Los profesionales prefieren hablar de “trastorno de ansiedad por enfermedad” y lo describen como una preocupación excesiva por padecer algún problema de salud; las consultas de estos pacientes, que suelen sentirse incomprendidos, se incrementaron en pandemia; en los caso más extremos, ven afectada su calidad de vida y sus vínculos sociales
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“Tengo un constante miedo a morirme”. Es uno de los mensajes que Josefina A., estudiante de 24 años, publica con frecuencia en el chat de un grupo de apoyo de Facebook denominado “hipocondría”. Los disparadores pueden ser desde tener 38° de fiebre hasta la aparición de una lesión en el ojo. Las respuestas de los médicos no consiguen calmarla y las del resto de los integrantes del grupo, por supuesto, tampoco.
Leila Vigna, directora del equipo Psicólogos Cognitivo Conductual (Psicoc), indica que el término hipocondría no se utiliza hoy en el área de salud mental, aunque sí aparece en la versión anterior del Manual de Diagnóstico de Salud Mental (DSM 4). El concepto es trastorno de ansiedad por enfermedad y describe la preocupación excesiva por la posibilidad de tener algún problema de salud. “Se caracteriza por la hipervigilancia de los síntomas que confirmen la enfermedad e interfiere en la calidad de vida del paciente”, explica.
Existen muy pocos estudios acerca de este trastorno, dado que presenta dificultad a la hora de concluir los datos estadísticos. Desde Psicoc, señalan que este padecimiento lo sufre entre el 1 y el 5% de la población en el continente americano y que su cronicidad puede persistir hasta en un 50% de los pacientes si no se trata adecuadamente. Según la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés), durante la pandemia se multiplicaron por cuatro los casos de ansiedad.
Los expertos coinciden en que la irrupción del Covid-19 intensificó el miedo y los síntomas. “El virus trajo consigo la incertidumbre y el desconocimiento, que deriva en que estos pacientes empiecen a vivir en términos catastróficos toda la información que reciben. La ansiedad los nubla y los vuelve rígidos. La pandemia incrementó la predisposición y la intensidad en esta forma que tienen de leer la realidad”, explica Daniela Tolettini, coordinadora de Psicoc.
Josefina estaba pasando por días tranquilos, pero el resultado positivo de Covid-19 la hizo retroceder. “Tenía algunos síntomas y no podía dormir. Eso me generó taquicardia y arritmia... sentía el corazón extraño y un zumbido en los oídos. Sentía que tenía la presión alta y tenía miedo de dormir por si me moría”, cuenta a LA NACION.
"Es terrible y muy desgastante emocionalmente. Pienso todo el día que tengo una enfermedad. Investigo en internet los síntomas del cáncer, las causas de un sarpullido o de un dolor y lo asocio a lo más terrible"
Francisca Y.
Google es el peor enemigo. “Me vacuné con AstraZeneca y me arrepiento de buscar información en internet. Leí que hubo gente que se murió por una trombosis, un ACV o una cardiopatía”, revela Josefina. Y agrega: “La hipocondría es un estado irracional. El sistema nervioso se altera al sentir que está en peligro y el sentido de la realidad desaparece”, relata la estudiante.
“Las situaciones de estrés o pasar por un momento difícil, ya sea personal, laboral o económico, influyen en este estado, que la pandemia agravó. Hay pacientes que se niegan a ir a una reunión de cuatro personas al aire libre, aun en momentos de bajos contagios y con todos los asistentes vacunados con tres dosis. Son reacciones, comportamientos e ideas desmedidas”, expone Tolettini.
Hipótesis diagnósticas
Para abordar la problemática, el psicoanalista Juan Eduardo Tesone, introduce una diferencia fundamental: el organismo y el cuerpo no son lo mismo. “El organismo es con lo que uno nace, en cambio el cuerpo es una construcción, y la representación que tenemos de cómo funciona el cuerpo no necesariamente es tal cual funciona, es como cada sujeto lo imagina”, señala.
“Creo tener leucemia. Tengo todos los síntomas. Ya me hice cinco hemogramas y salieron bien, pero algo tiene que estar mal, porque me salen pequeñas manchas rojas en la piel. Revisé en Google y son síntomas compatibles con la leucemia. Ya no sé qué pensar”, publica Francisca Y., de 30 años, en el mismo grupo de la red social.
“Es terrible y muy desgastante emocionalmente. Pienso todo el día que tengo una enfermedad. Investigo en internet los síntomas del cáncer, las causas de un sarpullido o de un dolor y lo asocio a lo más terrible. Además, en cuanto siento una molestia, empiezo con taquicardia y pienso si me hicieron bien los exámenes. Hasta dudo de los médicos por esta inseguridad y empiezo a autodiagnosticarme”, confiesa a LA NACION.
“Desde la psicología, trabajamos sobre la sintomatología excesiva, que es subjetiva. Pero no hay que confundir el trastorno de ansiedad por la salud con los episodios de ansiedad o de angustia. Este padecimiento se caracteriza por la cronicidad a lo largo del tiempo de esta interpretación que hace la persona de sus síntomas y de su malestar. El foco siempre es negativo y se generaliza”, plantea Vigna.
Además, ese temor a la enfermedad y a la muerte en muchas ocasiones conduce a evitar la consulta médica o, por el contrario, a acudir en exceso. “Por la más mínima cosa siento que tengo que ir al hospital y ver a un médico. Tengo que confirmar constantemente que todo va bien. Cuando superé el coronavirus, y fue sin síntomas graves, seguía creyendo que podía morir por el virus”, expresa Josefina.
“La mayoría de las personas que padece este trastorno suele tener pensamientos intrusivos constantes y la búsqueda de información en internet refuerza su ansiedad. Además realizan hipótesis diagnósticas porque necesitan una respuesta a sus dudas. El temor a contraer Covid-19 ha sido uno de los mayores motivos de consulta en los últimos dos años”, precisa el psicólogo Andrés Davidson.
Y añade: “El contexto no colaboró: mucha incertidumbre, demasiada información que no siempre es correcta, nuevas variantes, escenarios y medidas de prevención cambiantes...El no tener un contexto que brinde seguridad es un factor que refuerza la ansiedad”.
Estigma social
Josefina no encuentra comprensión entre los miembros de su familia y eso incrementa su malestar. “Me tratan como si estuviera loca. Solo necesito un poco de empatía. Se pasa muy mal, pasé tres días llorando porque tenía sangre en la orina y creía que podía tener cáncer”, recuerda.
Los especialistas afirman que el temor es constante y que cuando aparece un síntoma objetivo los pacientes parecen comprobar los pensamientos más trágicos. El desconcierto de quienes los rodean también es un factor que se repite.
“No pueden estar tranquilos y sienten miedo todo el tiempo. Esto los afecta en sus vínculos sociales. El trastorno de ansiedad por enfermedad tiene un gran estigma social. Hay que entender que no existe dualismo entre cuerpo y mente y que estos pacientes no buscan llamar la atención”, asevera Vigna.
La mirada del médico
En algunos casos, la incomprensión también aparece por parte de los profesionales. “Los médicos deberían estar preparados para estos casos y mostrar empatía hacia el paciente, que en esos momentos se encuentra en un gran estado de ansiedad”, opina Josefina.
"Un médico no debe desestimar a estos pacientes. Sí sugerirles hacer terapia para reducir el estrés, pero siempre después de haber descartado toda dolencia física"
Leila Vigna
Davidson aporta una mirada diferente: “En ocasiones, estas personas son tratadas como exageradas o dramáticas. Afortunadamente, cada vez más los médicos suelen contemplar la salud mental como un factor a tener en cuenta y, luego de realizar su diagnóstico y descartar etiologías orgánicas, realizan la derivación a psicología. Muchos pacientes consultan a terapia derivados por los médicos de atención primaria”.
Y remata: “Un médico no debe desestimar a estos pacientes. Sí sugerirles hacer terapia para reducir el estrés, pero siempre después de haber descartado toda dolencia física”.
Tesone agrega que hay síndrome más complejo, que no describe al común de los “hipocondríacos”, denominado Munchausen y que se diagnostica cuando un paciente llega a fabricar los síntomas, por ejemplo, poniendo colorante a la orina para convencer al médico de que está enfermo. “En estos casos hay algo del masoquismo en juego porque reciben tratamientos e incluso los pueden llegar a operar”, relata.
Terapias
“El tratamiento cognitivo conductual está basado en la evidencia. A los pacientes se les recomienda ir a una consulta médica y, si se descarta lo físico, se los ayuda desde lo cognitivo a reencontrar las interpretaciones y brindar estrategias conductuales”, explica Tolettini.
Gran parte del trabajo apunta a reajustar las interpretaciones y a tolerar el temor a lo desconocido. “Intentamos que el paciente valide otras tareas vitales, de manera saludable y positiva. Nadie tiene el control de lo que va a pasar. Le pedís al paciente que se sitúe en el peor escenario y le preguntás: ‘¿Qué harías entonces?’. Así se reduce la incertidumbre y se trabaja con un escenario con el que puedan lidiar”, agrega Vigna.
La especialista advierte que no se debe pensar que porque un paciente padece el trastorno de ansiedad por enfermedad no tiene alguna dolencia física. “Pueden convivir ambas circunstancias. El profesional debe estar alerta a si el paciente acude a muchos especialistas y no aparece nada para ofrecerle una consulta de salud mental y trabajar de manera interdisciplinaria”, detalla.
Tesone sostiene que en estos pacientes existe una dificultad para expresar sus emociones a través de la palabra y que, por ese motivo, el cuerpo -o la representación de él- se manifiesta. En este sentido, considera que la terapia psicoanalítica sigue siendo la indicada ya que apunta a poner en palabras aquello que aqueja a la persona. “Siempre hay un basamento inconsciente que vamos a buscar”, concluye.
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