"Mi padre se fue como quería: trabajando"
El recuerdo de Carlos, su hijo mayor: "No hay que lamentar nada"
Carlitos Páez habla de su padre con serenidad y alegría, como si el artista multifacético hubiese emprendido otro viaje.
"No hay nada que lamentar porque mi papá se fue como quiso: trabajando todo el tiempo. No paraba un segundo", dice a LA NACION el hijo mayor de Carlos Páez Vilaró, uno de los 16 sobrevivientes de la Tragedia de los Andes, en la que un avión que llevaba 45 pasajeros a Chile se estrelló en la Cordillera, en 1972.
"Él adoraba lo popular y era un loco del trabajo. Le gustaba hacer de todo. Barría la casa, se hacía la cama todos los días", recuerda el hijo mayor de Páez Vilaró, que se dedica a dar conferencias motivacionales sobre la base de su experiencia de vida.
"Mi padre estaba dibujando el boceto de un monumento para el Estadio Centenario de Montevideo inspirado en el Maracanazo [aquella victoria por 2 a 1 de la selección de fútbol de Uruguay en la final de la Copa Mundial de 1950 frente a la selección de Brasil en el Maracaná, en Río de Janeiro]", explica Carlitos.
La obra de Páez Vilaró es tan variada y prolífica, que se hace difícil elegir un trabajo. Sin embargo, su hijo no duda en responder: "Para mí, la obra más linda de papá es el mural que pintó de Carlos Gardel sobre el costado de un edificio de la avenida Figueroa Alcorta, arriba del restaurante Rond Point, en Buenos Aires".
Las enseñanzas de padre a hijo que recuerda son infinitas. "Era una excelente persona y un padre muy cariñoso. Me inculcó algunas nociones básicas para la vida que me ayudaron en los momentos más duros: todo el tiempo hacía hincapié en la importancia que tiene la puntualidad; siempre respetaba a todas las personas por igual. Su honestidad también era constante y me enseñó a terminar todo lo que había empezado", agrega Carlitos.
El tenía 18 años cuando se subió a un avión junto con sus compañeros de rugby del Colegio Old Christians, de Montevideo, y terminó luchando por su vida tras un trágico accidente en la cordillera de los Andes.
Apenas se enteró de la noticia, su padre viajó a Chile, con poco equipaje, sin saber que tardaría tres meses en encontrar a su hijo. El parecía ser el único en mantener la esperanza.
A los ocho días del accidente aéreo, las autoridades dieron por muertos a todos los pasajeros y tripulantes. Páez Vilaró, convencido de que su hijo había sobrevivido, reclutó voluntarios y hasta consultó videntes para internarse en las montañas en una búsqueda desesperada que dio sus frutos.
Poco antes de la Navidad de 1972, Carlos Miguel Páez Rodríguez apareció como uno de los 16 sobrevivientes, en una odisea que luego sería retratada en el film Viven .
Años más tarde, Páez Vilaró relató esa situación en su libro Entre mi hijo y yo, la Luna. La odisea de un padre en la tragedia de los Andes, del que se hicieron cuatro ediciones.
"Me instalé en Chile los tres meses y veía a Carlitos vivo en todos lados. Le gritaba, corría a abrazarlo y no era él. Pero esa certeza y la cadena de solidaridad espiritual hicieron que lo encontrara. Los chilenos me dieron todo sin pedirme nada", recordó en una entrevista el año pasado.