Menos movimiento y más pantallas: el encierro cambió la forma de jugar de los chicos y hay preocupación entre los expertos
Según un informe de Unicef, la capacidad de adaptación de los niños argentinos al distanciamiento está al borde del agotamiento
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Una de las primeras cosas que hizo Ian Felipe, de ocho años, cuando salió del encierro en el departamento de Belgrano fue visitar a Santiago, su primo de la misma edad. Era octubre y después de siete meses de jugar juntos desde la Play, volvieron a verse. Pero a Ana y a Laura, las madres, les llamó la atención que la manera de hacerlo era otra. “Jugaron un rato, pero les costaba hacerlo sin la tecnología. Entonces se nos ocurrió proponerles que jugaran al videogame Among Us, pero en la vida real. Elegimos un impostor, y les encantó. Juegan siempre a eso cada vez que se ven. Se van sacando vidas, suben de niveles. Pero todo de manera presencial”, cuenta Ana, la mamá de Ian.
La pandemia está dejando una huella en la infancia. Y ya está cambiando la forma de jugar: las pantallas median la mayoría de los procesos e intercambios. Y la falta de estímulos para el juego y para la interacción con los pares representan hoy el mayor peligro para la niñez, advierten los especialistas. Esto es, las propuestas de jugar con otro, ya sea en el club, en el colegio, en la plaza o en la casa de un amigo, prácticamente desaparecieron de la oferta de espacios de los chicos.
Un reciente informe que presentó Unicef abordó el impacto de la pandemia en la salud emocional de los chicos argentinos. Tras una investigación de más de seis meses, con entrevistas en todo el país, los especialistas destacaron que la capacidad de jugar actuó durante la primera etapa de la pandemia como un “escudo protector” de la salud mental. Sin embargo, durante la segunda ola, la capacidad de adaptación de los chicos se acerca al agotamiento.
Preguntas
¿A qué juegan los chicos durante la pandemia? Según el estudio, a ser doctor o doctora, a perseguir al “virus zombi” o encontrar científicos que crean vacunas. Todo esto habla de cómo lo que domina la conversación social del mundo adulto también se filtra al universo de preocupaciones infantiles. “Jugar permite a los chicos y las chicas elaborar y simbolizar la pandemia”, se lee en el relevamiento. “Encontraron en el juego una manera para hacer frente al malestar provocado por la pandemia y de proteger su salud mental, pero a medida que la situación se extiende en el tiempo y se complejiza, con la aparición de nuevas cepas y el incremento de casos, necesitan nuevas herramientas para procesar todo lo que ocurre a su alrededor”, afirma Olga Izasa, representante adjunta de Unicef Argentina. “Se empieza a percibir un “creciente agotamiento de esta capacidad de adaptación”, se advierte en el estudio.
La necesidad de recuperar un espacio propio, sin la mirada de los padres durante gran parte del día, se materializa en los chicos en la construcción de casitas o en el armado de carpas dentro de su propia habitación. “Evidencia la necesidad de recuperar los espacios de intimidad que se pierden durante el confinamiento: la construcción de “casitas” o “carpas” de juego permiten recuperar cierta autonomía dentro del hogar”, se indica en el estudio.
Faustina tiene seis años y antes de la pandemia, Carla Viozzi, su madre, casi no le habilitaba las pantallas para jugar. Sin embargo, le ocurrió lo mismo que a muchos de los adultos de hogares de clase media: la tecnología dejó de ser un enemigo y la preocupación ya no es cuántas horas pasa un chico conectado, sino si efectivamente encuentra en los dispositivos un puente fantástico para conectarse con otros. Faustina dio con ese espacio, justamente dentro de una pequeña carpa que arma en su habitación todas las tardes. Allí se instala cuando quiere jugar con amigas. La manera de convocarlas es mediante una videollamada. “Son sus compañeras del colegio. Pueden pasar una hora y media jugando. A veces, a Roblox, con una tablet. Otras, juegan a las muñecas o a la mamá, y a veces pintan. Es un espacio de ellas, donde los adultos no intervenimos”, cuenta Viozzi. “A veces, vamos a la plaza o vemos a alguna amiga, pero esa videollamada es su espacio para el juego con sus amigas”, explica.
Algo parecido ocurre en la casa de Alejandra Efrón, una influencer que ofrece consejos desde su cuenta de Instagram (@alelitips), y que es madre de tres varones. Los más grandes, Matías, de once años, y Nicolás, de ocho, juegan en red para tener contacto con sus amigos. “Y, a veces, se toman un tiempo para jugar con Tomi, el más chico, de cuatro años, que prefiere entretenerse con muñecos y representar situaciones. Habitualmente, nos pide que le armemos una carpa y se lleva a todos sus peluches adentro y representa sus propias historias”, cuenta.
Definiciones
Los juegos de mesa fueron un boom al principio de la cuarentena. Las ventas se dispararon y muchas familias desempolvaron los que tenían en el hogar. “Este fenómeno hay que interpretarlo más como una preocupación de los adultos, de construir alternativas al hecho de que las pantallas ganaban espacio en la agenda de los chicos. No tanto vinculado a una necesidad real de los más chicos de la casa. Pero para muchas familias fue una forma de encuentro”, explica la socióloga Carolina Duek, investigadora del Conicet, especializada en los chicos y el juego. “La realidad es que, la mayoría de los niños, desde que ingresan al sistema educativo y a sus reglas, necesitan que alguien les proponga ´vamos a jugar´. No juegan solos. Eso es una utopía. Es como creer que por comprarles juguetes sofisticados, van a estar entretenidos. Pero ¿qué es el juego? Es una relación. Funciona si hay dos partes que juegan”, expone Duek. Y agrega: “Ante la desaparición completa de estímulos lúdicos para los chicos, con la llegada de la pandemia, los juegos en línea ganaron protagonismo. Porque ocuparon una demanda que estaba latente. La posibilidad de jugar con otro. Y no deberíamos demonizarlos ni creer desde un discurso moral que son malos. Hoy los chicos de clase media juegan a través de las pantallas, porque es la única opción que tienen”.
“Notamos una enorme pérdida de estimulación a través de la palabra en los chicos de entre los 5 y los 11 años. Sobre todo, en los menores de cinco que no están asistiendo a clases. Conjeturamos que tiene que ver con el rol intenso que les toca a los padres en el acompañamiento escolar, que no deja lugar a otros estímulos y que compite directamente con el juego y la lectura de cuentos. Y también a la sobrecarga laboral”, argumenta Ianina Tuñón, coordinadora del Capítulo Infancia del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA).
“La desregulación de la jornada laboral de los padres, en el peor sentido, de precarización, hace que trabajen en sus casas desde la mañana hasta la noche, sin poder hacer un corte entre lo familiar y lo laboral”, añade Duek. En la jornada del home office pocas veces queda tiempo para los juegos. “En este período, según las últimas mediciones que hicimos, se incrementaron los modelos de crianza negativos”, amplía Tuñón. Estos son, padres desbordados por la situación que viven. Las penitencias aumentaron del 71% a 91%. Las agresiones físicas, de 24% a 31% en la pandemia. Y los gritos y retos en voz alta, del 57% a 77%.
En contrapartida, la cantidad de chicos a los que sus padres les leen cuentos bajó más de 10 puntos. Creció el número de niños que tienen un déficit de actividad física. Antes de la pandemia, 6 de cada 10 menores argentinos tenía un comportamiento sedentario frente a pantallas. Ahora son siete. “La virtualidad o el modelo de escuela con mucha restricción de movimiento por los protocolos y la imposibilidad de jugar con otros incrementó el sedentarismo”, agrega. Las clases medias, con acceso a la tecnología se volcaron a los juegos en red como forma de interacción”, concluye Tuñón.
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