Murió por coronavirus a los 105 años: la cálida historia de Aída, una mujer "adelantada a su tiempo"
Era una niña de dos años y medio cuando la Revolución Bolchevique terminó con la Rusia de los zares, que había obligado a sus padres a escapar de Kiev; tenía 30 años recién cumplidos cuando Hitler decidió suicidarse en el bunker de Berlín y 85 cuando se dio el cambio de milenio. Y 20 años después, Aída Lomovasky se transformó en la víctima de más edad del coronavirus en Argentina, a sus 105 años.
"Mi tía era una mujer extraordinaria. Linda, refinada, cuando íbamos de visita a su casa todo era elegante, impecable, la comida, el ambiente, todo de una manera natural y sin esfuerzos notorios", recuerda su sobrina Nora Lomovasky desde Modiin, Israel, donde vive desde 1972 y fue inmunóloga en la Universidad Hebrea de Jerusalén. "Fue una fuente de inspiración, una mujer singular, elegante y bella en todo lo que hacía y tenía. Cuidaba su salud y su dieta de una manera adelantada a su tiempo", la describe Edith Lomovasky, hermana de Nora y poeta, también radicada en Israel (Rejovot).
Aída había nacido el 5 de abril de 1915 en Bahía Blanca y vivía en el geriátrico Beit Sion, en el barrio porteño de Flores, donde hubo un pico de contagios hacia mediados de abril. No tuvo síntomas, pero dio positivo al análisis de PCR, fue derivada al Hospital Español y falleció el 28 de abril. No se pudo hacer velatorio por las condiciones de la cuarentena, pero sí se pidió que quedara ubicada en el espacio de arriba de la hermana, en el cementerio de La Tablada.
Era la última hija del matrimonio de Isidoro y Fany Ferdman, que tuvieron en total seis hijos, todos nacidos en Argentina a principios del siglo XX; hablaban principalmente yiddish. Isidoro, había llegado para hacer la América, escapando de la persecución a los judíos que era moneda corriente en la época de los zares (los progroms), tenía un almacén de los entonces llamados "de ramos generales" y era ebanista. Fany era también de la capital de lo que hoy es Ucrania, pero conoció a su esposo en el país.
Con su hermana Berta –penúltima en fallecer– tomaron la decisión de dejar el departamento de Belgrano en el que vivían para instalarse en Beit Sion en 1996; allí terminó pasando casi un cuarto de su vida. Según recuerdan sus familiares, siguió siendo de una gran personalidad y organizaba protestas dentro del hogar si algo no iba bien, por ejemplo con la comida, o incluso ponía carteles en los cajones para "educar" a los ladrones potenciales.
Cuando era muy joven, en la década de 1930 y ya instalada en Villa Ballester (Buenos Aires), se enamoró del dueño de la perfumería en la que trabajaba y vivió un romance, aunque nunca llegó a casarse ni a tener hijos (él era mayor que ella y no era de la colectividad, dos barreras infranqueables), pero sí a convivir hasta que él murió; luego fue directora de escuelas. Con DNI de seis cifras (200 y pico mil), Aída "era muy lúcida y un terremoto", sonríe su sobrino nieto Andrés Lomovasky, "aunque al final estaba débil y casi ciega". "Ya con más de cien años yo iba a visitarla y me miraba un rato hasta que al final decía ah, Carlitos, Carlitos", se emociona su sobrino Carlos Lomovasky, un empresario del plástico, de 84 años, que vive en Buenos Aires.
Cuidaba su salud y su dieta de una manera adelantada a su tiempo
Siempre participó de las costumbres y los festejos religiosos del judaísmo, pero no se la recuerda como especialmente afecta a ir al templo. Quedó "viuda" relativamente joven y desde entonces vivió con sus hermanas Berta y Polo; sus familiares dicen que eran como un tridente en el que Aída era la voz cantante y cerebral, pese a no ser la mayor. "Era de una personalidad muy fuerte, aguda, habladora e inteligente", comenta Sergio Lomovasky, otro de los sobrinos nietos afincado en Buenos Aires. No tienen muy claro su adscripción política, pero sí que durante el primer peronismo tenían simpatías por el radicalismo.
Si bien la tasa de mortalidad del Covid-19 aumenta con la edad, se han conocido casos de personas centenarias que han podido superar la infección, como la italiana Ada Zanusso, quien contó a la prensa cómo pudo con hacerlo con 103 años: "Con coraje, fuerza y fe", dijo. Ex trabajadora textil y sin enfermedades crónicas, Zanusso cumplirá 104 en agosto.
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