El obligado parate que provocó la cuarentena implicó una bocanada de aire fresco para la naturaleza y una creciente toma de conciencia sobre la gravedad de la crisis climática
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Durante el último año la naturaleza se tomó un respiro de su predador por excelencia: nosotros. El obligado parate que provocó la pandemia –devastador en incontables aspectos– significó literalmente una bocanada de aire fresco para el ambiente. La calidad del aire mejoró en el 84% de los países del mundo, según el reciente IQAir’s 2020 World Air Quality Report.
No fue el único indicador ambiental que se vio pasajeramente favorecido por las interminables cuarentenas. La mala noticia: ya hay indicios de que estas mejoras durarán lo que un suspiro. El mismo informe de la Agencia Internacional de Energía que en 2020 registró una reducción anual de 5.8% en las emisiones de CO2 provenientes de energía, la mayor caída desde la Segunda Guerra Mundial, también advierte sobre un efecto rebote debido a la reactivación económica propulsada por energías fósiles. Ya sin las restricciones del confinamiento, en diciembre los niveles de emisiones superaron a los del mismo mes de 2019.
Lo que parecería no tener retorno, en cambio, es la toma de conciencia masiva de la importancia de un ambiente sano para nuestro bienestar. Actos en apariencia triviales –y a su vez impensados para muchos un año atrás – como armar una pequeña huerta en el balcón, ver un documental sobre los océanos en Netflix, sumarse a una charla de cambio climático en Zoom o ir a una reunión en bicicleta, nos permitieron redefinir nuestro vínculo con la naturaleza. “La pandemia dejó muy claro que si millones de personas frenamos un segundo y tenemos tiempo para pensar, eso se traduce en un descubrimiento de la relación intrínseca que tiene el ser humano con el entorno natural que lo rodea”, sostiene Máximo Mazzocco, fundador de Eco House, una inquieta ONG con foco en educación ambiental.
Nunca hubo un mejor momento que el actual para imponer una agenda hacia un desarrollo sustentable
Si a este despertar colectivo se le suma el hecho de que la ventana de oportunidad para evitar un colapso climático es cada vez más pequeña, se puede afirmar que nunca hubo un mejor momento que el actual para imponer una agenda hacia un desarrollo sustentable. “Vemos un crecimiento exponencial de personas que tomaron conciencia de la crisis ambiental, que se informaron y que quieren un mundo más sostenible. Y una vez que se despiertan las conciencias es muy difícil volver atrás. Es un punto de inflexión”, opina el joven activista, una de las voces ambientalistas más potentes de la escena local, que supo compartir encuentros con Greta Thunberg.
El desafío –quizás el más crucial de la era que nos toca vivir– pasa ahora por convertir esa conciencia en acción. Es decir, pasar de las palabras a los hechos. Al respecto, entre la nueva generación de científicos, emprendedores, economistas y creadores de todo tipo que dedican su talento a encontrar soluciones a la crisis ambiental, resuena un concepto propio de la informática: resetear. Como opción superadora a la mera pausa, encuentran en la pandemia una oportunidad de resetear el sistema, de reiniciar nuestro hábitos, nuestras prioridades, nuestros valores, para luego sí comenzar a caminar con la sustentabilidad como norte.
“No podemos volver al mismo mundo que teníamos antes del Covid-19. El error más grande que podemos cometer es pensar que la recuperación es volver a nuestros hábitos de siempre”, advierte Manuel Jaramillo, director de Fundación Vida Silvestre. Y agrega: “No se puede intentar salir de una crisis económica sin tener en cuenta los aspectos ambientales. Es como pagar el mínimo de la tarjeta de crédito, seguimos acumulando una deuda que en algún momento vamos a tener que pagar, nosotros o las generaciones que vienen”.
Sin margen para seguir ensayando falsas soluciones, la necesidad de resetear también parece estar alcanzando a algunos líderes políticos. O al menos los de las grandes ciudades, donde de alguna manera se juega el futuro de la humanidad ya que, según proyecciones de la ONU, dos de cada tres personas vivirán en ellas para 2050. Un esperanzador informe de REN21, una influyente red global centrada en energías renovables, revela que el número de ciudades que han aplicado prohibiciones a los combustibles fósiles se quintuplicó en 2020. Y que hoy ya son más de mil millones los ciudadanos que viven en urbes con un objetivo o una política de energías renovables. Entre ellas, la ciudad de Buenos Aires.
Al respecto, semanas atrás se conoció la mayor encuesta de opinión pública jamás realizada sobre el estado del ambiente. “La gente cree mayoritariamente que estamos en una emergencia climática, no importa de donde sean, no importa la edad, no importa el género”, concluyeron los responsables del estudio a cargo de la ONU y la Universidad de Oxford. Y agregaron: “Nunca hemos visto nada de estas dimensiones. La población pide que se tomen acciones ya mismo”.
Mientras esperamos con incertidumbre el fin de la pandemia, algo es seguro: el planeta necesitará mucho más que un respiro para evitar una crisis ambiental. Janez Potocnik, eminente ambientalista europeo, dejó una frase que sirve de indicio de cara al futuro: “Si crees que la economía es más importante que el medio ambiente, intenta aguantar la respiración mientras cuentas tu dinero”.
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