Murió Diego Maradona: "Fue la única persona que hizo felices a todos", el recuerdo de los simpatizantes en el Obelisco
Apenas se enteró, Oscar Lobit corrió a la casa de su madre, del otro lado de Morón, donde había guardado la valija con las banderas que mandó a imprimir cuando Diego Maradona se convirtió en DT de Gimnasia y Esgrima de La Plata. La abrió entre lágrimas, porque ahí estaba parte de su historia que se iba: la razón por la que su hijo mayor, que hoy tiene 32 años, se llame Diego y su segundo, de 30, Armando. "Soy maradoniano hasta los tuétanos. Porque nadie me dio tantas alegrías", dice. La cuarentena lo tienen a mal traer, porque las changas y los rebusques con los que se abre paso en la vida están más escasos que nunca. Y la venta ambulante, con la que muchas veces pudo llevar un plato de comida a su casa, desde hace ocho meses está parada. Buscó esa valija, y ahí estaban los banderines, las banderas de Argentina, las camisetas con el 10, las banderas de Gimnasia y los gorritos de Piluso con la cara de Maradona. Los cargó y se instaló sobre la avenida Corrientes pasadas las 17. "Hasta en las últimas, Diego me tiró una soga. Siempre me trajo alegría. Y hoy, mientras lloro porque no puedo creer que se haya ido, le agradezco porque vendí varias camisetas y esta noche, a mi casa vuelve el mango", cuenta Oscar, emocionado.
Florencia Carballal tiene 43 años y al mediodía estaba viendo por televisión en un canal cómo Rocío Oliva hacía una imitación de Maradona. Sus hijos, Thiago y Morena, recién se habían levantado, y se quedaron viendo la escena. Después, cambiaron de canal y apareció una placa que advertía que había muerto Maradona . "No lo podíamos creer. Recién estábamos hablando de él y de pronto, estaba muerto", dice Florencia, todavía shockeada por la simultaneidad de los sucesos. "Yo siempre les contaba a ellos lo que había significado Maradona para nosotros. Entonces decidimos venirnos al Obelisco, para recordarlo en el lugar en el que más alegría me dio. Yo tenía 9 años en el 86 y con mi familia vinimos al Obelisco y nos quedamos festejando hasta que nos quedamos sin voz", cuenta. Los chicos se juntaron con primos y amigos, se pusieron sus camisetas y barbijos de Argentina y de Boca y se fueron todos desde Saavedra para el centro. Florencia intenta poner a prueba cuánto saben sus hijos. "¿Quién es Maradona?", les dice y los chicos responden a coro: "El dios del fútbol". Y sigue: "¿Y de quien tiene la mano?". "De Dios", contestan. Insiste: "¿Y cómo lo vamos a recordar hoy?". "Con alegría", braman los hijos, enardecidos.
"Gracias Diego". Vanesa Montiel vino desde Esteban Echeverría al Obelisco con una enorme bandera argentina a la que, a último momento, le escribió ese mensaje. Leo, su marido, ni lo dudó cuando ella le pidió ir al Obelisco. Cargaron las cosas y se subieron al auto. Pero tuvieron que renegar con Malena, de 16, que no entiende su fanatismo y no comparte nada de lo que ellos piensan. "Ella está totalmente en contra de lo que Maradona representa. Pero nosotros le explicamos que la figura de Maradona es tan contradictoria como la Argentina misma. Por eso nos representa", dice la madre, mientras la chica mira con indiferencia. Leo ahora trabaja en un banco. Pero, cuando tenía diez años y vivía en Burzaco, Maradona lo llenó de alegría. "Me acuerdo que en mi casa teníamos una tele blanco y negro, y muchas veces, en aquella época no teníamos ni para comer. Pero cuando Diego nos sacó campeones fue una fiesta, una alegría que nunca me voy a olvidar. Salimos a la vereda y con los chicos de la cuadra nos fuimos a festejar. Por eso, lo amamos tanto. Porque fue la única persona que nos hizo tan felices a todos los argentinos al mismo tiempo. Después nunca más tuvimos eso", dice Leo, mientras intenta explicarle a Juan, su otro hijo, de once años, los goles a los ingleses. "Ese partido nos refleja: la trampa, con la mano de Dios, en uno de los goles, y el desborde de talento por el otro. Eso somos, toda la argentinidad reflejada en esos 90 minutos", dice.
Miriam es de Caseros y se abre paso entre la multitud ofreciendo banderines con la cara de Maradona. Son pañuelos celestes, los mismos que en otras movilizaciones Miriam ofrece para los militantes en contra del aborto. "Esta tarde me llamó mi hijo, me pidió que se los lleve, todo a las apuradas. Después nos vinimos para acá… Hay que hacer algo, hay que vender. La calle está muy dura", explica Miriam por lo bajo.
Francisco Scordio, de 53 años vive a pocas cuadras del Obelisco. Apenas conoció la noticia se acordó de que en el baúl del auto todavía tenía un cartel que decía: "Fuerza Diego, la leyenda continúa". Los buscó y se fue al Obelisco con sus dos caniches, Nano y Gino. "Lo había hecho para ese partido de 2009, en Uruguay, cuando estaba muy jugada la clasificación de Argentina, previo al Mundial de Sudáfrica y nadie nos tenía fe", cuenta. Lo guardó todos estos años, y cada evento que involucraba a Maradona pensaba en acercarse y dárselo. Soñó un montón de veces contarle esa historia. Pero no llegó la oportunidad. Por eso, decidió llevarlo al Obelisco para despedirse. "Nadie nos hizo tan feliz como él. Ahora el vacío es enorme", dice.
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