Mi hija y yo: "Te quiero, te odio, dame más"
Algunas claves para entender las dificultades propias del vínculo y aprender a generar una relación de confianza
Ella juraba que la de la foto era ella. Yo le explicaba que era yo, a su edad. Ella insistía: ¡Es Luli! Tiene razón, la apoyaban sus hermanos. Son idénticas. Por mucho tiempo, hasta que fue un poco mayor, no hubo forma de hacerle entender que la de la foto, una morochita de pelo largo, muy parecida a ella, con los ojos achinados por el reflejo del sol, y el gesto de sostener el peinado del lado que no estaba sujeto con la hebilla, tenía 5 años y ella, por entonces solo 2.
Así fue como un día me di cuenta de que ya nunca más estaría sola en la vida. Ahora tenía una “mini me”. Una revelación palpable, que me produjo entusiasmo y escozor al mismo tiempo. Si no podíamos diferenciarnos en una foto, ¿podríamos diferenciarnos en la vida?
¿Se haría realidad esa advertencia de mi madre? Cuando tengas una hija me vas a entender. ¿Y si se cumple la amenaza? Tu hija te va a cobrar todo lo que me hacés a mí.
Por suerte no pasó nada de eso… Mi relación con mi hija estuvo desde el principio llena de diálogo, entendimiento, amor, armonía. Puede decirse que era idílica, ejemplar, perfecta y todos los adjetivos positivos que se puedan encontrar. ¡Hasta me confiaba sus secretos!
Pero un día, todo cambió. No hubo preaviso. Ella entró a su preadolescencia y yo me convertí de repente en la peor mamá. Ahora no entiendo, la critico, no la quiero, me meto demasiado, o no me intereso en ella, lo que a mí me gusta, ella lo detesta y así entramos en un circuito en el que basta una palabra, una pregunta mía para que empiece la pelea.
Su angustia me angustia. ¿Será que no la entiendo? ¿Soy la peor mamá? ¿Las demás mamás son más buenas que yo? ¿Soy demasiado estricta? ¿Y si es cierto que yo no la dejo hacer nada? ¿Y ahora, cómo seguimos?
Son muchas preguntas, pero la licenciada Cecilia Zugazaga, psicóloga especialista en familias y vínculos, docente de la UAI, comienza por ordenarlas. "Hay innumerables razones por las que una mamá pelea mucho con su hija a partir de su preadolescencia, algo que continuará y se intensificará en la adolescencia", introduce. "En ese sentido se pueden comprender algunos aspectos universales de ese período típico de la vida, en la que una joven 'adolece' y no pocas veces, simultáneamente la mamá también 'adolece' en su menopausia. El simple resultado de esta ecuación es un cortocircuito hormonal seguro", señala.
La cosa no es personal
Pero más allá de la situación particular en que coincidan los cambios de ciclo vital en madre e hija, comprender lo que se juega en la adolescencia es clave para poder acompañar a nuestra hija sin tantos chispazos. "La adolescente está en un período de su vida en el que tiene que estructurarse, armarse, definirse", prosigue la explicación de Zugazaga. "En este trayecto cuenta con todos los recursos y las limitaciones que obtuvo de su mamá (el modelo con el que aprende a ser mujer), barajarlo con lo que aparece en las demandas de su época, los estilos femeninos, andróginos o masculinos; sus propias aspiraciones y en general la indecisión vocacional y hacer con eso lo que puede".
¿Pero por qué tengo que "ligarla" yo? nos preguntamos confundidas. Porque precisamente, para lograr superar todos los desafíos de la adolescencia, nuestra hija tiene que librar batallas internas contra la obsolescencia de sus propias creencias heredadas, y, como subraya Zugazaga, "el modo más seguro, es librarlas precisamente con alguien que tiene el patrimonio absoluto de las mismas y el corazón grande como para resistir los embates sin dejar de amarla, es decir: mamá".
¿Y por qué me contradice en todo? ¿Es normal, me tocó una hija "mala" o algo estoy haciendo mal? Por lo dicho, se entiende que es propio de la adolescencia contradecir a los mayores. Sin embargo, en la época actual el conflicto se vuelve más intenso que en las generaciones pasadas. Según señala Zugazaga, "Esta generación de padres de adolescentes ha tenido muchas dificultades para poner límites a sus hijos. Si bien el diálogo y la comunicación que hoy se tiene con los hijos es mucho más amplia, lo que es bueno para poder acompañarlos y disfrutar del vínculo, también ocurre que se ha sobre valorado el poder de la negociación, hay familias en las que todo resulta discutible. Eso genera una contradicción permanente en la que los jóvenes captan esta inseguridad de los padres y entran en juegos de poder.
La misma lectura realiza la licenciada Claudia Messing, psicóloga y socióloga, presidenta de la Asociación Argentina de Terapia Familiar y autora de Cómo sienten y piensan los niños de hoy y directora del curso Escuela para Madres y Padres. A este fenómeno de la época actual en la relación de padres e hijos, Messing lo identifica como una relación de "simetría".
Juntas a la par, pero no simétricas
"La simetría es un cambio psíquico estructural de las nuevas generaciones, por la cual desde que los niños nacen desde la primera identificación con sus padres copian a los padres como si estuvieran frente a un espejo y quedan ubicados en paridad con el adulto pero al mismo les cuesta mucho más la separación, la individuación", explica Messing. Esta crianza en espejo del chico con los padres, promueve que los niños se mimeticen con ellos tanto con sus saberes como con sus angustias, sus preocupaciones e incluso con sus historias no resueltas. Lo notamos cuando hablan con nuestras mismas frases, expresan nuestras ideas, algo que va más allá de jugar a la mamá y ponerse nuestros zapatos o collares. Va en que usan realmente nuestros maquillajes a edades cada vez más tempranas o toman nuestro celular y descargan aplicaciones como si fuera propio (¡aun cuando tienen el suyo propio o su tablet!). "El chico espera que sus padres sean su espejo también", prosigue Messing, "cuenta con ellos como si fueras su brazo ejecutor. ¿Entonces qué pasa cuando el brazo ejecutor no responde a su deseo, a su pedido? El chico se vulnera, se lastima, se siente no querido, hace berrinches y cuando llega a la adolescencia, surgen confrontaciones más fuertes; cada vez que el o la adolescente siente que sus padres no corresponden con su criterio, se enoja, se siente poco valorizado, poco respetado y reacciona muchas veces con enojo y con violencia".
Para romper ese circuito de simetría pero no caer en el autoritarismo, esa costumbre antigua que alejaba a padres e hijos, provocando sufrimiento en lugar de encuentro y comprensión, es preciso que aprendamos a manejar la comunicación en forma efectiva.
Volviendo al vínculo entre madres e hijas, cabe aquí citar un ejemplo tomado de la vida real. Escuché esto en la sala de espera de un médico de adolescentes. "No te entiendo… ¡Qué falsa que sos! ¿Por qué me hablás?... Si te molesta todo lo que hago, ayer le dijiste a papá un millón de cosas sobre mí y ahora me querés hablar… Sos bipolar. Juro que no te entiendo. Yo si no me banco a alguien no tengo ganas de hablarle".
Una escucha rápida de la frase me llevó a pensar que quien se expresaba así era una de las varias adolescentes que esperaban en el lugar, como yo lo hacía con mi hija. Levanté la vista y pude notar que quien estaba visiblemente enojada con la vista fija en el televisor era una señora de unos pasados cuarenta (otro de los tintes de esta época: la dificultad de calcularnos la edad, pero ese es otro tema) y a su lado, una chica que la miraba anonadada, sin saber muy bien si responder o qué. Optó por callarse y sumergirse en la pantalla de su celular.
La frase me shockeó tanto (no por juzgar a la mamá sino porque me llevó a preguntarme si yo iba a hablarle alguna vez así a mi hija), que tuve que compartir mi confusión con la experta consultada. Para Messing la situación puede leerse como la de una madre desbordada que no sabe cómo acceder a su hija, que se lastima y se ofende por las cosas que la hija le dice y que no puede encontrar una manera de llegar a ella en forma más sana y constructiva. ¿Cómo podría haberse resuelto de otra manera? Diciéndole a la hija que a ella la lastima como le habla a veces, que en lugar de expresarle lo que siente recurre al padre y la deja en un lugar muy feo, que a ella le gustaría poder hablar más tranquilas, entender qué es lo que le duele o le molesta, poder hablar con serenidad para construir acuerdos que permitan respetarse mutuamente.
Bajar la exigencia, acompañar mejor
Uno de las dimensiones de la simetría, según el concepto de Messing es la hiperexigencia, tanto de parte de los hijos como de los padres.
Para poder mejorar el vínculo Zugazaga recomienda no dar tantas vueltas pensando que es difícil o imposible logra un acercamiento. "Simplemente, acercate, no trates de minimizar lo que le pasa a tu hija", propone, "Entendé que la pelea con el amigo o el pelo enrulado realmente representan un drama tan existencial para ella como la protección de las ballenas o la corrupción política. Dejala que se enrolle todo lo que quiera y acompañala a encontrar la punta del ovillo de sus preocupaciones, sin darle indicaciones; esto vale también para cuando el nudo se le hizo porque dijimos "'No" o "Basta". Confiemos en que nuestras hijas van a sacar sus recursos para resolver sus vidas con éxito".
Por su parte, Messing añade que la crítica de la adolescencia tiene que ver con su hiperexigencia y con la falta de individuación con los padres, entonces como los ven a ellos como su brazo ejecutor, les da vergüenza que tengan determinadas actitudes, que bailen, que canten, que se pongan determinada ropa y ahí viene la hipercrítica que también se vuelca contra ellos mismos. Porque se hiperexigen la perfección y la completud a ellas mismas. Este es un buen punto para trabajar la simetría, subraya. Ante las críticas es importante marcarles que no somos la misma cosa. "Lo que yo hago no te representa, podes decirle; "Soy yo la que se pone esta ropa, no vos, podés señalarle", expresa Messing, quien enfatiza en la importancia de ayudar a la hija a bajar la exigencia para consigo misma.
"Tenemos que buscar una posición intermedia", recomienda la experta. Una puede decir a la hija que la entendemos, que a su edad también podíamos tener vergüenza de nuestros padres y que si hay cosas que a ella la incomodan mucho no las vamos a hacer. Podemos respetar sus sentimientos, porque la queremos y la apreciamos. Siempre que no sea una cosa de dominación sobre los padres. La hija puede pensar lo que quiere pero no puede ser agresiva, esto es importante pararlo para no confirmarla en el lugar de hiperexigencia y simetría", concluye.
Sin dudas, todo un desafío. De todo esto, saqué una conclusión: no tengo una "pequeña yo" (salvo, quizá, mi niña interior) y tal vez todavía seguiré sola en ciertos aspectos de la vida, especialmente los que tienen que ver con el rol de protección que como madre le debo a cada uno de mis hijos. Pero tengo una hija que veo florecer cada día, que me llena de luz y de sorpresas. Siento que lo mejor está por venir.