“Mis jefes no me tenían en cuenta”
Romina es licenciada en comercio internacional y trabaja desde hace seis años como analista de exportaciones en una empresa que ofrece servicios a compañías cerealeras. “Trabajaba como loca pero sentía que para los dueños era como una planta; no le daban ningún valor a lo que yo hacía”, cuenta ahora. Un día, después de cuatro años de trabajar allí, uno de los dos dueños se la cruzó frente a la máquina de café y, como al pasar, le dijo: “Fijate si hay nuevos mercados que podamos ofrecer”.
A Romina no le importó lo informal de la escena y tomó la indicación del jefe como un una oportunidad. “Me dije ‘Esta es la mía’. Como mis horas en la oficina seguían ocupadas con las tareas que venía haciendo en el día a día, tuve que poner mi tiempo personal. Dejé todo por ese proyecto. Casi literalmente: dejé mis fines de semana, pospuse mis vacaciones, largué un curso de posgrado que estaba haciendo.”
A las tres semanas Romina le presentó al dueño un estudio sobre qué hacían otras empresas de servicios de exportación que ellos no estaba haciendo y otros países a los que esas empresas estaban exportando. El dueño lo leyó por arriba y con una mirada displicente le dijo: “Bueno, pero acá solo me mostrás lo que está haciendo la competencia. No me estás diciendo qué de esto podríamos hacer nosotros o si hay otra cosa que ellos no hacen y que nosotros podríamos encarar”. Ella tragó saliva y bronca y le puso la mejor sonrisa que podía ponerle frente a ese comentario, que terminó siendo una mueca por lo indignada que estaba. “Le pregunté, entonces, si le podía pedir ayuda a Andrea, mi compañera de área, y a José, de Administración”.
El jefe le dijo que sí. Tres semanas después (y nuevamente habiendo dejado todo de lado) le presentó una propuesta de diversificación de negocios y los beneficios de crear un área específica para llevarla adelante. El jefe tomó el documento y con un “Gracias” lo dejó sobre su escritorio mientras atendía el celular que justo sonó.
“No podía creer que hubieran elegido a otro para el nuevo puesto”
Romina empezó a escuchar rumores de que en la empresa iban a abrir un área de nuevos negocios. “Yo estaba segura de que me iban a ofrecer llevar adelante esa área. Por algo me habían pedido a mí que averiguara sobre el tema, y con la propuesta que armamos con Andrea y José, el puesto era mío”.
Pero no. El puesto fue de Gonzalo. ¿Quién era Gonzalo? Según sus compañeros, un adulador que vendía espejitos de colores. Es cierto que estaba más formado que Romina (había hecho una maestría en comercio exterior), pero también es cierto que trabajaba poco y nada, y que en el año que fue jefe de la nueva área no logró generar un solo negocio significativo. Durante ese año, lo padecieron no solo Romina, sino Andrea y José, que con los cambios habían pasado a la nueva área. “Yo no podía creer que lo hubieran elegido a él. Pero en un momento decidí dejar de pensar en eso y dedicarme a algo que me hacía mejor: ver si mis ideas de diversificación de negocios podían llevarse a la práctica. Entonces me fui reuniendo con los clientes con quienes tradicionalmente trabajaba para comentarles las nuevas oportunidades de exportación que ofrecía la empresa y los beneficios que implicaban respecto de la competencia. Y los negocios empezaron a llegar.”
Por su parte, José y Andrea, hartos del vago de su jefe, fueron a plantearle a lo dueños que era Romina quien debía estar a cargo. Los dueños ya venían pensando en la mala decisión que habían tomado al ascender a Gonzalo, y el pedido de José y Andrea les hizo darse cuenta de que Romina, a quien habían visto demasiado tímida para dirigir un área, tenía un estilo que funcionó bien cuando entre los tres habían armado la segunda parte del proyecto. Además (¿o sobre todo?), la única que había obtenido resultados concretos había sido ella y no Gonzalo.
Este martes 1 de agosto va a ser un día cualquiera para muchos, pero no para Romina, que va a asumir el puesto merecido.
¿Qué hacer para que los jefes nos tengan en cuenta?
Mercedes Korin, asesora en proyección laboral, da algunas sugerencias para quienes están viviendo una situación como la de Romina:
“Hay quienes tienden a pensar que el trabajo es solo hacer, como parece ser el caso de Romina. Piensan que a fuerza de trabajo los demás se darán cuenta de su valor. Otros, en cambio, son ‘pura espuma’ y se ocupan de comunicar más que de trabajar (por ejemplo, Gonzalo). Para ser sólidos y que además otros nos reconozcan, conviene encontrar un equilibrio entre hacer y comunicar: uno retroalimenta al otro. En el caso de Romina, comunicar hubiera sido, por ejemplo, pedirle una reunión al jefe para pedirle que le haga una devolución detallada sobre su trabajo y comentarle el esfuerzo personal que le había implicado. O también, al escuchar los rumores de la creación del área, decirles a los dueños que ella estaba interesada en llevarla adelante. Además, no solo es la propia persona la que comunica sobre su trabajo. Los compañeros de Romina se acercaron al dueño para hablar bien de ella, y que otros hablen bien suma mucho”.
“Otra cuestión que es bueno tener en cuenta es: ¿Hasta qué punto nos involucramos con el trabajo? Por una parte, Romina decidió jugarse su tiempo libre durante la elaboración del proyecto, porque ahí vio una oportunidad. Fue una inversión. En esos casos, conviene definir qué costos vamos a asumir ya que no todos los costos tienen la misma incidencia: no es lo mismo perderse algunos fines de semana que dejar de cursar un posgrado. Por otra parte, ella podría haber tirado la toalla cuando eligieron a Gonzalo, pero en cambio tuvo la audacia de hablar por su cuenta con clientes estratégicos”.
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