Multiteatro.
Miguel será velado hoy, “en horario teatral de la tarde y de la noche”, según cuenta su hijo, en la casa de sepelios de avenida Córdoba y Thames. Mañana, en intimidad familiar, se producirá la despedida en el cementerio.
Miguel Rottenberg, con ‘n’, llegó de Polonia a los cuatro años y medio. Desde chico, sus padres lo llevaban al teatro en upa para no pagar otra entrada. Del teatro judío que veía en el IFT o en otras dos salas fue aprendiendo tanto del arte como de la vida misma. Y aprendió, eso queda claro. Segunda aclaración necesaria: si tanto Carlos y Tomás Rottemberg, con ‘m’, son personalidades claves del teatro comercial, el territorio de acción de quien inició esta dinastía fue la escena independiente. “Y tengo el orgullo de decir que tuve muchísimos teatros independientes y ayudé en todo, desde su creación a FundArte, El Nudo y De entre casa, en la calle Salguero. Siempre colaboré con el teatro independiente”, afirmó en un reportaje con LA NACIÓN, cuando estrenó, hace dos años, Florecer en otoño, que se presentó en El Tinglado, con dirección de Ernesto Michel. Al poco tiempo, publicó el libro Romeo, Julieta y sus nietos.
A lo largo de su vida estrenó obras en la Fundación del Banco Patricios y en el Ateneo, cuando pertenecía a su hijo, como Imagen y semejanza, que se refería a los años de la dictadura. “Algunos estrenitos he tenido, pero nunca me interesó llevarlos a un teatro comercial, porque yo me dediqué a otras cosas y me fue muy bien. El teatro es un gusto que me doy”, apuntó aquella vez. Cuando se refería a dedicarse a “otra cosa” hacía referencia a la fabricación de artículos de cuero y a la construcción. De chico, había trabajado con su padre en una casa de artículos deportivos sobre la calle Rivadavia (cerca del Liceo, una de las salas de Carlos Rottemberg). Miguel, del barrio de Congreso, conoció a Juana, de Mataderos. Eran muy jóvenes. Fue amor. Se casaron. Ambos habían crecido en hogares de inmigrantes polacos de origen judío, de condición humilde. Siempre estuvieron juntos.
Con los años, el “Russo Miguel”, así lo llamaban en el barrio, nunca perdió el contacto con la actividad de su hijo y su nieto. “Leo muchas de las obras que le llegan a Carlos y si descubro alguna que me parece que puede interesar, se la paso a Tomás para que me dé su opinión. Es interesante porque son tres generaciones con tres puntos de vista totalmente distintos. Pero a pesar del paso de los años, la temática del hombre es siempre la misma: el amor, el odio, el poder. Los conflictos siguen siendo los mismos”, apuntó en aquel encuentro.
Así como estuvo involucrado unos diez años con el teatro El Nudo y otros 6 tratando de renovar al IFT, su último metejón fue intentar rescatar al Teatro Argentino, la histórica sala inaugurada en 1892 en el barrio de Once que, en 1973 y a horas del estreno de Jesucristo Superstar, un atentado destruyó. “Los años van pasando y no puedo”, reconoció en aquel encuentro con este medio.
En un programa de Elnueve que conducían Julián Weich y Carolina Papaleo contó que tenía la costumbre con su mujer de proponerle besarse en alguna esquina. “Tengo la tradición de que en otra vida, que no creo que exista, nos volveremos a besar en donde ya nos besamos”, se sinceró. En ese mismo programa se coló un mensaje grabado de su hijo varón, Carlos Rottemberg, aquel cuyo apellido no se escribe de igual modo. “Si vos y mamá no hubieran tenido inquietudes artísticas y culturales mi destino hubiera sido otro”.
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