Murió Carlos Menem: su escandaloso divorcio de Zulema y la nueva boda que no fue
Hubiera sido el broche perfecto de la historia. De solo pensarlo, resulta enternecedor. Peripecia, como en el teatro griego, que hubiera cambiado el rumbo de una tragedia que no es griega, aunque los orígenes geográficos de los antepasados no están tan lejanos de la cuna de la escena. Conmovedor que la dama en cuestión tenga profundos deseos de confirmar legalmente el vínculo con ese hombre al que cuida amorosamente desde hace varios años en una mansión del barrio de Belgrano R. Los ex se apapachan en el otoño de la vida. Y si estos ingredientes podrían hacer estallar el rating de una telenovela, el verdadero suceso se provocaría perfilando un poco más a los personajes en cuestión: él podría ser un expresidente de una Nación del fin del mundo y ella, una primera dama a la que su marido echó de la residencia oficial cuando estaba en funciones. De patitas a la calle. Escándalo público. Mujer dolida y marido poderoso y donjuanesco.
Ahora sí, esta historia no puede salir mal. Solo requiere de dos grandes intérpretes. Por orden de jerarquía pública: Carlos Saúl Menem y Zulema Fátima Yoma. ¿Qué está esperando Netflix para un seriado de tres episodios? Es que, el posible casamiento del que se hablaba en los medios se canceló. Se dijo que faltaban papeles, que Zulema detestó que pensaran que lo hacía movida por el interés económico, y hasta surgió el rumor de que la dama no daría el “Sí, quiero” hasta tanto no abriesen legalmente las peluquerías cerradas por la cuarentena del coronavirus. En esta historia todo puede ser real. “Aunque usted no lo crea”, acotaría Ripley. Parece ser que el turno en el Registro Civil lo pidieron allegados a la pareja, sin que los consortes estuviesen del todo convencidos. Ya no se sabe. Lo cierto es que la boda, que sacaría a las audiencias de la monótona temática pandémica, no fue. Sin embargo, antes de llegar a este desenlace, esta historia tuvo varios capítulos atrapantes.
Episodio 1
Carlos nació en Anillaco en 1930. Zulema en Nonogasta en 1942. Riojanos los dos. Tierra de vides, olivos y nogales. Sin embargo, no se conocieron allí, a los pies del cordón cordillerano. El primer encuentro se produjo lejos, en Siria, concretamente en Damasco. Allí, en la tierra de la sangre familiar de ambos, se concretó la atracción mutua. Se dijo que fue la madre de él quien lo impulsó a Siria para conocer a su futura esposa. Él no era, precisamente, un galán. Ella, en cambio, siempre fue una mujer bella, atractiva. Su paso llamaba la atención. Corría 1964 y el seductor Carlos le prometió las mil y una noches. No estaba mal tratándose de tierras del Oriente Medio. La Scheherazade de esta historia cayó rendida ante la seducción del galán. Antepasados entrecruzados, La Rioja como tierra adoptiva, el deseo de formar una familia. Algo los separaba: él tenía devoción por el poder y la trascendencia. Ella, en cambio, prefería una vida más recoleta y tradicional. A ninguno de los dos los convencía la idea de haber sido presentados por su familia. Si bien sentían atracción, el vínculo tenía aromas de arreglo, de algo ancestral impuesto por conveniencia de los apellidos. Carlos tenía pasión por otra mujer que luego convertiría en una estrecha colaboradora con rango durante su gobierno. Sin embargo, claudicó, raro en él, y no dejó fluir sus verdaderos sentimientos. El peso de la familia era más fuerte.
El casamiento de Carlos Menem y Zulema Yoma
El 7 de septiembre de 1966 se casaron en ceremonia religiosa bajo el rito musulmán. Se dijo que antes lo habían hecho a través de un poder legal. Es que, según trascendió, los padres de ella no la dejaban volar a la Argentina si no estaba ya casada. El hermano de Zulema fue quien le habría acercado el poder para que la joven pudiese volver a su país natal a encontrarse nada menos que con su marido. “Me casé enamorada, fue el único hombre de mi vida”, confesó más de una vez. Aunque también habló públicamente del tormento que significó el matrimonio. Aquella ceremonia se llevó a cabo en el barrio de Constitución bajo la bendición de Hammed El Kadre. También se unieron bajo la bendición católica, él habría sido bautizado en La Rioja a instancias de una vecina. Mohibe, la madre del galán de la novela, no era una suegra complaciente. Era la que realmente movía los hilos afectivos de sus descendientes. Zulema y Carlos tuvieron dos hijos. En 1968 nació Carlos Saúl Facundo, quien fallecería en 1995 cuando el helicóptero que piloteaba cayó intempestivamente. En 1970, Zulema dio a luz a Zulema María Eva, la chica que siempre sería la niña mimada de su padre y una gran protectora de su madre. Como es de suponer, Zulema jamás pudo superar la muerte de su hijo. Bisagra funesta de su vida.
Aquel matrimonio de Carlos y Zulema, unido legalmente en 1966, supo de separaciones. Se dijo que un par de años luego del casorio ella regresó a Siria, para regresar recién en 1970. El segundo distanciamiento aconteció en 1976 y no fue por desavenencias maritales. Carlos ya era un encumbrado político nacional, devoto del peronismo y convertido en gobernador de su provincia natal, cuando irrumpió en el país el golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Fue depuesto, encarcelado y confinado en Las Lomitas, Formosa. Allí conoció a otra mujer, de apellido Meza, con quien tuvo a Carlos Nair.
Con la vuelta de la democracia y el funcionamiento de las instituciones, Carlos Menem volvió a ser elegido gobernador de su provincia. En 1989, el mandatario se convirtió en el Presidente de la Nación y, Zulema, en la Primera Dama. Exigencias legales, religiosas y protocolares los mostraron unidos. Sin embargo, distaban mucho de ser el matrimonio perfecto. Las idas y vueltas de la pareja habían sido muchas entre 1983 y 1989. Es más, no faltó quien dijera que estaban separados a la hora de salir juntos, por primera vez, al balcón de la Casa Rosada para saludar a la multitud que los vivaba.
Acaso el momento más crítico del vínculo fue, indudablemente, la separación del matrimonio. Corría 1990 y Carlos Menem aún gozaba de gran popularidad. Había cambiado su telúrica manera de vestir por atuendos más llamativos. De a poco, sus prominentes y características patillas se fueron raleando a contrapelo de su peinado. Y Zulema, a pesar de tener un rol gravitante por ser la mujer del primer mandatario, avanzaba en un segundo plano que le restaba estelaridad. Su coprotagónico se fue desdibujando rápidamente. ¿O no tanto?
La pareja atravesaba un momento de convulsiones. Ella, incluso, había deslizado tenuemente alguna crítica pública a alguna gestión de gobierno, nada menos que del gobierno de su marido. Se dice que puertas adentro, en la inmensidad de la residencia conyugal de Olivos, las peleas a gritos eran moneda constante. No faltó el indiscreto que habló de infidelidades de parte de él. Esto siempre fue una comidilla frecuente.
Lo cierto es que la pareja ya no andaba bien cuando se mostraba unida en la campaña electoral de 1989. Él convenció a Zulema para que lo acompañase. Esa imagen familiar sumaba puntos en un país donde los presidentes no pueden andar solos. Esos capítulos de la novela fueron la calma que antecede el huracán.
A comienzos de 1990, Carlos Saúl disfrutaba de las mieles del poder. No así de las conyugales. Pero no le importaba demasiado. El nuevo presidente saboreaba el mundo rendido a sus pies. Carlos, al que le había crecido el pelo y no había perdido las mañas, disfrutaba como niño en una feria de diversiones. Su punto débil era la farándula y recibía en la residencia de Olivos a celebridades de todas las nacionalidades.
Zulema no solo disentía con varias de las medidas económicas y políticas que tomaba su marido, si no que, además y, sobre todo, empezaba a sospechar sobre posibles infidelidades. No se callaba. Tenía temple e inteligencia. Se lo hacía saber a su marido, quien negaba o, aún peor, la dejaba hablando sola. Algunos infidentes contaron sobre caminatas de ella a moco tendido por el amplio parque con barrancas que desciende desde la avenida Maipú hasta las vías del Ferrocarril Mitre. Si la quinta presidencial hablara, la novela tendría mucho más que mil y una noches.
La bomba no tardó en estallar. En junio de 1990, Carlos Saúl Menem se encontraba en Europa en gira protocolar y posible visita a las plateas del Mundial de fútbol disputado en Italia. Todo estaba calculado para que, en su ausencia, el Brigadier Andrés Antonietti, Jefe de la Casa Militar, expulsara a Zulema Yoma de la residencia de Olivos. Desalojo amparado en un apurado decreto presidencial para otorgarle un marco legal. Escándalo humillante para la investidura de primera dama, pero, sobre todo, para la mujer. La madre y sus hijos se refugiaron en un departamento de la calle Posadas, entre Callao y Ayacucho. De allí salieron Zulema y Zulemita cuando se enteraron del trágico accidente aéreo de Carlitos. Carlos Menen volvió pronto a Olivos e hizo, rápidamente, su propia vida. Al tiempo llegó el divorcio legal. Y también varias demandas de Zulema.
La separación de los protagonistas fue comidilla de los encumbrados sectores del poder político y económico, y de las revistas del corazón y los programas de chismes. Menem aplicaba tanto como Susana a la hora de venderse ejemplares de revistas. “Si bien me casé enamorada, los únicos momentos de felicidad fueron cuando nacieron mis hijos”, le confesó Zulema a Mirtha Legrand en uno de sus almuerzos. La esposa de Menem mantiene muy buen vínculo con la diva.
La mudanza de las pertenencias de Zulema y sus hijos fue una vergüenza pública. Fotos del oprobio. Al tiempo, la sangre es más fuerte, la hija dolida volvió a los brazos de su padre. Es más, Zulemita comenzó a oficiar de primera dama de hecho. Acompañaba al presidente en los viajes por el mundo, siempre rodeada por un séquito liderado por la modista Elsa Serrano.
La muerte de Carlos Jr. motivó una lógica tregua entre las partes. Sin embargo, Zulema seguía muy disgustada y alejada de su esposo. Ella fue la primera en hablar de un atentado cuando se refería a la caída del helicóptero que piloteaba su hijo sobre los aires de San Pedro, en el norte bonaerense.
Episodio 3
Carlos Menem dejó el poder, luego de cumplir con su mandato, y tuvo que afrontar diversas denuncias por corrupción. Entre 2001 y 2007 formó pareja con la diva chilena Cecilia Bolocco, quien soñó con ser primera dama de los argentinos. No pudo ser. Menem, por su parte, siempre continuó en la tarea legislativa como representante de su provincia natal, aunque su poder fue mermando. También sus fuerzas.
Se dice que el tiempo todo lo cicatriza. Amortigua dolores. Motoriza el perdón. Algo de eso sucedió con Carlos Menem y Zulema Yoma. La novela no puede tener un episodio final mejor. Siempre con Zulemita como testigo y fortaleza de sus padres, porque la hija tiene mucho que ver en esta nueva peripecia del destino. Desde hace varios años, Zulema Menem cuida de su ex marido y hasta convive con él en la mansión de la calle Echeverría en el barrio porteño de Belgrano R.
Si la boda se hubiera concretado, para la Justicia quedaría anulado el divorcio del matrimonio y, en los papeles, sería una suerte de unión que continuaría a aquella de la década del 60. “No hay un interés económico detrás de todo esto”, dijeron algunos allegados.
Poderosos. Llamativos. Los personajes de esta historia son atractivos, hipnóticos. Ni el mejor dramaturgo podría haber armado un guión de manera más excelsa.
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