Efecto Calu Rivero: el feminismo se rebela contra el tabú de la menstruación
Tuve mi primera menstruación cuando tenía diez años. Menarca, se llama, me enteré varios años después, la primera vez que fui a la ginecóloga. Una palabra que se parecía a monarca pero que significaba más bien todo lo contrario. A mí me pasó en el colectivo. Mi hermana me dijo que se dio cuenta porque un hombre se me acercaba y ella lo empujó en una frenada. Cuando llegué a casa le avisé a mi mamá. "¿Ya?", preguntó. El manchón de sangre estaba ahí en la bombacha. Como la bandera de Japón. Y yo sentía miedo. Mi mamá, entre emocionada y sorprendida, me trajo ropa limpia, me dijo que me bañara pero que no me lavara el pelo y me enseñó a ponerme una toallita. Después, empezó a avisar a las tías, con discreción para que mis hermanos no se enteraran. Las tías me llamaban y me felicitaban hablando bajito, en ese código del que ahora era parte porque me "había hecho señorita". Acababa de entrar al mundo del eufemismo, la cofradía roja de las mujeres.
Hasta las más deconstruidas de las mujeres difícilmente podamos escapar a ese código. A la hora de ir al baño, o de pedir a otra mujer una toallita nos movemos como si se tratara de un secreto de estado. O peor, como si estuviéramos vendiendo droga. Hacemos el gesto universal del cuadrado, gesticulamos la mímica de la frase "Me vino" o "¿Tenés?". Y la otra, en solidaridad, nos pasa lo que tiene por debajo de la mesa. De ahí al bolsillo y al baño, tratando de que nadie se de cuenta o lo vea. "Vino Andrés, el que viene una vez por mes". No es casualidad que los hombres lean esto entre el desconocimiento, el cuestionamiento sobre su relevancia y la repulsión.
Sin embargo, algo parece estar empezando a cambiar. El video de la actriz Calu Rivero, que se hizo viral, bailando y contando que se amigó con su cuerpo y su sangre gracias a la copita, es una muestra de que menstruar en épocas de feminismo está llevando a muchas mujeres a desandar y repensar esos hábitos y códigos escritos a fuego. El video de Calu parece la contracara de aquella publicidad de tampones de los años 90, protagonizada por Natalia Oreiro, que pasaba caminando con un minishort blanco delante de una barra de adolescentes que alevosamente se daban vuelta a mirarle la cola. Ella iba tranquila, según decía el slogan, porque con los tampones de esa marca nadie se daba cuenta, "porque ni vos de das cuenta".
Hace unos días, les pregunté a mujeres de distintas edades cómo había sido ese día. Susana, de 64 años, me contó que la madre le enseñó a usar un paño de toalla y que la retaba porque cuando se lo ponía caminaba como un astronauta. Y que no la dejaban bañarse porque la sangre se iba a la cabeza, ni hacer mayonesa, porque se cortaba. "Esos días era como si estuviera maldita", me contó.
A Carolina, de 33 años, la madre le enseñó con "toallitas femeninas" (otro eufemismo de género, ¿existen las masculinas?) y le explicó que cuando la tiraba, iba a empezar a dar olor y que había que vaciar el tacho seguido. "Mi papá me tiró un ok de lejos, como toda aproximación al tema", cuenta. No la dejaron usar tampones hasta que en la adolescencia lo sugirió un profesor de natación.
A Soledad, de 44 años, la mamá le hizo compresas con algodón "porque era la época de la hiperinflación". Y a Noemí, de 78 años, que se desarrolló en 1950, la madre le dio unos trapitos que tenía que lavar y colgar de noche en el patio de atrás, para que ni su hermano ni su vecino los vieran, una costumbre de antes, probablemente el origen de la frase "sacar los trapitos al sol".
En todos los relatos aparecía el mandato social de ocultamiento. Lo que nos ocurría era algo que para la otra mitad del mundo debía ser invisible.
Cuando estaba en quinto grado y me indisponía (también es un eufemismo que significa que estás enfermo), me retorcía de dolor. Me metía en la cama y lloraba, boca abajo, con un almohadón en la panza. Mi mamá me dejaba faltar al colegio, me traía un té e intentaba consolarme. "Lo que te está pasando es hermoso. Significa que un día vas a ser mamá", me decía. Y me daba más bronca.
Si iba al colegio, mamá mandaba una nota que decía "SAF" (Sin Actividad Física), porque los eufemismos también existían en el mundo del colegio para no tener que decir la palabra maldita. Porque la menstruación es cosa de mujeres. Se cansaron de repetírnoslo en las publicidades y lo entendimos. Incluso hoy en una sociedad en la que se habla abiertamente de casi de todo, menstruar sigue siendo un tabú.
"La experiencia de la menstruación siempre fue homocéntrica: centrada en el hombre, en que él no se de cuenta y no en la mujer. Eso está empezando a cambiar", marca Carolina Zotta, que tiene un emprendimiento de productos de gestión menstrual sustentable que se llama Viva la copita y que hace dos semanas fue invitada por la empresa Intive para dar la charla "La copa menstrual: una reconciliación con el cuerpo y su ciclo". Su slogan de cabecera es "Amá tu ciclo".
Femojis rojos
Desde hace algún tiempo, las publicidades de toallitas dejaron de mostrar líquido azul, como si las mujeres fueran pitufos, para poner rojo sobre blanco. Una campaña lanzada para el día de la Mujer el 2017, llamada MestruAcción nucleó a un grupo de mujeres que reclamaron que se les quitara por ley el IVA a las toallitas, tampones y protectores, y que el estado los proveyera gratuitamente en cárceles, escuelas y a personas de bajos recursos. Pero el proyecto no prosperó. Ese mismo año, la periodista Jennifer 8 Lee, del New York Times, activista emoji impulsó un proyecto de los "femojis", de la menstruación. Una toallita con sangre, una gota roja, entre otras. Pero, por el momento, no encontraron eco.
La copa menstrual y las toallitas y protectores de tela se convirtieron en mucho más que eso. "Se viven como un empoderamiento de las mujeres sobre la menstruación", apunta Zotta. La militancia de la copita llega a las redes, donde las mujeres suelen publicar fotos de su vida en un día normal, usando la copa. Y hasta muestran la copa llena de sangre. Y desatan una lluvia de comentarios negativos.
Copa empoderada
"Yo conocí la copita en 2012 y fue una revolución. Dejé de sentirme sucia y de sentir asco los días que menstrúo. Lo que produce el olor son las toallitas. ¡No yo! La sangre huele a hierro y nada más. Me reconcilié con esa parte de mi cuerpo que me habla todos los meses", cuenta Juliaro (Julia Larrotonda), de 40 años, una artista argentina que vive en San Pablo. Es parte del llamado MenstrualArt, una tendencia mundial de utilizar la sangre para pintar. "La primera vez que usé la copa me di cuenta de que no me conocía. Que no tenía idea ni siquiera de que cantidad menstruaba. Durante un ciclo son apenas unos 40 ml. Las toallitas hicieron que nos desconectáramos de eso", dice. "El color y la consistencia resultan mágicos para pintar. Como si fueran acuarelas, la sangre tiene vida propia. Igual, en mi página siempre aparece gente que me dice barbaridades. Yo los ignoro", dice.
El empoderamiento de la copita alcanza distintos ámbitos y usos. Algunas mujeres hacen con su sangre algo que se llama el sembrado de la luna, que consiste en diluirlo en agua y verterlo en las plantas, como forma de devolverle a la tierra los nutrientes que todos los meses nos da.
Hay aplicaciones que invitan no solo a llevar un registro de días rojos sino que explican la oscilación de los ciclos hormonales para comprender en tiempo real por que fase se está atravesando y que implicancias tienen en el cuerpo y el humor. Ana Fukelman, alias Ania, es la creadora de Lunar App, que tiene ese objetivo.
"Atravesamos cuatro fases y sólo somos conscientes de la fase menstrual. Desde la aplicación proponemos conectarnos con esas otras fases", explica Fukelman. La doncella, la anciana sabia o bruja, la chamana y la madre. "Conocer qué etapa atravesamos nos aleja del estereotipo de que la mujer histérica cuando menstrúa, No. Somos distintas en cada etapa y conocernos nos empodera. Por ejemplo, la chamana es nuestro momento más creativo y la anciana sabia el mejor para conectarnos con nosotras mismas", apunta.
El empoderamiento sobre la menstruación está llevando también a algunas mujeres a abandonar las pastillas. "Quiero ovular", reclama en su blog Carolina Ferreyra, que está estudiando salud reproductiva holística en Estados Unidos y que coordina grupos de transición de un método a otro: uno basado en el conocimiento del propio ciclo. "La anticoncepción se aborda desde el miedo al embarazo. La ovulación es necesaria más allá de la reproducción. Nuestra química no es prescindible. El sistema endócrinológico, desde el balance hormonal coordina la salud de todos los otros sistemas", apunta .
"El tabú menstrual nos está costando vida. Dejemos ya de tenerle asco y empecemos a observarnos. Sepamos que estar premenstrual no es un síndrome, es la fase que nos recuerda que ser cíclicas en un mundo que nos quiere lineales, duele", asegura Ferreyra.
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