Morir en libertad. Pocha, Guillermina y la dignidad devuelta a dos elefantas entrañables
Quienes trabajaron durante mucho tiempo para trasladar a los paquidermos, que eran madre e hija, de Mendoza a un santuario en Brasil están conmovidos por el desenlace, pero se consuelan por haber podido brindarles la posibilidad de regresar a la vida natural
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Murió Pocha, la elefanta que nos hizo emocionar hasta las lágrimas a todos los que la vimos partir desde el Ecoparque de Mendoza, la tarde del 7 de mayo junto a Guillermina (Guille), su hija, en cajas de hierro, especialmente acondicionadas para ellas, y desde donde podían mirarse y tocarse con las trompas. Los bocinazos del camión adonde se ubicaron las cajas delataron la alegría, no solo para la cantidad de gente que durante años había trabajado para ese momento, no sin dificultades, sino la de muchos de los argentinos que esperaban verlas partir. Llegaron el 13 de mayo por la mañana al Santuario de elefantes, ubicado en las lomadas de Chapada de Guimaraes, en pleno Mato Grosso, adonde pasarían el resto de sus vidas en una geografia y un clima similar al de su origen, y caminando kilómetros por día, en lugar de los 200 metros que tenía el foso de piedra en el que vivieron durante prácticamente toda su vida.
Pocha murió anoche, y todavía no se sabe la causa, pero en este mismo momento le realizan una necropsia para saber cuáles fueron las razones de su fallecimiento. En cuanto a Guillermina, su hija nacida en cautiverio, en Mendoza, de 25 años, y completamente dependiente de ella, dijeron hoy desde el Santuario apenas informaron de la noticia: “Como empieza a entender lo que le pasó a Pocha, Guillermina ha sido muy amable con su madre. La toca, la huele, y la acaricia con su trompa, con la cara de sentir que su madre ya no está. Aunque Guille no se posicionó completamente en el cuerpo de la madre (lo que a veces hacen los elefantes, ella maniobra muy suavemente sus patas, sobre las patas delanteras de Pocha, y se quedó allí por un tiempo. Guillermina, que estaba compartiendo los recintos cerca del cobertizo con su madre, golpeó mucho tiempo para llamar a sus amigos, y podíamos oírlos contestándole -dijeron desde el Santuario de elefantes-. Una vez que abrimos las puertas para que las otras chicas pudieran entrar, Bambi, Mara y Rana estaban allí esperando estar con Guille. Rana se acercó a Pocha y Guillermina por unos minutos” contaron.
Tuve la suerte de asistir a la llegada de Pocha a Brasil. Las doce horas que esperamos quienes hasta allí habíamos llegado para presenciar y cubrir ese momento, se hicieron cortas. Pocha tardó todo ese tiempo en abandonar la caja. Uno a uno llevaba todos los atractivos colocados frente a ella, hacia la caja: sandías, manzanas, agua, tierra; sin atreverse a salir. Solo lo hizo, cuando desde el camión, adonde todavía estaba su hija, se escuchó el agudo llamado que resonó en nuestros corazones. Ya era de noche cuando finalmente se animaron a salir de la caja y pisaron la tierra. Nadie las apuró. Todos los que allí estábamos, y quienes lo siguieron en vivo desde nuestro país, vivimos una experiencia única. La inexplicable sensación de haber devuelto la dignidad a esos majestuosos seres y de absolvernos por todo el sufrimiento infligido.
Durante los cuatro meses que Pocha vivió allí, la vimos día tras día, descubrir su vida de elefante, observar y guiar a Guillermina, su hija, hacia su nueva vida de elefanta, aquella que siempre hubiera debido haber tenido. “Era tan lindo mirar a su madre mirar a su hija descubriendo su vida”, dijo hoy Scott Blaise, el director del santuario, todavía conmovido por la muerte de Pocha. “Anoche todos estuvieron a su lado, fue lo más lindo que vi en la vida. Cómo la acompañaron a Guille, como hermanas mayores, fue emocionante. Ella está triste, pero Pocha la dejó con su manada, en compañía. No hay palabras para describir el impacto, la noche de ayer fue increíble. Todas cerraron filas acompañando a Guillermina”, añadió.
“Pocha querida: hicimos todo lo posible para que pudieras llegar antes al santuario, pero finalmente lo lograste y viste a tu hija brillar, pudiste tocar, comunicarte y compartir los últimos meses de tu vida con otras elefantas, pisar suelo de tierra y arena, pastar, explorar, pudiste ser elefanta otra vez, y lo más importante: pudiste ver a tu hija reunida con una manada con la seguridad de que nunca se quedaría sola tras tu partida. Fuiste maravillosa, y lo seguirás siendo por siempre en nuestros corazones”, escribieron ayer en el sitio del Santuario.
A pesar de la tristeza, la polémica ya empezó, pero en poquísimo tiempo se sabrán las causas de la muerte de Pocha.
Para todos aquellos que seguimos hace mucho tiempo el enorme trabajo que implica intentar reparar algo del daño infligido hacia los elefantes (consecuencia de otra época, cultura y conciencia) es sin duda un durísimo golpe. Los cuatro meses en semi libertad es nada, si los comparamos con los 45 años de cautiverio y sufrimiento. Pero para quienes presenciamos el momento en que por primera vez en su vida se arrojaban tierra, pisaban el pasto e interactuaban con otros elefantes, significa todo.
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