Tomás Beccar Varela: mirar el mundo con ojos nuevos
El entrenador de los espartanos, equipo de rugby integrado por presidiarios, destaca que, ante el delito, pueden nacer la empatía y la solidaridad
Cuando entrenaba a uno de mis hijos en el SIC, en el primer entrenamiento de la división de chicos de 9 años había unos cien; uno de ellos era Tomás Beccar Varela. Los fuimos separando en grupos de diez. En mi equipo había once; no tuve mejor idea que enviar a Tommy a un grupo donde eran menos. "No, no, no, no", me dijo mientras se escondía detrás de sus compañeros. No hubo manera de que hiciera caso, y uno de sus compañeros se ofreció a cambiar de grupo. Empezó el entrenamiento y, al momento de ensayar el tackle, a él, que era muy chiquito, lo enfrenté con el más grandote de todos. Tomás lo tacleó en los tobillos una y otra vez. Nadie lo podía creer. Actitud pura: así se ganó el respeto de los chicos, y el mío. La actitud se veía, estaba ahí, sólo había que trabajarla un poquito. A partir de entonces, lo entrené durante ocho años. Y también entrené a Los Espartanos.
La familia de Tomás fue asaltada en su casa este año. Un episodio violento. Su padre estuvo internado con lesiones un mes. Un día de septiembre recibí una llamada telefónica.
-Coco, ¿te puedo pedir un favor? -me preguntó Tommy-. ¿Viste el episodio de casa? Yo quiero que esa persona que entró a robar juegue para Los Espartanos.
Pensé que quería trompearlo un largo rato para sacarse la bronca. Me dijo que no era así.
-Lo que quiero es acompañarlo para que conozca a Los Espartanos y que, cuando salga en libertad, no robe nunca más -respondió.
La primera reacción que tuvo cuando vio a Javier con el cuchillo en el cuello de su hermana fue insultarlo. Ahí intervino el padre y lo frenó. Javier liberó a la hermana y amenazó al padre con el cuchillo antes de intentar escapar. Un policía empezó a disparar contra ambos como si fueran dos delincuentes, sin percatarse de que uno de ellos era un rehén. Debieron hacerle tres operaciones. Averigüé el nombre del chico, fui a la comisaría. Entré en el calabozo: Javier Cardozo no podía creer que Tomás quisiese que él jugara al rugby. Una y otra vez, preguntó si era en serio.
Algo más de un mes después del asalto, Tommy vino al primer entrenamiento. De casualidad, formaron parte del mismo equipo. Un momento estuvo espectacular. Tomás es más expresivo; Javier está muy volteado todavía, lo único que decía era gracias y perdón. Fue un partido emocionante. Cuánto ejemplo está dando Tomás; y cuánto Javier, aunque todavía le falta mucho por recorrer, por demostrar que puede cambiar. El primer paso está dado. Se animó a participar en este equipo, a buscar otra oportunidad. Ojalá el tiempo nos de la razón: a Tomás, en primer lugar, y a todos los demás, después. Ojalá el cambio sea posible.
Cuando Tommy terminó de contarle a sus padres esta historia, su papá le dijo que le mandara un abrazo de su parte a Javier. La madre le envió a prisión shampoo, toalla y jabón. Apoyándolo, padre y madre le enseñaron que es posible pensar el mundo de otro modo.
Del editor: ¿por qué es importante? Existen otros modos de mirar la delincuencia. A veces, se puede impulsar una nueva oportunidad
Eduardo Oderigo