Miopía. Cada vez más chicos usan anteojos
Así lo muestra un trabajo local; lo atribuyen a la falta de exposición a la luz solar y a un aumento de la lectura en papel
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Se los ve en las plazas, en las calles y en las escuelas: cada vez es mayor el número de chicos que usan anteojos. Lo confirman las estadísticas. Según un artículo publicado hace ya cinco años en la revista Nature, en China las cifras de miopía entre adolescentes y adultos jóvenes llegan al 90%; en Seúl, el 96,5% de los de 19 años son miopes. El dramático aumento del alargamiento axial del ojo, que dificulta la visión de lejos, también afecta a la mitad de los jóvenes norteamericanos y europeos, una proporción similar a la que se registra entre británicos de 20 a 25 años.
Si estos números hicieron saltar las alertas, aún más inquietud generan cuando esta distorsión refractiva se da en menores de 10 años, una edad en la que el ojo es lábil y crece más rápidamente, lo que puede llevarlo a tener una miopía de seis dioptrías o más en pocos años; algo que, más tarde, se asocia con cambios degenerativos en la retina (tales como cataratas y glaucoma).
Ahora, en un trabajo pendiente de publicación “Progresión de la miopía durante el confinamiento en la Argentina”, que ya se puede consular en el repositorio de preprints de The Lancet, un grupo de oftalmopediatras de nuestro país muestra que la progresión de este trastorno en chicos se aceleró alrededor de un 40% solo durante 2020.
“Hubo una diferencia de alrededor de -0,40 dioptrías entre 2018 y 2019 y una de -0,60 entre 2019 y 2020 –detalla Carolina Picotti, especialista del Centro Médico Lisandro de la Torre, de Villa María, Córdoba, y primera autora del estudio que incluyó a 115 chicos de 5 a 18 años que asisten a controles regulares en Santa Fe, Tucumán, Chubut, Neuquén, Córdoba, Buenos Aires–. Esto nos permite evidenciar lo que sospechábamos, que la progresión de la miopía está condicionada por factores ambientales, algo que se está estudiando mucho en los últimos años”. Estas condiciones se vieron potenciadas durante los encierros prolongados y obligatorios que las familias experimentaron el año pasado por la pandemia, no solo en la Argentina, sino también en otros países del mundo.
La miopía se define como un alargamiento del ojo, que necesita corrección para ver de lejos. Ahora se sabe que crece más de lo debido cuando está muy estimulado por recibir poca luz solar y por mucha lectura.
Según explica Roberto Borrone, titular de la cátedra de Oftalmología del Hospital de Clínicas, “cuando se hace un esfuerzo prolongado de enfoque, se produce una pequeña falla que determina que la imagen quede levemente desenfocada sobre la retina. Frente a esto, las células nerviosas liberan un mediador químico que actúa sobre la parte blanca de la pared del ojo, denominada esclera, y esto hace que el ojo se alargue. Pero se descubrió que la luz solar hace que células de la retina liberen otro mediador químico denominado dopamina, que actuaría como un protector contra la miopía evitando el alargamiento patológico del ojo”. Cuando el estiramiento de la retina se prolonga durante años, esta puede adelgazarse y conducir a trastornos más graves.
Picotti integra el grupo de trabajo en miopía infantil que se creó en la Sociedad Argentina de Oftalmología Infantil para investigar el trastorno y analizar la mejor forma de tratarlo. Entre sus impulsores está Rafael Iribarren, reconocido por sus colegas como uno de los mayores especialistas locales en este tema. Para el oftalmólogo, es imprescindible que los pediatras estén al tanto de estas investigaciones para que puedan derivar a estos chicos rápidamente al oculista y que se los ponga en tratamiento.
“La prevalencia de miopía en nuestro país es baja, no llega al 15% en los adultos, más del 22/25% en las poblaciones universitarias y solamente 3 a 4% en los niños de 10 años –explica Iribarren–. Pero hay alrededor de cinco millones de niños dentro de ese rango de edad; tenemos un trabajo por delante para prevenir la miopía en muchos, o tratar a los que comienzan a evidenciarla. Cada vez hay más acuerdo, incluso entre los genetistas, en que las razones que condicionan este desorden son ambientales: estar todo el tiempo leyendo y no salir al aire libre”. El encierro obligado de varios meses fue una suerte de experimento involuntario que permitió verificarlo.
Para respaldar esta hipótesis, el especialista menciona que hace 30 años, antes de la revolución cultural y de que China pasara de ser un país pobre a la potencia mundial que es en la actualidad, la prevalencia de miopía infantil era del 5%, parecida a la que se da en la Argentina. Hoy, se multiplicó varias veces y llega al 30%.
Este indicador cambia mucho con la edad. A los seis años, antes de que los chicos empiecen a leer, el 1% en casi todas las poblaciones es miope. Luego, ese número va creciendo año a año. “En la Argentina, la prevalencia es de un 1% a los 6 años, 6% a los 12, y 12 a 15% a los 15 –subraya–. A medida que pasan más años de lectura, cada vez van apareciendo más chicos miopes”. Como prevención, se recomienda que estén dos a tres horas por día al aire libre mientras hay luz (diurna) y hacer consultas frecuentes, porque un oftalmólogo especializado puede detectar un par de años antes de que se manifieste qué chicos van a padecer este trastorno (midiendo el crecimiento del ojo con un método no invasivo).
Actuar cuanto antes
Muchos padres y madres miopes desde la época de la universidad naturalizan el trastorno y no le asignan mayor importancia. Son un grupo en el que este trastorno no suele exceder las tres dioptrías. Sin embargo, cuando la patología empieza a los 6 o 7 años, puede llegar a la edad en que se estabiliza, alrededor de los 20, con un monto que no permite operarla (más de seis dioptrías).
“En la miopía infantil, el ojo crece más de la cuenta y puede poner en peligro la visión –advierte María Martha Galán, exjefa de Oftalmología del Hospital de Niños de La Plata y coordinadora del grupo de estudio de la miopía infantil de la Sociedad Argentina de Oftalmología Infantil–. Uno la neutraliza con anteojos, pero esa retina que se está estirando un día puede desprenderse, otro hace una atrofia y eso con los anteojos no se cura”.
Si bien no se puede revertir, sí es posible retrasar su aparición o disminuir su progresión. “Cuando un chico tiene determinadas características y vemos ciertas señales en el examen de ingreso al colegio, sabemos hasta con tres años de anticipación que va a ser miope –explica Galán–. Lo primero que hay que hacer es modificarle los hábitos: tiene que estar mucho al aire libre y disminuirle en lo posible el trabajo de cerca; por ejemplo, viendo la posibilidad de estudio en grupo, para que vaya alternando con otros el tiempo de lectura”.
Los oftalmólogos tienen tres métodos para retardar la progresión: lentes habituales, pero con diferente aumento en el centro y en la periferia (si enfocan el punto central de la retina, pero todo el resto está desenfocada, estimulan el crecimiento del ojo), lentes de contacto rígidas que se usan durante la noche, o gotitas de atropina.
“Primero, les damos anteojos con aumento diferente en toda la superficie para que cada punto de la retina esté enfocado –destaca Galán–. Cuando son un poquito más grandes, disponemos de lentes de contacto que tienen el mismo principio que los anteojos aéreos: diferentes aumentos a distintas distancias del centro. Son rígidas, se colocan de noche y modifican la curvatura de la córnea (la aplastan). Durante el día no precisan anteojos. Y por último, las gotitas. Cualquiera de esos métodos es mejor que el anteojo convencional, porque ese deja el ojo librado a su evolución natural”.
Según estos especialistas, que elaboraron un protocolo publicado por el Consejo Argentino de Oftalmología, las gotas de atropina son las más efectivas. “Es lo que recomiendan la OMS y la Sociedad Mundial de Oftalmopediatría, pero todavía no es un tratamiento aprobado por la FDA, nos basamos en consensos”, destaca Galán.
“La atropina tiene una enorme ventaja frente a los anteojos especiales y las lentes de contacto: es mucho más económica y no exige instrumental complejo para indicarlas, solo unas gotitas para dilatar las pupilas –subraya Iribarren–. Es un tratamiento que se publicó en 2012 y fue aceptado por la OMS en 2017/18. El médico hace la prescripción magistral, y se colocan todas las noches durante seis meses o un año para ver si la miopía se detiene. Si es así, se continúa un año más, siempre bajo control oftalmológico. El único efecto adverso registrado en algunos chicos es alergia, en cuyo caso se suspenden. Mientras la ortoqueratología y las lentes especiales detienen un 50% la progresión, la atropina detiene un 70% u 80%. Dicho de otro modo: si un chico tiene un año -1 y al año siguiente -2 de miopía, y se tratan tres chicos con estas características, en dos se detiene completamente y uno sigue avanzando a la mitad del ritmo”.
En la Argentina, la incidencia (número de casos nuevos por año) de este cuadro visual todavía es baja: 2% a 3% en cinco años. En cuanto a la progresión, el avance promedio prepandemia era de alrededor de 0,25 dioptrías, o sea la cuarta parte. “Acá todavía los chicos tienen ventanales grandes y no se pasan el día leyendo, sino que juegan a los videojuegos. Y se asoció la miopía con leer, pero no con videojuegos –comenta el especialista–. Un estudio que vinculó la prevalencia de miopía infantil de los países con las pruebas PISA descubrió que cuanto más alto estaban en el ranking, más miopía tenían. Lo que es bueno en un sentido es malo en otro”.
Durante el día, “los chicos tienen que salir a la plaza, al patio, a la terraza o al balcón, cualquiera de esas alternativas es mejor que quedarse adentro a leer –insiste Galán–. En un experimento que hicieron en los Estados Unidos, dividieron las escuelas de una ciudad en dos grupos: las que tenían los recreos de siempre y las que ofrecían 30 minutos más de actividades de aire libre. De 1º a 8º año, las segundas tuvieron la mitad de miopes comparadas con las primeras”.
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