Murió Eduardo Charreau, factótum de la reconstrucción del Conicet después de 2001
En las últimas horas de hoy fue recibido con consternación el fallecimiento del doctor Eduardo Charreau, presidente del Conicet entre 2002 y 2008, durante los gobiernos de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner , y factótum de la reconstrucción de la columna vertebral del sistema científico argentino después de la debacle de 2001.
"Estoy devastada", se lamenta Damasia Becú, que lo sucedió en la dirección del Instituto de Biología y Medicina Experimental (Ibyme), en el que sirvió continuadamente desde 1993, con un único paréntesis mientras dirigía el Conicet, y a cuyas reuniones de directorio siguió yendo hasta hace pocos días". Y agrega: "Era una persona querida por todos, fuera cual fuera su pertenencia política; tenía el don de escuchar y decir la palabra justa. En el Instituto era mi ‘gurú’, porque nunca perdía la tranquilidad y siempre tomaba la decisión correcta. Lo conocí en 1980, cuando ingresé como becaria, y se quedó a mi lado, no tapándome, sino apoyándome. Era una persona de una generosidad y una humildad increíbles".
Nacido en San Fernando el 27 de mayo de 1940, Charreau se doctoró como químico en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Fue alumno de Houssay y profesor en la Universidad de Harvard, desde donde regresó al Ibyme para crear un prestigioso grupo de endocrinología molecular. Fue profesor titular en Exactas, presidente de la Asociación para el Avance de las Ciencias y director del Ibyme entre 1993 y 2010. También ocupó la presidencia de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (2008-2010) y fue miembro de la Academia de Ciencias del Tercer Mundo. Autor de 200 publicaciones internacionales, recibió innumerables distinciones y fue condecorado por los Gobiernos de Francia y Brasil.
"Cuando se escriba la historia de la ciencia argentina durante las primeras décadas del Siglo XXI, seguramente el nombre de Eduardo Charreau tendrá un lugar destacado. Más allá de sus contribuciones científicas, como formador de investigadores, y como director del Ibyme, el que fuera discípulo de Bernardo Houssay tuvo la responsabilidad de conducir el Conicet cuando estaba en una crisis terminal –afirma Jorge Aliaga, ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, donde Charreau fue profesor titular–. En 2001 no había habido ingresos a la carrera del investigador. La planta de 3000 investigadores estaba envejecida, lo que aseguraba un colapso en pocos años. Convenció a los presidentes Duhalde y Kirchner de la necesidad de tomar medidas urgentes. Logró que ingresaran los investigadores que habían sido seleccionados, deteniendo así la fuga de cerebros. Al mismo tiempo, triplicó las becas de doctorado, lo que permitió que seis años después la cantidad de egresados creciera en una proporción similar, generando un semillero de nuevos investigadores. Su figura quedará asociada tanto con la imagen del científico que logró revertir lo que parecía ser el fin del Conicet como con la del que ideó las transformaciones que permitieron en una década triplicar el tamaño del sistema".
Durante su gestión, y gracias a un plan que dispuso el ingreso anual de 500 investigadores y 1500 becarios, se redujo sensiblemente el promedio de edad de la planta del Conicet, que después de décadas de restricciones rondaba los 55 años.
"Eduardo Charreau fue uno de los científicos más destacados de la Argentina, reconocido en el nivel internacional. En mi trabajo como responsable de la política internacional de Ciencia y Tecnología desde 1998 a 2016 me acompañó, y ayudó a facilitar y lograr acuerdos muy importantes para el país –destaca Águeda Menvielle–. Su calidad humana lo convirtieron no solo en un verdadero constructor del desarrollo científico-tecnológico del país, sino también en un amigo y consejero de quienes tuvimos la suerte de trabajar con él".
Charreau fue maestro y mentor de figuras sobresalientes de la ciencia local, como el exministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao , y el gran inmunólogo Gabriel Rabinovich, al que acogió en el Ibyme y brindó apoyo total.
"Hoy es un día de inmensa tristeza. Se despidió un entrañable amigo, uno de los imprescindibles, Eduardo Charreau –dice Rabinovich–. Eduardo fue un gran científico y líder, pero por sobre todo un hombre excepcional de una extrema generosidad y calidez. Como científico, fue maestro de la endocrinología y la bioquímica. Como presidente del Conicet, logró reconstruirlo y lograr consensos en uno de los momentos políticos más difíciles del país. Como amigo, fue un enorme refugio, un hombre cálido y sabio que supo escuchar, apoyar en forma desinteresada y respetar las diferencias, brindando su amor de la forma más desinteresada. No puedo imaginarme entrar al Ibyme sin cruzar las puertas de su oficina para darnos un abrazo y escuchar sus consejos. Sin duda, se nos fue un gran maestro, irreemplazable, un hombre admirable en todo sentido que trazó las rutas de la ciencia en nuestra país y nos marcó el camino a seguir. Lo vamos a extrañar muchísimo".
"La noticia de la muerte de Eduardo me apenó mucho –dice Galo Soler Illia, nanotecnólogo de la Universidad Nacional de San Martín–. Era uno de esos colegas que uno tiene como referentes en todo: en la ciencia, en la gestión y también en la ética. Eligió siempre el país y sus instituciones. Habiendo estado en el exterior, volvió y se ocupó de que los jóvenes estuviéramos bien. Siempre voy a recordar que después de la crisis de 2001, cuando muchos posdocs financiados por el Conicet estábamos en el exterior, él tuvo la capacidad de tranquilizar a la gente, lograr que se pagaran las becas (que era prácticamente imposible) y atraernos a un país que estaba devastado. En ese sentido, tuvo un rol muy importante en esa época de transición. Y todo lo hizo con humildad, porque se consideraba un servidor público. Perdimos a un grande, a un intachable. Realmente estamos tristes".
Para Rodolfo Goya, investigador principal del Conicet y del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de La Plata, Charreau fue "parte de una élite de científicos cuya visión y acción llevaron a la ciencia argentina a sus mejores momentos. Un hombre irreemplazable".
Tal vez las palabras que mejor lo retratan son las que pronunció al aceptar la presidencia del Conicet, cuando dijo: "el cargo que hoy asumo no es para decorar ni envilecer, trasunta la responsabilidad de servir con amor al progreso de la institución con el amor que enaltece los logros de la ciencia cuando se sirve a la vocación, sin orgullosos dogmatismos, sin excesos tumultuosos, sin saciedades desesperadas, y se sabe esperar la floración de rodillas ante el milagro de una nueva primavera".
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