Empezó a correr el tiempo de descuento para el viaje de Pocha y Guillermina al predio del Mato Grosso donde ya vive Mara, que llegó desde el Ecoparque porteño
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Empezó a correr el tiempo de descuento para el traslado de Pocha y Guillermina, las elefantas asiáticas madre e hija del exzoológico de Mendoza, hacia el santuario de Brasil donde vivirán el resto de sus vidas caminando y “trompeteando” por las lomadas del Mato Grosso, en Chapada da Guimaraes. Allí se encontrarán con Mara, también llegada desde la Argentina, y otras cuatro hembras.
Poco antes, el traslado fue eje de una polémica y hasta puesto en duda, amenazando los años de trabajo con Pocha y Guillermina con el objetivo de liberarlas del recinto que habitan en el Ecoparque de Mendoza rumbo a una vida mejor.
Por un momento, estas dos ejemplares de los animales más grandes del mundo encerradas en una fosa rodeada por un muro de piedra desde hace más de 25 años se volvieron nacionales y populares. Se promovió la idea de mantenerlas en el país, en el predio del santuario Tekove Mymba en Entre Ríos (que no está preparado para elefantes), y las organizaciones argentinas y extranjeras que trabajan desde hace mucho tiempo para lograr la salida de las elefantas del exzoo cayeron en desgracia. Finalmente, luego de muchos nervios y acusaciones, el ministro Juan Cabandié firmó el traslado a Brasil de madre e hija.
“En 2011 empezamos a visitar los zoológicos adonde había elefantes en la Argentina, preocupándonos por su situación y aún más preocupados porque no existían santuarios acreditados en la región para brindarles un destino mejor”, recuerda Alejandra García, representante de la Fundación Franz Weber en la Argentina y directora del Santuario Equidad en la provincia de Córdoba.
La esperanza llegó cuando la ONG Elephant Voices y el norteamericano Scott Blais hicieron una alianza estratégica para crear en Brasil el primer santuario especializado en elefantes de América del Sur. “A partir de ese momento empezamos con Scott a visitar los elefantes de la Argentina y pronto llegaron los acuerdos con distintos zoológicos para que ellos tuvieran un futuro mejor y pudieran viajar al santuario de 1105 hectáreas en pleno Mato Grosso”, dice García.
En ese entonces, ya era tarde para salvar a Pelusa, la elefanta que durante más de cuarenta años residió en el zoológico de La Plata en muy malas condiciones. Estuvo cerca de ser liberada y enviada a Chapada da Guimaraes, pero estaba ya demasiado enferma y murió en cautiverio.
Pero contra viento y marea, y en plena pandemia, se logró en mayo de 2020 el traslado de Mara desde el Ecoparque de Palermo, vitoreada como una heroína mientras recorría en el interior de una caja sobre un camión la Avenida del Libertador hacia su libertad. En esa misma avenida, 77 años antes, la histórica elefanta Dahlia recibió miles de balazos hasta morir cuando escapó del entonces zoológico de Buenos Aires, loca de desesperación y furia por el encierro.
Los tiempos están cambiando y, mientras la sociedad pide por la libertad de los animales, los zoológicos se transforman. Y en Mendoza en breve vivirán un momento parecido al que se vivió con Mara, quizás aún más emotivo porque esta vez serán madre e hija quienes se irán a las frescas lomadas del Mato Grosso a aprender a vivir como elefantes.
Para eso hubo que picar el muro de piedras que las encerraba y colocar las dos cajas –una para cada una– que vinieron desde Brasil y que las llevarán a su libertad. El proceso no es fácil. “Guillermina representa un gran desafío. Nunca hasta ahora trasladamos a una elefanta que no haya tenido ningún contacto social y que no se haya separado un segundo de su madre. Por eso lo trajimos a Ingo Schmidinger, que trabaja con nosotros en el santuario. Estamos muy felices de su incorporación; no solo cuenta con décadas de experiencia, sino que ha trabajado con todo tipo de elefantes y dinámicas, en todo el mundo. Sin duda Guillermina es difícil, pero solo necesita un poco más de tiempo. Creo que muchas veces la gente se pone nerviosa por desconocimiento, y el tema del transporte es complejo. Guillermina está muy ansiosa y controla lo que su madre puede o no puede hacer. Esta ansiedad trastorna también a Pocha, que la está protegiendo y pendiente de lo que le pasa y eso no permite que ella tenga autonomía. Tenemos que tener mucha paciencia con ella. Ya va a tener la oportunidad de explorar el mundo más allá de esos muros y va a ser maravilloso para ella”, describe Blais, entusiasmado.
“Tener un santuario no es solo darles un espacio en la tierra salvaje, es mucho más que eso. Tiene que ser el lugar justo, tener el diseño justo, una dinámica adecuada, adonde permanentemente se toman una cantidad de decisiones. Los elefantes son majestuosos, inspiradores, pero muy poca gente sabe acerca de ellos y los comprende. Un santuario trata de entender qué es lo que necesitan para recuperarse. Estamos haciendo esto hace 35 años [Scott creó el santuario de Tennessee en Estados Unidos] y seguimos aprendiendo todos los días a comprender cada personalidad y lo que necesita cada uno. Tienen que poder explorar, elegir, decidir”. Blais es uno de los máximos expertos en elefantes del mundo; vive junto a su mujer y veterinaria Kat adentro del santuario de Chapada da Guimaraes, junto a otras cuatro personas que trabajan permanentemente. El resto reside en el pueblo, a diez kilómetros de allí.
“Nosotros en las redes compartimos todo, nuestro objetivo es que la gente entienda cómo es. A veces se cree que una vez llevados al santuario serán solo rosas y mariposas y ya está. Y por supuesto que es lo mejor que puede pasar, pero son animales que se tienen que recuperar de todo lo que vivieron durante décadas, víctimas de la negligencia, a veces sin intención”, agrega.
Afortunadamente, Mendoza y la ciudad de Buenos Aires entendieron que había que cambiar muchas cosas y así lo están haciendo no solo con ellas, sino con muchos animales. “Creo que la Argentina está marcando un precedente muy importante. No tenemos dudas de que el santuario es la mejor solución para todos los elefantes de América del Sur. En este momento ya viven allí Bambi (58), Lady (50), Maia (48), Rana (63) y Mara (56)”, detalla. Y prosigue: “Un santuario debe tener un espacio para tener una vida dinámica. No es solo un campo abierto… Son montañas, selva, valles, llanuras, pasturas, arroyos, áreas protegidas y tanto más. Y es también es la posibilidad de elegir tus amigos. Mara y Rana se eligieron y se hicieron amigas”.
Hoy Mara vive feliz junto a sus compañeras. Cada vez que habla sobre ella, a Blais se le ilumina la mirada. “Mara es increíble. Es fuerte y demandante. Es muy mandona, pero también es insegura. Eligió a Bambi como su protectora, era lo que ella necesitaba y la eligió. Rana es su amiga. Cada una de ellas tiene un duro pasado. Aquí durante la noche las oímos jugando, gritando, ‘trompeteando’ y reconocemos cada sonido, qué es lo que está sucediendo en cada momento”, concluye.
“Todos estos años de trabajo son la muestra de que no hay improvisación en ninguna de las decisiones que se han ido tomando. Paso a paso, con criterios científicos y éticos, con un equipo técnico de primer nivel, se fue desplegando un trabajo que tiene como único objetivo defender los derechos de los animales que fueron arrancados de su entorno natural para ser explotados en circos y zoológicos”, suma García.
Ahora resta esperar, con emoción contenida, la salida del camión con Pocha y Guillermina a bordo rumbo a la libertad.