Murió Horacio Coppola, el hombre que fotografió casi todo el siglo XX
Con 105 años, falleció este fotógrafo que trajo al país las vanguardias de Europa y reflejó a Buenos Aires y sus personajes como sólo los grandes saben hacerlo
Horacio Cóppola es un símbolo de la fotografía argentina contemporánea. Su gran longevidad hizo que se mantuviera vigente en la escena artística local incluso en los comienzos de este convulsionado siglo XXI. Hacía ya muchos años que estaba retirado en su departamento de la calle Esmeralda; pero los homenajes se sucedieron sin pausa hasta la gran muestra, en honor a sus 100 años que tuvo lugar en el Malba en 2006.
El marchand y coleccionista Jorge Mara fue uno de los grandes impulsores de la obra de Horacio durante los últimos años. Gracias a esa inmensa tarea de investigación y divulgación es que el público en general conoce su increíble trayectoria.
Horacio Cóppla era más que nada, un hombre que reía. Su hermano mayor, a quién veneraba, lo introdujo en la pasión por la fotografía. Su temprana decisión de estudiar en la célebre escuela Bauhaus de Weimar influyó decisivamente no solamente es su camino como fotógrafo, y en su vida personal (en Alemania conoció a su primera esposa, la gran fotógrafa Grete Stern), si no también en el curso de la fotografía argentina contemporánea.
En los años 30 y 40 Horacio Cóppola era en el ambiente fotográfico de Buenos Aires un profesional inclasificable. Tenía la vocación y el espíritu innovador de un artista, y todas sus amistades estaban más relacionadas con ese mundo que con el cerrado círculo de las asociaciones de fotógrafos aficionados de la época. Tal vez el mejor ejemplo de su irreverencia fue su más celebrado reportaje: una visión desapegada y espontánea de la ciudad de Buenos Aires en la década del 30. Visión iluminada por el uso de una técnica novedosa para la época (el uso de las cámaras de pequeño formato) y una visión estética moderna; pero fundamentalmente por la influencia literaria de sus amigos Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal
Desde la muerte de su última esposa Raquel Palomeque en 2004, Horacio hizo efectivo su retiro no solo de la fotografía, si no también de la memoria. Se convirtió en un anciano afable y bien dispuesto qué sonreía con la ingenuidad de un niño y colaboraba con la tarea de sus más queridos allegados en la difusión de su extensa obra.
Hace tres años lo visité en su casa por última vez. Fuimos con Ignacio Colo (de la redacción de LN) y el fotógrafo inglés Martín Parr, que quería conocerlo. Mientras tomábamos el té, Horacio desplegó sus álbumes de fotos y los miraba como si fuera la primera vez. Al tiempo que se sorprendía maravillado, cuando le decíamos que él mismo había tomado esas fotos hacía tantos años, nos explicaba con lujo de detalles las relaciones internas de composición de esas imágenes que, aparentemente, le resultaban desconocidas.
Su sonrisa agradecida se ensombreció cuando al pasar de las páginas se detuvo en un retrato de su esposa Raquel. En ese momento de inesperada congoja, un recuerdo involuntario se asomó a la desapegada contemplación del artista. Casi inmediatamente recuperó la alegría y continuó sus pequeños descubrimientos recorriendo cada una de sus fotos más logradas. Instantes después, se acercó a la ventana del living, sobre la calle Esmeralda. Le pregunté que lo hacía feliz. Se dio la vuelta hacia mi, y respondió: "Ver"