“Mi vida se desmoronó”. Cómo conviven con dolores físicos, temores e incertidumbre sobre el futuro pacientes operadas por Lotocki
No saben qué sustancias les aplicaron; algunas no pueden ni usar medias por el ardor en sus piernas; historias desesperantes y sin respuestas
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Julieta Miranda no puede estar mucho tiempo sentada, menos en bancos duros. Le da vergüenza que los profesores la miren en la facultad porque se mueve mucho, pero no aguanta. Silvana Di Raimondo necesita hacerse cuatro veces por día un lavaje con suero para evitar que su nariz se infecte. María Celeste duerme casi sentada, de costado, con las piernas colgando fuera de la cama, no se puede tapar porque el ardor que siente en ellas. No tolera las medias, no puede encender la estufa o el aire acondicionado.
Se suele repetir que es metacrilato, pero quizás algo de lo más desesperante es que ni siquiera saben qué o cuál es la sustancia que Aníbal Lotocki, que se hacía llamar cirujano pese a no ser un médico especializado en cirugía general ni cirugía plástica y reparadora registradas -según sostuvo en abril pasado el fiscal Pablo Recchini en la investigación por la muerte de Rodolfo Cristian Zárate-, introdujo en sus cuerpos.
“Un producto de relleno no identificado que contenía microesferas de polimetilmetacrilato (PMMA) en lugares del cuerpo en que está prohibido su uso y en cantidades superiores a las sugeridas por los médicos”, sostienen en la acusación en la causa en la que fue condenado a cuatro años de prisión y cinco de inhabilitación para ejercer la medicina tras haber sido encontrado culpable del delito de lesiones graves, donde las víctimas fueron Silvina Luna, Stefanía Xipolitakis, Gabriela Trenchi y Pamela Sosa, según se informó en www.fiscales.gob.ar.
“Es polímero industrial. Es la resaca del metacril, es lo que sobra del plástico. Somos la basura de un plástico y eso es lo que tenemos nosotros en el cuerpo. Por eso se está muriendo la gente”, resumió Xipolitakis frente a la casa de Lotocki en la marcha en reclamo por sus víctimas, que se realizó el miércoles pasado, luego de la muerte de Silvina Luna y remató: “Me puso veneno”.
“Vivir con esto es un calvario”, dice a LA NACIÓN María Celeste. Se operó sus glúteos en 2009. “Fui al cirujano de las famosas. Yo veía que Moria Casán y Carmen Barbieri lo recomendaban. A mí no me durmió. Me puso boca abajo con una anestesia local. No me hizo prequirúrgicos, nada. El mismo día que lo conocí, con un turno que me había sacado una amiga ya me inyectó. Yo le había pedido glúteos y después él me dijo que me había puesto en las piernas y en las pantorrillas”, recuerda.
Pasaron tres años y empezaron los problemas: se le hinchaban las piernas. María Celeste había subido de peso y pensaba que era por eso. Tras varias consultas empezó con un tratamiento de varices, después le diagnosticaron una infección crónica y la medicaron con corticoides.
“Nunca pensé que era esto, no asociaba eso. Hasta que, cuando Silvina Luna empezó a decir lo que tenía, empecé a atar cabos y a tomar conciencia de que mis problemas de salud eran por esto”, narra. En simultáneo consultó con un cirujano: “Me inyectó un corticoide me dijo que eran dos por año, pero que no me podía intervenir, que tenía que ir a hablar con el cirujano que me operó”.
La clínica no era la misma y era difícil contactarlo. Finalmente lo logró sacando un turno con el nombre de su novio. “Cuando fui a verlo me dijo que no se acordaba de mí, que éramos todas iguales y que el producto había migrado porque yo había engordado”. Le propuso operarse de nuevo y le mostró casos exitosos. “Yo salí de ahí ilusionada porque había aparecido una solución y fue mi novio el que me dijo que no me opere, que lo había googleado y tenía un montón de problemas”.
Hoy, hace tres años que María Celeste, de 45 años, vive con dolores, como pinchazos que se intensifican en los tobillos. No puede usar medias, no puede tener una estufa prendida cerca, no puede usar el aire acondicionado. “Si pongo la calefacción en el auto la tengo que apagar porque me arde y cuando pongo el aire frío me pasa exactamente lo mismo”, cuenta.
“Mi vida es deprimente”
No se puede golpear, porque se le arman pequeñas inflamaciones que le arden y duelen. No puede hacer actividad física o manejar mucho tiempo. “Tengo que ir vendada y con una conservadora de hielo al lado. Esa es mi vida. Hay un montón de cosas que no puedo hacer. Mi vida es deprimente”, dice María Celeste y continua: ”Es angustiante. Quizás me invitan a tomar sol en verano y no lo puedo hacer porque las piernas se me ponen negras y toman temperatura”.
Duerme de costado, casi sentada con las piernas fuera de la cama. “No me puedo tapar porque me quema y en el verano me pasa todo lo contrario, cuando prendo el aire acondicionado tengo que taparme porque me quema. El frío me hace mal y el calor también”, narra.
Siente también granulomas, definidos como áreas pequeñas de inflamación, en la cintura, pero todavía no le duelen. “Si yo hubiese sabido no me inyectaba esto. Yo ahora quiero saber qué me puso, necesito saber cómo va a ser mi vida”, dice María Celeste. Es viernes y cerró su centro de estética porque al día siguiente tiene una jornada larga. “Como no puedo estar mucho parada, trato de guardarme hoy para mañana poder estar todo el día. Me vendo las piernas y como que se me sostiene y no duele. Si no piso y siento que me retumba todo”.
Nunca se animó a operarse para sacarse el producto. Cuando consultó la frenó el sentimiento de que nunca más podría mostrar estéticamente sus piernas, por las cicatrices. “Yo lo tengo en los músculos ya. Ayer lo hablaba con mi mamá y yo no sé el tiempo que me queda. Quiero que me ayuden para que me pueda tratar y saber que tengo. Hoy me operaria porque estoy más grande. Hay gente que viajó a Colombia, yo no tengo ese poder adquisitivo, imposible”.
La cirugía para extraer este material es una incisión que sigue la curvatura de los glúteos. “Hay que separar toda la grasa y la piel del músculo e ir a sacar los granulomas uno por uno”, explica a LA NACIÓN Edgardo Bisquert, el presidente de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora (Sacper). Aunque las ecografías o las resonancias permiten imaginar cuál es el producto utilizado señala que la precisión solo llega con la operación.
“Los biopolímeros son todos derivados del petróleo que producen efectos locales de dolor, calor o rubor, se palpan como durezas en la zona. Las manifestaciones a nivel corporal alteran el sistema inmunológico y del metabolismo que es lo que termina generando la hipercalcemia y la insuficiencia renal”, precisa sobre los efectos de estas sustancias en el cuerpo.
Silvina Luna llegó a estar en la lista de espera del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (Incucai) para un trasplante de riñón por la insuficiencia renal con la luchaba desde hacía una década tras el procedimiento estético que le realizó Lotocki en 2010.
Bisquert precisa que antes de realizarse una cirugía es necesario que el paciente reciba el consentimiento informado para que sepa el procedimiento al que se va a someter con tiempo de anticipación. “No sirve un consentimiento hecho inmediatamente antes de ingresar. El paciente tiene que tener tiempo de leerlo y ver si le surgen nuevas preguntas”, explica el cirujano.
Insiste, además, en otra serie de precauciones como el sticker que deben tener los productos inyectables. “Además de ver la caja de lo que se les va a insertar, al paciente le deben entregar los stickers de cada producto donde se identifica la marca y el número de lote para establecer la trazabilidad. Deben estar en el consentimiento, en la historia clínica y en el protocolo quirúrguico o de tratamiento”, precisa.
Advierte sobre el riesgo de las redes sociales y apunta, también prestarle atención al título de especialista o cirujano certificado a la hora de elegir a un profesional que es posible de verificar en las páginas del Ministerio de Salud nacional o provincial o en la de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica.
Silvana Di Raimondo se enteró que tenía granulomas el día que se intoxicó en su trabajo y no pudieron inyectarle un antiespasmódico. Se operó por primera vez en abril de 2021, la última intervención fue hace tres meses. “Lo conocí por mi expareja físico culturista. Yo era una mina común y él tenía poder adquisitivo para bancar eso y me dijo que conocía a un cirujano”, cuenta. Y sigue en diálogo con este medio: “Primero me hice una lipoescultura, que se hace en dos veces. Después me dijo ‘ya que estamos te pongo cola’, no me gustó y fui de nuevo. Me empezaron a salir moretones y él me decía ‘ponete hielito’”.
“Mi vida se desmoronó”
A los seis meses le explotó y empezó a salir pus. Un cirujano le dijo: “Yo no me puedo responsabilizar de esto”. Le daban antibióticos, pero le decían que tenía que ir a ver al cirujano que la operó. Después fue el turno de su nariz. “Mi vida se desmoronó. No entendía nada, no sabía qué me estaba pasando. Y después no te atiende nadie, tenés que ir a él, te querés morir”, relata.
Hace ya dos años que está medicada por la infección de su nariz y le afectó el hígado. “Tres veces me operó la nariz y hoy, ese el problema. Nadie me lo puede tocar. Me puso un producto en la punta, qué producto me puso, Dios sabrá”, agrega.
Hoy, además de un orificio tiene un hundimiento. Cuatro veces por día necesita hacerse un lavaje con suero. Además de usar varias cremas. “Estoy medicada psiquiátricamente, sumado a protectores gástricos para protegerme por todo lo que tomo. Las cremas para la nariz también son carísimas”, cuenta Silvana.
Y sigue: “Me cuesta respirar. Me lastimó todo por dentro la nariz, se me perforó el tabique entonces también se me infecta por eso. Yo necesito un cirujano otorrinoplástico que encima se tiene que animar y además no puede estar infectada en ese momento porque sino la infección se me puede disparar. Me cotizaron US$7000”.
Tuvo que cambiar de puesto en su trabajo y dejar su lugar como jefa. “No puedo capacitar personas”, explica. Al igual que a otras víctimas, también tiene dolores en el ciático. “Es como que te va comiendo por dentro, a mí me comió la masa muscular. Quedás patitas de tero. Quise comprarme proteínas y me hizo peor”.
Radiografías, tomografías, análisis de calcemia son algunos de los tantos estudios que tendrá que enfrentar en los próximos días. “Ya me hice el cronograma y le mandé a mi jefa cuando voy a faltar. Hay días que me encierro y no quiero hablar con nadie porque tengo mucha bronca. Yo nunca jodí a nadie, no me merezco todo esto”, cierra.
“Lo primero que me pasó es que cambió la forma de la cola, es como que iba cayendo y tomaba un peso distinto. Y con eso me salieron varices, granos, moretones, un color medio raro”, cuenta Julieta Miranda, nacida en Perú, que se operó a mediados de agosto de 2011.
“Fue todo muy rápido, muy precario”
Recuerda que en ese momento no existía la ley de identidad de género, no tenía documento argentino todavía y se operó con un pasaporte vencido. “Fue todo muy rápido, muy precario. Nunca me hizo una ficha, no me hizo preguntas sobre si tenía alergias, por ejemplo”, relata.
“Me operé para tapar un montón de inseguridades y sentirme mejor y fue al revés. Fue peor, tuve que pagar un montón para verme peor. Me puso más producto y mis patitas quedaron finitas. Capaz me habrá hecho una liposucción, no se”, se pregunta Julieta, que se define como una mujer trans. Trabajaba en la calle y destinó todos sus ahorros para la operación.
Los dolores son como si fuera una presión en los músculos. “Si estoy mucho tiempo sentada, me dan puntadas. Me hago masajes, cambio de posición. No puedo estar mucho tiempo sentada, en lugares sin alcochanamiento, bancos duros, es terrible. Ahora que empecé a estudiar en la facultad me muevo demasiado y me cambio de posición porque me duele”, describe la estudiante de abogacía del Instituto Universitario Nacional de Derechos Humanos.
“En 2018 llamé para preguntar por los moretones y me dijeron que estaban cobrando la consulta, cuando yo fui no. Y ahora para sacármelo es más caro todavía”, agrega Julieta, poco esperanzada sobre poder acceder a esa posibilidad.
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