Alejandra Uriarte tiene 45 años, vive en Florencio Varela y trata de hacerle frente a la pandemia con ventas online de ropa y otros productos. Tiene un hijo que está entrando en la adolescencia y está divorciada.
Pero hubo un episodio en su vida hace unos cuatro años que fue como un click en su cabeza. En el 2016, esta mujer estaba pasando un mal momento emocional. "Escuchaba voces en mi cabeza y me enojaba todo el tiempo. Hasta llegué a gritarle a mi nene, que en ese momento tenía 9 años", explica en diálogo con LA NACIÓN.
Encuentro con el diablo
Alejandra prosigue con el relato de ese momento que le tocó vivir: "Sentía que había algo malo en mi cabeza que me decía que hacer y los consejos siempre me hacían tener ataques de ira".
En ese momento, Alejandra no podía soportar más. "Pensé que me estaba volviendo loca. Consulté a videntes y hasta a un pai umbanda -recuerda la mujer-. Todos estaban más interesados en lo que le iba a pagar que en darme una solución. Yo seguía escuchando las voces adentro de mi cabeza que me hacían actuar todo el tiempo enojada".
Todo este proceso ocurrió a lo largo de 13 años, según asegura Alejandra. "Nunca me voy a olvidar del año 2016. De lo mal que lo pasé y del momento en que conocí al obispo luterano Manuel Acuña y me cambió la vida para siempre", recuerda Uriarte.
Expulsar al demonio
Alejandra viajó tres horas desde Florencio Varela hasta Santos Lugares para visitar a Acuña en su modesta parroquia del Buen Pastor. "Primero no quería entrar y vi la misa desde afuera –cuenta-. Pero después me recibió el obispo en forma particular. Ahí empecé a tener manifestaciones, me caí al piso y me retorcía toda. Decía frases en un idioma que nadie podía entender".
En ese momento entra en escena el trabajo del obispo luterano como exorcista. Acuña empezó a orar y usó lo que él definió en diálogo con LA NACIÓN como el maletín del exorcista. "Con las oraciones se da la batalla contra los demonios. Uso un crucifijo, agua, aceite y sal. Todo bendecido para poder darle la pelea al diablo y expulsarlo".
Alejandra tuvo tres sesiones con el religioso hasta terminar con las voces de su cabeza. De ese momento recuerda poco. Se ve en las fotos que ilustran esta nota y no se acuerda de lo que pasó exactamente. "Perdés la noción del tiempo cuando entrás en estos tipos de trance -explica Alejandra-. El obispo me dijo que pasaron como dos horas. Me sentí liberada, como que me había sacado un peso de encima, de mi cuerpo".
Llamado de Dios
El obispo luterano Acuña tiene 58 años y lleva unos 18 haciendo exorcismos. Cuenta con alrededor de 1.200 intervenciones para sacar el diablo del cuerpo de personas atormentadas.
El religioso explica que no eligió este destino. "Fue Dios que me dio este trabajo para ayudar a la gente a espantar sus demonios", explica. En ese sentido, Acuña cuenta: "Ya la noche anterior a un trabajo siento pérdida de energía. Es como si el diablo ya supiera que lo voy a enfrentar y empieza a intentar sacarme fuerzas".
Después de la expulsión, el religioso también debe descansar. "Siento un dolor corporal y fatiga como si tuviera una gripe muy fuerte. Necesito unos días para recuperarme", argumenta.
El obispo relata que los exorcismos se pueden hacer sobre las personas, las casas y los objetos. "Aunque los más conocidos son las posesiones por brujería. Igual, el que lucha contra el demonio es Jesús. Mi cuerpo y oraciones son sólo un medio para dar la batalla".
Escuela de exorcistas
Acuña fue por más y creó una escuela de exorcistas. Se denomina el curso de "Parapsicología, Angelología y Demonología" y en tres años se obtiene un título de Consultor Exorcístico. En el 2019 egresó la primera camada. De los 35 anotados, se recibieron 7. Entre los egresados está Alejandra Uriarte, que luego de su experiencia decidió sumarse "al ejército que lucha contra el diablo".
El año pasado, el exorcista argentino tuvo el reconocimiento del Vaticano. Acuña fue invitado a una conferencia sobre el tema por el papa Francisco. Allí, fue uno de los oradores del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en donde relató sus experiencias ante religiosos de todo el mundo.
El curso dura seis días y lo hacen no sólo curas, monjas y obispos de diversas partes del mundo (la mayoría), sino también laicos (entre el 20 y el 30% del público), psicólogos, psiquiatras, neurólogos, periodistas y demás personas interesadas en el tema.
De los 1.200 exorcismos, el padre Acuña nunca pudo olvidar el primero. Era una chica de 15 años que visitó la iglesia de Santos Lugares el día de su cumpleaños, un 7 de abril. "La piba se empezó a retorcer en el suelo y no la podían sostener entre ocho personas. Tenía anorexia nerviosa, según me contaron sus padres después", recuerda el obispo luterano.
En ese primero momento, Acuña empezó a orar y usó lo que tenía a mano: "Un crucifijo y un poco de agua bendita. Luego de tres sesiones pude expulsar del todo al demonio que se había apoderado del cuerpo de la joven".
"No tuve miedo. Ese día intercambié cartas de presentación con el diablo", describe este hombre que pertenece a la Asociación de Iglesias Evangélicas Luteranas Independientes, con sede en Nueva York.
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