Medidas. Cierra un almacen de campo: “Abrir para fundirse no tiene sentido”
“Abrir para fundirse no tiene sentido, por las nuevas restricciones, cerramos hasta el 30 de abril”, afirma con dolor Lucas Coarasa, uno de los propietarios del reconocido restaurante Almacén CT&CIA en Azcuénaga (a 110 kilómetros de CABA, en el Partido de San Andrés de Giles). Polo gastronómico, con empleados locales, el espacio concentra el mayor movimiento de esta localidad. “Dependemos del microturismo, el Estado debe dar contención”, sostiene.
El escenario no es el mismo que el año pasado. Las espaldas económicas de los empresarios gastronómicos no soportan esfuerzos extras. “Conozco muchos colegas que quedaron en el camino”, sostiene Coarasa. “Podemos abrir en horario diurno, pero vendrá menos gente por las restricciones”, afirma. Sin la posibilidad de trabajar la noche completa, “estaremos trabajando por debajo de las márgenes de la rentabilidad”, agrega.
La dinámica de su restaurante es la misma que la de todos los que están en localidades cercanas a CABA y que proponen una alternativa muy elegida, la de ir a un pueblo a comer, con algo de tiempo extra. Las restricciones impuestas por el gobierno nacional para frenar los contagios por la segunda ola, que obligan a cerrar a los restaurantes a las 23 horas, más la imposibilidad de transitar a partir de las 0 horas, afectan directamente esta clase de comercios.
“Somos parte de la solución y no del problema”, manifiesta Coarasa. “Armamos un nuevo equipo de trabajo con gente joven del pueblo”, considera. El restaurante genera trabajo en un pueblo donde no sobra. “Tanto nuestro equipo, como los clientes y amigos que nos visitan logramos una dinámica de trabajo muy sana y segura”, sostiene. Los protocolos se respetaron.
“Si los seguimos aplicando, los espacios gastronómicos se vuelven un lugar mucho más seguro que un espacio privado, donde nadie te exige más que la autoconsciencia”, confirma. “El trabajo venía bien”, afirma Coarasa al referirse a la temporada de verano, recientemente finalizada. “Le decisión de cerrar estos tres fines de semana fue dolorosa”, confiesa.
Emprendimiento familiar
El Almacén es un emprendimiento familiar. Los Coarasa son diez hermanos y todos trabajan aquí. Esta emblemática esquina guarda relación con ellos desde 1885, son la cuarta generación que está al frente del lugar. Las distintas crisis económicas del país dejaron sus huellas. Cerró un par de veces, pero el padre de Lucas, Enrique Coarasa, lo reabrió. Falleció y les dejó el mandato de mantener vivo el comercio. Siempre fue almacén de ramos generales. Desde 2011 lo reconvirtieron en restaurante. Es un lugar de culto enfocado en la clásica gastronomía criolla, explotando los enormes recursos de los productores locales que los abastecen.
“El restaurante tracciona el turismo rural del pueblo”, sostiene Coarasa. “Un pueblo como el nuestro, sin la afluencia semanal de turistas se vuelve triste y vacío”, agrega. Con la experiencia de la extensa cuarentena del año pasado, conoce las consecuencias que esto trae. Con el cierre del restaurante, “se activa una reacción en cadena negativa que le pega a todos los habitantes”, afirma.
Azcuénaga es un típico pueblo del interior bonaerense. Su estación ferroviaria fue nodal. Por ella se trasladó la producción y los llamados “productos del país” Tuvo mucho movimiento y su pasado reconoce hitos. En la cercana estancia La Merced, se encontraron por última vez Juan Manuel de Rosas y Facundo Quiroga. El presidente Roca era un asiduo visitante del pueblo, en su paso hacia la estancia La Argentina.
Cierre del tren
El cierre del ramal ferroviario fue un golpe mortal. Hace alrededor de una década, gracias a emprendimientos gastronómicos como los de los Coarasa, el pueblo halló un camino de recuperación en el turismo rural y las escapadas de fin de semana.
Además del “Almacén CT & CIA”, en el pueblo se puede visitar una centenaria panadería que aún hornea a leña, un comedor de pastas caseras, la cantina de un tradicional club, hospedaje de campo y artesanos que ofrecen sus creaciones frente a la estación ferroviaria.
Conscientes que el esfuerzo que se le pide al sector es demasiado y que tiene un límite, el cierre por estas tres semanas, que eventualmente es el tiempo que el gobierno nacional estima que durarán estas restricciones, “es nuestro aporte, un esfuerzo más”, confiesa.
“Nuestro ecosistema es muy frágil: dependemos del turista”, sintetiza Coarasa. Sin IFE ni ATP a la vista, no hay espacio para reconversiones ni muchas maniobras por hacer. La modalidad take away o delivery no aplica en los restaurantes de campo. Las recientes medidas y el horizonte que se intuye devuelven una postal que se siente como un deja vu.
Si después del 30 de abril se prorrogan las restricciones, el escenario se complica. “Somos una industria sin chimeneas, debe haber una ayuda”, confiesa Coarasa. “Contamos con que no nos suelten la mano”, reconoce, y repite: “Somos parte de la solución y no del problema”.
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