Un grupo de amigos de Lobos viajará otra vez a este paisaje patagónico formado por cañadones y alguna vez cubierto por el mar
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SAN CARLOS DE BARILOCHE.— Hay destinos que por su lejanía, su mística y su inaccesibilidad despiertan pasiones. Lugares legendarios y recónditos que nos hacen sentir los primeros en pisarlos. Eso es lo que genera la Meseta de Somuncurá, en el centro de Río Negro, en un grupo de amigos de la ciudad de Lobos, provincia de Buenos Aires.
Ese particular paisaje hoy formado por cañadones estuvo varias veces cubierto por el mar. Su formación comenzó hace 40 millones de años e incluyó la acción de volcanes. El acceso resulta extremo en muchas épocas del año y solo puede hacerse en vehículos 4x4. Y es justamente la complejidad del terreno lo que motiva a este grupo de Lobos.
“La idea de viajar a la meseta surgió de cinco amigos: Gustavo D’Alessandro, Carlos ‘Carloto’ Pozzobon, Fernando ‘El gordo’ Fassa, mi hermano Carlos y yo. El Gordo era el corazón del grupo, el que siempre animaba. Lamentablemente, le tocó atravesar una enfermedad y nunca pudo concretar el ansiado viaje a la meseta”, cuenta Gustavo Apesteguía, de 52 años, que se dedica al mantenimiento de espacios verdes en la localidad bonaerense.
“El cuñado de Fernando, Carloto, vive en San Blas y se dedica a la pesca deportiva. Al principio, con ese grupo original hicimos algunas travesías a lugares inhóspitos, siempre off road, tratando de salir de los caminos transitados. En una de esas expediciones, alguien nos contó que había ido a la Meseta de Somuncurá con dos amigos. Era un destino que yo ya tenía en la cabeza y eso nos terminó de decidir”, agrega Gustavo.
Su hermano Carlos, de 46, que es productor agroganadero y vive en el campo, a 20 km de Lobos, suma: “Cuando hicimos por primera vez la bajada desde San Blas por la playa hasta 7 de marzo, un pueblito en la desembocadura del río Negro, Rodolfo Grandoso, un muchacho de Carmen de Patagones, auspició de guía. Al final de ese periplo, nos mostró fotos de la meseta y ahí empezó a surgir la idea de hacer un viaje más largo. Una travesía programada por lugares con una dificultad mucho mayor a lo que habían hecho ellos”.
Asados de por medio, comenzaron las juntadas para planear el recorrido. Cómo sería la logística, quién conseguía algún gazebo, carpas y bolsas de dormir. También eligieron un nombre para el grupo: Los Rústicos. El primer viaje lo concretaron en abril de 2018, en dos camionetas. “Salimos de Lobos, pasamos a buscar a Carloto por San Blas e hicimos noche en Las Grutas. Después fuimos hasta Valcheta, al paraje Chipauquil más al sur y, de ahí, entramos a la meseta pura. Pasamos por la laguna Azul, el cerro Corona y salimos por Cona Niyeu. La meseta es cautivante, solo quien la atraviesa se da cuenta de la terrible magnitud que tiene. La inmensidad te atrapa y el paisaje es espectacular”, dice Carlos.
“Cuando hablamos las primeras veces de encarar un viaje a ese lugar, ninguno tenía idea de qué era en realidad. Buscando un poco en internet, la tildaban de mística, mágica, infinita, pero todo eso quedó claro cuando estuvimos ahí arriba. Sabíamos de otro grupo que se tuvo que volver por el frío y la nieve que les había tocado. Esos comentarios sumados a las dificultades que presentaba la salida definieron el viaje”, afirma D’Alessandro.
Como su vehículo no era apropiado para la empresa, el programador de 49 años se convirtió en el cocinero oficial del grupo. “Decidimos que, por temas de conservación de alimentos, las comidas serían en base a guisos y algo parecido a unos estofados. Pero, al final, nos arriesgamos a llevar también algo de carne y pollo, que con el frío que estaba haciendo, se mantuvo muy bien durante un par de días. Una anécdota: un mediodía que estaba increíble el día, paramos a almorzar algo y nos dimos cuenta de que unas latas de cerveza que teníamos en el techo de una de las camionetas estaban más frías que las de la conservadora con hielo”, recuerda D’Alessandro.
Al año siguiente, en 2019, el grupo original sumó nuevos integrantes: fueron 12 amigos en cuatro camionetas los que aquella vez partieron rumbo a ese escenario tan único. Abril volvió a ser el mes elegido. “En el segundo viaje fuimos hasta Maquinchao por la ruta 23. Un amigo, ‘el Turco’ Elías, que tiene un hotel frente a la estación de ferrocarril, nos esperaba con un cordero. Desde ahí, entramos a la meseta por El Caín. Llevábamos donaciones para la escuela rural de ese lugar, fue un momento hermoso. Luego seguimos por un senderito hasta Cona Niyeu. Fue un viaje de locos. Atravesamos lugares completamente inhóspitos”, se entusiasma Gustavo Apesteguía.
Terreno complejo
Lo que más los motiva es la complejidad del terreno. Si bien no hay caminos de cornisa, los senderos están tan deteriorados que no se puede ganar velocidad. Cuentan, por ejemplo, que en una de las travesías, hacer 60 km, les llevó casi 10 horas. “Íbamos por un camino que va por dentro de un río seco y, de pronto, no estaba más el camino. Tuvimos que caminar como 200 metros para ver si continuaba más adelante. Encontramos como un senderito y tuvimos que ir corriendo piedras para avanzar. Literalmente, hay que ir haciendo el camino”, se ríe Gustavo.
Además del paisaje, hay dos elementos que todos los amigos destacan: el cielo y la gente que vive en la Meseta de Somuncurá. “Es muy duro vivir ahí, esas personas hacen patria todos los días”, dice Carlos. Y su hermano añade que “los pocos habitantes son puesteros que se dedican a criar chivos y ovejas, y viven en las bocas de los volcanes inactivos”.
En el primer viaje, los amigos de Lobos se abrieron paso para poder montar el campamento en la boca de uno de esos volcanes. Era una noche fría y sin viento. Ninguno olvidará jamás el cielo estrellado que se les desplegó ante la vista.
“Otro lugar donde las noches son impresionantes es en la laguna Azul: se te cae el cielo. Y eso que yo vivo en el campo desde hace años. Pero la claridad, el silencio y la hermosura que tiene eso es increíble. El cielo es espectacular tanto de día como de noche, podés ver desde la primera hasta la última estrella. Y el aclarar del día es magnífico”, relata Carlos.
D’Alessandro, el chef, coincide: “La laguna Azul es hermosa y no se puede creer que esté en la nada misma. Todavía me queda el recuerdo del cielo lleno de estrellas y el reflejo en la laguna. Otro rincón que me llamó mucho la atención fue el cerro Corona, ya que uno viene de un paisaje totalmente plano y, de pronto, ves esa figura imponente a lo lejos y no entendés cómo fue que se generó”.
Pero los amigos de Lobos no solo viven de recuerdos. Los años de pandemia retrasaron el tercer periplo por la meseta, pero hacia allí partirán finalmente el próximo lunes, para intentar conquistar nuevamente ese desolado territorio. Esta vez irán hasta Los Menucos, sobre la ruta 23, y entrarán por Prahuaniyeu. Desde allí, cruzarán a El Caín y continuarán hacia el sur, hasta Gan Gan y Gastre, para luego cruzar el río Chubut por Paso de Indios. Toda esa última etapa la harán en territorio chubutense: la Meseta de Somuncurá es tan grande que abarca también parte de esa provincia.
“La meseta te atrapa, se te mete en las venas. Pasás a 10 km de distancia de un camino al otro y ya cambia el paisaje, es inexplicable. Y la dificultad es extrema. Solo al que le gusta andar fuera de huella lo aprecia. Y cuando es con amigos, ni hablar, se te agudizan todos los sentimientos, disfrutás hasta de un partido de truco antes de comer a la noche”, sintetiza Carlos.
Varias veces postergado, el tercer viaje a ese destino tan preciado aparece en el horizonte para estos amigos de Lobos como el cielo diáfano e infinito de la Meseta de Somuncurá.
Fotos: Gentileza: Ministerio de turismo de Río Negro
Edición fotográfica: Fernanda Corbani