“Mateocho”: las 15 horas sangrientas que convirtieron a un chacarero en uno de los mayores asesinos múltiples de la Argentina
En otra entrega de Crónicas del crimen, te contamos el caso de Mateo Banks, que asesinó a sangre fría a 8 personas, la mayoría miembros de su familia, en 1922
Primero intentó con veneno. Lo puso en el almuerzo de su familia. Pero estos notaron un sabor extraño y no comieron. La falla no desalentó el plan, que estaba decidido a cumplir. Su segunda opción fue efectiva y atroz: buscó su rifle Winchester y acabó con la vida de sus tres hermanos, su cuñada, dos de sus sobrinas y dos peones. Los homicidios ocurrieron en Azul, provincia de Buenos Aires, la noche del 18 de abril de 1922. Fueron 15 horas que transformaron al chacarero Mateo Banks en un homicida múltiple, hoy recordado como “Mateocho”.
Fue el propio Banks quien denunció la masacre, aunque en su versión de los hechos, los homicidas eran los peones y él sólo había matado a uno de ellos en defensa propia. Sin embargo, la evidencia y sus contradicciones permitieron que la verdad saliera a la luz.
Cronología de una noche sangrienta
Según reconstruyen las crónicas policiales de la época, el primero en morir fue su hermano Dionisio, en su casa del campo La Buena Suerte. Mateo primero le disparó por la espalda. El segundo tiro fue mortal. Testigo de ese momento fue Sara, de 11 años, hija de Dionisio. La nena comenzó a gritar, por lo que su tío la golpeó con el rifle y la arrojó a un pozo. Luego se asomó y efectuó dos disparos, consumando el segundo homicidio de la noche.
Al rato llegó a la chacra el peón Juan Gaitán. Cuando guardaba el sulky en el galpón, Banks se acercó y disparó a matar.
La masacre no terminó allí. El asesino se había propuesto liquidar a todo familiar y testigo. Por eso se dirigió a otra quinta familiar, la estancia El Trébol, que estaba a pocos kilómetros. Para deshacerse de Claudio Loiza, el peón que trabajaba allí, lo convenció de subirse al sulky con él, para ir a asistir a Dionisio (le dijo que estaba enfermo). Mató a Loiza en el camino y regresó al Trébol.
En la estancia estaba su hermana, María Ana, de 54 años, y otro hermano, Miguel, de 49 años, con su esposa, Julia Dillón. Tal era la premeditación del macabro plan, que Banks supo ser paciente. Esperó a que todos se fueran a dormir y luego, sigiloso, despertó a su hermana. Le pidió que lo acompañara a la Buena Suerte a ver a Dionisio.
Una vez más, Banks subió al sulky, esta vez acompañado por María Ana. La mató en el camino, arrojó su cuerpo y volvió a El Trebol para terminar su “misión”. Golpeó a la puerta de la habitación de Miguel. Quien se asomó fue Julia, que recibió un disparo mortal. Acto seguido, Mateo entró al cuarto y mató al único hermano que quedaba vivo.
Ya era entrada la madrugada, pero aún había un testigo que eliminar. Entró a la habitación de sus sobrinas y asesinó a Cecilia, que tenía 15 años.
Sólo dejó vivas a Julia, de 5, y a María Ercilia Gaitán, la hijita del peón, de 4 años. A su sobrina pequeña quizás no la consideró potencial testigo, por su corta edad. Y si pensaba culpar de la masacre al peón, matar a la hija de éste haría su versión menos creíble, al menos eso fue lo que pensaron los investigadores.
Cae la máscara del chacarero asesino
“He podido ver al detenido Banks. Es un hombre alto, grueso y fuerte, de buen color. Tiene un completo dominio sobre sí mismo, casi una apariencia serena, sin afectación, y demuestra tener poco más de 50 años. Se ve inmediatamente que es un hombre de campo, con la caracterización típica de su origen británico. Viste correctamente, como cuadra a un hombre de posición holgada. Su aspecto impresiona bien y al contemplarlo nadie imagina que puede pesar sobre él una orden de detención por asesinato múltiple. Su mirada es tranquila, sin altanería y sin inquietud”. Así describía un cronista del diario LA NACION a Mateo Banks, cuando los crímenes se hicieron de conocimiento público. El caso conmocionó a todo el país. La prensa lo bautizó “Mateocho”, un juego de palabras entre su nombre y el número de víctimas que se cobró.
Poco duró el intento del chacarero de desentenderse de los crímenes. Por un lado lo incriminaron sus propias declaraciones. Entre otras cosas, dijo que había estado hablando media hora con su hermano Miguel luego de que este fuera herido. Pero la autopsia determinó que el hombre murió instantáneamente. Además, se comprobó que habían intentado envenenar a las víctimas. Y la pequeña Cecilia no se quedó callada: “El que hizo los tiros fue el tío Mateo”, le dijo a la Justicia.
Arrinconado, Banks hizo otro intento de esquivar la responsabilidad total de los crímenes. Dijo que le había pagado a Gaitán para que matara a sus hermanos, que le ofreció 2 mil pesos. Sostuvo que a Gaitán se le fue la mano y mató también a las mujeres, para luego reclamarle otro pago. Aseguró que fue por este motivo que mató al peón.
El día que hizo estas declaraciones, los investigadores hallaron el cadáver de Loiza, el otro peón, que hasta entonces estaba desaparecido.
Finalmente, Banks admitió todos los crímenes, aunque luego se retractaría.
El juicio y la hipótesis del móvil
“Es muy grande la maldad ejecutada en mí, grandes los suplicios que he sufrido, grandes todos los tormentos que he padecido. Grandes los esfuerzos de la Cámara para llegar al conocimiento de la verdad. Grande la crueldad de la acusación, grande e inútil la tarea del defensor. Hace más de diez meses llevo esta cruz con resignación, sin quejarme; hace más de diez meses que aguanto el odio de la humanidad, siendo el motivo del horror de la civilización. No me he quejado y en este momento voy a concretar mi pensamiento para hacer un solo pedido: he sufrido mucho y sólo quiero una cosa que se haga justicia”.
Así habló Banks durante el juicio oral en su contra. De nada valieron sus palabras. El hombre fue condenado a reclusión perpetua. Fue encerrado en el penal del Tierra del Fuego (que luego sería clausurado y convertido en un museo, que hoy puede ser visitado).
Si bien hubo muchas versiones y rumores sobre el móvil de los crímenes, todo apunta a lo económico. La investigación detectó que los hermanos tenían, además de las dos estancias, unos 600 vacunos, 600 lanares y 50 yeguarizos.
Tal como cuenta el escritor Álvaro Abós, Mateo Banks tenía mucho prestigio en Azul. “Era socio del Jockey Club, vicecónsul de Gran Bretaña y representante para el sur de la provincia de la marca de autos Studebaker”, describe Abós. Pero fue perdiendo su fortuna, tal vez por su afición al juego. Quizás fue eso lo que lo llevó a codiciar las propiedades de sus hermanos. Y, en su mente macabra, la única manera de acceder a ellos era liquidando a toda su familia.
En 1942, tras haber permanecido preso por 20 años, Mateo Banks quedó en libertad. Quiso volver a Azul, pero sus crímenes no habían sido olvidados y la misma población lo rechazó. Cambió su nombre por el de Eduardo Morgan y se trasladó a la ciudad de Buenos Aires.
Allí alquiló un cuarto en una pensión en Flores. El 23 de agosto de 1945, resbaló en el baño y murió, a sus 77 años, a raíz del golpe.
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