Murió Alberto Heredia
Sólo el empecinamiento por vivir mantuvo en pie en los últimos años a Alberto Heredia, que murió anteayer por la noche rodeado de sus amigos del arte.
"A la gente no le gusta que le muestren sus fantasmas", le dijo al crítico Raúl Vera Ocampo en un recordado reportaje publicado en La Opinión. Pero Heredia se empecinó en mostrarlos. Su obra -crítica, despiadada y sin concesiones- estaba hecha con la materia de la vida misma, objetos cotidianos y perecederos, como las Cajas de Camembert, expuestas en la galería Lirolay, en 1963. Esas cajas fueron una metáfora genial y corrosiva de una sociedad que el artista juzgaba degradada. Allí mismo, en la sala, como parte de una estrategia de guiños y complicidades, el público debía abrirlas y completar así la experiencia creadora.
Heredia había nacido en 1924 en Buenos Aires, y se consideraba un autodidacto. Los estudios formales terminaron cuando Jorge Larco lo aplazó en dibujo, episodio que le abrió las puertas hacia otros encuentros fundamentales: con Jorge Romero Brest, teórico y director del Instituto Di Tella, y con el escultor Enio Iommi, representante excluyente de la escultura geométrica.
Figurativo, semiabstracto, geométrico, Heredia descubrió "su gran libertad" (expresiva) con las Cajas de Camembert, que comenzó a pergeñar en París, en 1962, y expuso un año después en Lirolay. La crítica reconoció en su actitud un manifiesto ético que dejaba de lado cualquier sospecha de adhesión a la estética del arte por el arte, y hacía suya la poética del objeto inaugurada por Marcel Duchamp en los años veinte con su célebre Mingitorio.
Obras incómodas
En 1997, por primera vez, Laura Buccellato, su gran amiga y apoyo incondicional, organizó en el Mamba (Museo de Arte Moderno de Buenos Aires) una retrospectiva de sus esculturas y dibujos realizados desde 1948. La noche de la inauguración, Heredia lloró.
Durante más de treinta y cinco años, su obra quiso ser la cuña de una sociedad adormecida; un despertador de conciencias ácido y desprejuiciado que martillaba sin piedad con obras incómodas y técnicamente irreprochable.
Su legado merece un destino museológico, por el que seguramente velará la comisión que lleva su nombre y que integran, entre otros, Laura Buccellato, Juan Suaya, Enio Iommi, Osvaldo Giesso y Andrés Von Buch.
Sus restos fueron inhumados ayer en el cementerio de la Chacarita.
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