“Me está matando el gradualismo”. La odisea de las familias que deben atravesar la adaptación de los chicos en el jardín
Algunos padres y madres deben hacer malabares para acompañar a los hijos más pequeños en el comienzo del nivel inicial, sobre todo, con horarios reducidos y dispares
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La espera no solo es larga sino que no tiene sentido. María A., de 36 años, madre de Vitto de dos, y de Ramiro, de cuatro, ya no sabe cómo organizar la logística familiar y eso que solo lleva una semana y media de clases. Aunque su hijo menor ya viene acostumbrado al horario completo fuera de casa, porque antes iba a una guardería, desde que empezó la sala de dos en el colegio al que va su hermano mayor, en Palermo, ahora padece con lágrimas la jornada reducida. En total, va una hora a la mañana y otra, a la tarde. Cada vez que sale del jardín, estalla en llanto. “Jugar”, “amigos”, balbucea. No entienden ni Vitto ni su madre, mucho menos las dos abuelas que, cuando pueden lo van a buscar, por qué la adaptación tiene que ser así. “Es tortuoso. Nos está matando el gradualismo”, afirma María.
La logística implica que el padre de Vitto o ella se turnen para entrar más tarde al trabajo y así poder llevarlo y traerlo hasta la casa de una de las abuelas, que por la tarde vuelven a caminar esas ocho cuadras hasta el jardín, y se quedan esperando en la puerta para que después de una hoa, le devuelvan al nieto, de peor humor aún, por haber sido desalojado del salón donde había tantos juguetes y tantas cosas para hacer.
“Lo peor es que por delante queda todo marzo, ya nos dijeron que vamos a ir subiendo de a 15 minutos por día la semana que viene, hasta completar el horario. Yo entiendo que haya chicos que lo necesiten y está bien. Lo que no comprendo es que sea para todos igual y no se repare en la carga que esto significa para toda la familia”, cuenta María.
El relato (y el lamento) se repite por estos días entre la mayoría de las familias que están viviendo la adaptación o período de comienzo del nivel inicial y que sufren, como dice María, el gradualismo, que incluye aun a chicos que ya estaban escolarizados en la misma institución. Por estos días, unos 1.600.000 niños de menos de cinco años empezaron las clases en el nivel inicial.
“Es una época difícil del año. Cuando uno pasa por la puerta de muchos colegios, ves grupos de padres como acampando y te da la sensación de que hubiera pasado algo. O que hay alguna protesta, o que se adelantó la salida. Pero no. Por ejemplo, en nuestro colegio esta mañana se formó una ronda de mate, entre los padres que esperaban en la puerta”, cuenta Marisa Pieroni, propietaria del colegio San Ignacio de Loyola, en Berazategui. “Nosotros tenemos seis salas de entre tres y cinco años, pero no hacemos adaptación. Hace unos años, sí, se hacía. Eran varias semanas que muy gradualmente se iban incorporando los chicos, con los padres en el pasillos, después afuera y, finalmente, en la casa. Nos dimos cuenta que no servía para nada. Que había chicos que sí lo necesitaban, pero que no eran todos y que ese sistema tenía un impacto muy negativo en toda la dinámica familiar. Había padres que se tomaban las vacaciones para acompañar la adaptación”, explica Pieroni.
Jurisdicciones
De hecho, en los últimos años, en el ámbito de la provincia de Buenos Aires, la Dirección General de Cultura y Educación (Dgcye) emitió una resolución, que establece que se puede realizar el horario completo desde el nivel inicial y que las instituciones y los docentes tienen que ofrecer una cierta flexibilidad para que aquellos chicos que están haciendo sus primeras experiencias escolares o aquellos que les cueste despegarse de los padres, lo puedan hacer de una manera que no sea traumática. También se quitaron los límites para ese período de horario reducido, aunque, según explica Patricia Redondo, responsable de Nivel Inicial de la Dgcye. “Hoy tenemos unos 635.000 chicos en nivel inicial, tanto en escuelas de gestión pública como privada, y se modificó la obligatoriedad del período de inicio de jornada reducida. Para aquellos chicos que ya tienen alguna experiencia escolar no tiene sentido y no se puede aplicar lo mismo para todos, sin tener en cuenta las realidades. Además, la imagen del niño o niña que llega hasta la puerta del jardín y es desgajado de su grupo familiar, en una crisis de llanto, no va más. Hay chicos que les cuesta más y hay que darles su tiempo y acompañar la angustia de la familia, pero sin aplicar esa reducción de horario a todo el grupo. Hoy, muchos chicos llegan al nivel inicial con otras experiencias de sociabilización y no es tan difícil”, completa.
En el ámbito de la ciudad de Buenos Aires, según se informa desde el Ministerio de Educación, a este período se le llama período de vinculación y está regulado por la resolución 157 de 2006 que establece los horarios para el inicio de la trayectoria escolar. Fija un sistema de horarios reducidos que se irán escalando hasta completar el cronograma. Para los menores de dos años, serán solo dos horas por día, que se irán ampliando de forma gradual hasta completar el horario, dentro del primer mes de clases. Para la sala de tres, sin experiencia escolar, serán dos horas por la mañana y dos por la tarde, si hacen doble jornada, hasta completar el horario, entre los 15 días y el mes de inicio. Y para los más grandes, sin la necesidad de hacer un período de inicio. Sin embargo, se aclara que las instituciones pueden realizar las adaptaciones que consideren adecuadas.
Al límite
Nina M. empieza la sala de tres en doble turno en un jardín privado del barrio de Belgrano. Ya pasó por una adaptación en sala de dos. “Nos está matando este sistema. Es demoledor”, cuenta Fabricio, su padre. “Arrancó las clases el jueves de la semana pasada, no el lunes como su hermana, que tiene cinco años. Primer día, fue una hora y volvimos a casa. El tema es que el mismo sistema es para la tarde. Hay que ir y volver”, señala. Por supuesto, que como muchos otros padres, Fabricio termina esperando en la puerta, matando el tiempo con su celular. El mismo esquema se repitió el viernes. Esta situación obligó a los padres a armar un calendario imposible, donde todas las manos familiares eran bienvenidas. “Ahora el horario va creciendo, pero tan de a poco que no simplifica las cosas”, dice el papá. A la semana siguiente fueron dos horas a la mañana y dos a la tarde. Así, Fabricio tuvo que pedir permiso en su trabajo para hacer la espera. Y la madre se tuvo que tomar unos días de vacaciones para seguirle el ritmo a la adaptación. Porque en febrero ya habían dado de baja a la niñera ya que las hijas empezaban las clases en un colegio con doble jornada. Lo que no pensaron es que la adaptación iba a ser tan larga y complicada. No porque su hija lo necesitara, sino porque así es el cronograma de la escuela, que aunque Nina sale preguntando por qué ella sale y su hermana se queda, no se adapta a su realidad.
La única abuela disponible también se sumó al operativo, pero no puede quedarse a cargo, ya que son jornadas muy largas con idas y venidas que incluyen retirar a Ámbar, la mayor. “Nina está haciendo la adaptación superbien, no pensábamos que la parte más difícil iba a ser coordinar los horarios. Otra cuestión es que los horarios de la adaptación no te los informan en diciembre o enero, sino a mitad de febrero, a punto de empezar las clases”, explica Fabricio.
“Los primeros días estuvimos unos 10 minutos adentro del aula, y a los papás o mamás que veían que los chicos se quedaban nos íbamos al pasillo y de ahí si seguía todo bien, nos íbamos a la calle. Algunos se quedaban a esperar ahí y otros se iban a la casa”, cuenta Pedro Roldán, papá de Emma, de tres años, que va a un jardín en Longchamps. “Ella está superadaptada porque es muy sociable y tiene hermanos más grandes. A otros chicos, bien de pandemia puede ser que les cueste más. Pero, a diferencia de las adaptaciones de los más grandes, ya desde el tercer día, si se veía que no había grandes problemas, se empezaron a quedar tres horas y a partir de la semana que viene hacen el horario completo. Ella sale contenta, la voy a buscar y vuelve cantando y con ganas de quedarse más tiempo. Así que vamos bien”, señala.
Macarena G. está en la semana 36 de embarazo. Y en el jardín de sus hijas se hace adaptación en todas las salas, se pasa las mañanas frente al colegio de las chicas, en Adrogué: Agustina está en sala de tres y Delfina, en la de cinco. “Si, agota. Es todo de manera progresiva. La sala de tres arrancan de una hora por día y después van aumentando. Y la más grande, entra una hora más tarde del horario habitual y sale unos minutos antes. Ya por suerte la semana que viene ella completaría el horario, pero esta semana se complica porque mientras Agustina está en el jardín, con Delfi esperamos afuera y cuando sale, recién una hora después le toca entrar a ella. Es un caos. Pero bueno, no queda otra. Espero que para la fecha del parto ya estén con el horario corrido”, reflexiona.