Máxima cumplió su sueño: es princesa real de Holanda
Tras la ceremonia civil, se consagró la boda en el culto protestante
AMSTERDAM.- Entre repiques de campanas, globos al aire, pétalos de rosa en cascada, ovaciones y llantos, la argentina Máxima Zorreguieta se convirtió ayer en princesa real de Holanda. Y los habitantes de esta ciudad progresista volvieron sin pudor a los cuentos de hadas cuando la joven y su flamante marido, el heredero del trono de Orange, cumplieron el rito de saludar desde el balcón del Palacio Real.
Pero el delirio llegó cuando, finalmente, la pareja se dio el beso por el que la multitud había clamado, incluso, con carteles que lo pedían expresamente. Pocas veces algo tan simple fue tan deseado y quizá por eso no fue sólo uno, sino que fueron cinco. Y seguro hubiesen sido más de no haber mediado el rígido protocolo real que desaconseja ese tipo de demostraciones en público.
Fueron más de tres horas y media de ceremonia pública, emotiva y perfectamente organizada. Desde las 10.05, en que la pareja apareció del brazo en la puerta del Palacio Real, hasta las 13.45, en que, con ojos brillantes se despidieron de la multitud que los ovacionó a los pies de ese mismo edificio, sobre la plaza Dam.
Compenetrados y felices, ambos estuvieron muy pendientes uno del otro durante las tres etapas de la ceremonia: el casamiento civil, el religioso y el paseo en carroza.
Máxima, con un vestido de seda de color marfil, de escote alto y mangas tres cuartos, con cola de más de cinco metros y tocada con una corona con abundancia de perlas. Guillermo, con su uniforme de gala de capitán de navío, que incluye una larga espalda que tuvo que ponerse y sacarse varias veces para sentarse o arrodillarse. Los dos formaban una pareja de película.
Pero la realidad es otra cosa. Apenas empezó todo, la novia escuchó la advertencia del alcalde de Amsterdam, que ofició la ceremonia civil.
"Para el observador superficial, esto puede parecer un cuento de hadas. Pero usted ya sabe de las dolorosas limitaciones que impone el título de Princesa. Incluso en el día de hoy", dijo.
Se refería, sobre todo, a la ausencia de los padres de la novia, impuesta por el gobierno holandés.
Quienes sí tuvieron puntería fueron los manifestantes antimonárquicos y anarquistas, que lograron estampar una bomba de pintura blanca contra la carroza dorada en que los novios pasearon durante quince minutos por toda la ciudad. El artefacto dio justo en la ventana derecha, donde estaba Máxima. Los vidrios blindados del centenario carruaje de caballos, que sólo se utiliza en casamientos de la Casa Real, la salvaron de un desastre.
Un poco de ruido
Hubo también un "cacerolazo" de argentinos, pero no alteró el paso de los contrayentes. Y, por muy real que fuera, la boda tuvo también algunas de esas cosas que casi siempre pasan: el príncipe Guillermo Alejandro tuvo que maniobrar durante un minuto largo hasta que, por fin, pudo colocar la alianza de platino en el anular de su esposa. Reyes, reinas y príncipes presentes contuvieron el aliento y luego soltaron un suspiro de alivio cuando ese tramo quedó superado.
Con sonrisas y gestos de complicidad, Máxima ganó sobradamente la batalla contra las lágrimas. Sólo fue derrotada, sin reparos, por la emotiva ejecución del tango "Adiós Nonino", que Astor Piazzolla escribió, precisamente, para un padre -el suyo- ausente.
Apenas el bandoneón que pidió la joven retumbó en la medieval Nieuwe Kerke, una primera lágrima rodó por su rostro hasta llegar al cuello. Luego siguieron más.
Pero no fue la única: a sus espaldas, la temperamental reina Margarita de Dinamarca -tía del novio- apeló sin disimulo a un pañuelito blanco.
Y pronto lo mismo hicieron otros miembros de la realeza, mientras que, para entonces, los familiares y amigos argentinos de Máxima ya estaban poco menos que doblados por el llanto.
Hasta algunos periodistas holandeses se emocionaron. "Wonderful, is this a tango?", preguntaban a sus colegas argentinos.
Celebrada con la austeridad del rito protestante que practica la familia real, con largos momentos de silencio -incluso, cuando los novios completaban su ingreso en el templo- la ceremonia incluyó, sin embargo, más detalles para la novia de cultura más expresiva y fe católica: la ejecución del Ave María, de Schubert, que no suele faltar en casi ningún matrimonio católico que se celebre en Buenos Aires.
También invitado por Máxima, el sacerdote argentino Rafael Braun no sólo leyó un fragmento del Libro de Ruth, del Antiguo Testamento, sino que participó activamente en el oficio en otros dos momentos más: la apelación a los testigos de los contrayentes y en parte de la emotiva bendición final.
La presencia del sacerdote había sido cuestionada hace quince días por la prensa holandesa, en relación también con su actuación en el período del gobierno militar que encabezó el ex general Jorge Videla.
Pero ayer su figura pasó inadvertida. Incluso se supo que el clérigo habló con el padre del novio, el príncipe Claus, a quien ayer se vio por primera vez en todos estos festejos que se iniciaron días atrás. El estado de salud del príncipe consorte -con serias limitaciones para moverse- le impide hacer mucho más. También se lo vio al príncipe Bernardo, de 92 años, padre de la reina Beatriz y abuelo de Guillermo.
Del brazo y sonrientes
Desde que se mostraron en público por primera vez ayer por la mañana, Guillermo, de 34 años, y Máxima, de 30, estuvieron siempre juntos. Y del brazo, ambos entraron primero en el edificio de la Bolsa, Beurs van Berlage, donde tuvo lugar la ceremonia civil.
Y, más tarde, en la antigua iglesia Nieuwe Kerk, sin que padrino alguno entregara a la novia en la ceremonia, a diferencia de lo que suele ser costumbre en los casamientos católicos en nuestro país.
Pero sí tuvieron testigos para acompañarlos en la boda. En el caso de Máxima, su tía materna, Marcela Cerruti, y uno de los hermanos, Martín Zorreguieta. Su hermana menor, Inés, de 17 años, estuvo todo el tiempo al lado de la novia en condición de dama de honor. También lo fue la reina Beatriz.
Entre la ceremonia civil y la religiosa, la pareja real se trasladó en un automóvil Rolls Royce de 1957, rodeada por 12 regimientos militares, con decenas de guardaespaldas camuflados bajo los uniformes históricos.
Reyes, reinas y príncipes herederos de las casas de Bélgica, Dinamarca, Gran Bretaña, España, Japón, Jordania, Luxemburgo, Mónaco y Suecia asistieron al "ja" (sí) que se dieron los novios.
Y luego los aguardaron en el Palacio Real hasta que retornaron, exultantes, de su saludo en el balcón.
Esa imagen fue, posiblemente, la última foto pública que se vea de Guillermo y Máxima durante el próximo mes. Por lo menos, si consiguen mantener el secreto mejor guardado del reino: el destino de la luna de miel al que partieron anoche.
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