Martine Kyakimwa Kitsa tenía 35 años el día que abandonó la ciudad de Goma, en la República Democrática del Congo y renunció a su vida en África. Su marido, Pascal Kamate Kavigha, había sido amenazado de muerte por su trabajo como activista de derechos humanos y ni él ni ella pudieron hacer otra cosa más que escapar.
Así llegaron a la Argentina el 12 de marzo de 2012 junto a tres de sus diez hijos. Martine dirá que nunca se olvidará de aquel día, ni tampoco de la noche en la que, tras una larga espera, se reencontró con el resto de sus siete hijos.
Pero hoy es un miércoles de julio, pasaron seis años de su llegada al país, y Martine, de 41 años, nacida en Butembo, en la provincia de Kivu del Norte, lo primero que hace es recordar. Está sentada en un sillón de color negro de la casa donde vive en Martín Coronado, en el partido de Tres de Febrero, y mientras se disculpa por su castellano, dice que tiene guardados en su memoria todos los tramos del viaje.
Sonríe con timidez y cuenta que llegó sin saber nada del idioma. "La televisión nos ayudó mucho. Poníamos Piñón Fijo, Panam, El Zorro y Los Simpson. Mirábamos programas infantiles porque Huberto tenía dos años y los mellizos seis meses".
En aquel entonces, mientras se adaptaban a la Argentina, empezaron los trámites para la reunificación familiar. Primero la Comisión Nacional de Refugiados (Conare) les concedió el estatus de refugiados y más tarde, con la ayuda de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) se logró el esperado reencuentro el 29 de abril de 2014. "Los chicos llegaron a las ocho de la noche al Aeropuerto de Ezeiza. Fue todo llanto, ellos decían ‘mamá, mamá’. Pensaban que era una película".
En la sala de paredes de color verde en la que relata su historia, hay cuadros y fotos. Sobre una cómoda de madera hay un televisor y al lado un sillón negro y otro marrón en los que a veces, cuando están todos juntos, recuerdan los días que pasaron separados. Las noches en África en las que para dormir se tenían que tapar los oídos para no escuchar el estruendo de los disparos. Los ruidos de las bombas, la espera y el sacrificio.
Martine dice que cuando decidieron huir de su país, habían pensado en ir a Bélgica, Austria o Francia, pero Buenos Aires fue el destino que los recibió. Según cifras recopiladas por ACNUR, al menos 22 refugiados del Congo vivían hasta el año pasado en la Argentina y hasta diciembre había 3360 refugiados y 4155 solicitantes de asilo. La mayoría de quienes piden refugio llegan desde Siria, Ucrania, Colombia, aunque también se reciben solicitudes de Ghana, Haití, Cuba, Pakistán, Etiopía o Yemen.
El trámite para solicitar el estatus de refugiado se realiza en las oficinas de Conare, donde se presenta toda la documentación que explica los motivos que llevaron al solicitante a abandonar su país. Si se comprueba que la información es real y que la persona tuvo que escapar por conflictos armados, violaciones de derechos humanos o motivos políticos -entre otros- se reconoce la condición de refugiado y se le brinda protección dentro de la Argentina. Así, dentro de los 20 días, se le entrega un certificado y se tramita la residencia temporaria junto al DNI para extranjeros.
Pascal siempre trabajó como activista de derechos humanos. Al principio era asistente social en una ONG, hasta que en el 2011 le ofrecieron ser observador electoral en una zona de conflicto y aceptó. Sin embargo, después de las elecciones, las cosas se pusieron difíciles. Pascal denunció fraude y empezaron las amenazas. Después llegó el exilio. "Allá no hay que denunciar. Por criticar algo del gobierno, te matan en el día. Te siguen hasta tu casa y desaparecés".
VIOLENCIA Y MUERTE
Martine cuenta que la desestabilización empezó con el genocidio de Ruanda, en 1994, cuando mataron a un millón de personas y miles huyeron a países limítrofes, entre ellos a la República Democrática del Congo. A la oleada de violencia y disturbios políticos entre milicias opositoras al gobierno de Joseph Kabila, se sumó la crisis humanitaria. "Hasta hoy las cosas son terribles. No hay respeto de los derechos humanos, ni de la religión. A la mujer la violan delante de sus hijos, del marido, de todos".
Ser mujer y vivir en África tampoco es sencillo. "La sociedad africana es una sociedad machista, aunque todo depende de la tribu", dice Martine. Enseguida hace una pausa y reflexiona. "Muchas mujeres sufren de machismo porque no fueron al colegio, pero si estudiaste, te podés defender. Ser analfabeto te deja abajo, estudiar te abre la mente".
Desde hace cinco años todas las noches cuida a una señora desde las siete de la tarde hasta las ocho de la mañana. Después regresa a su hogar, lleva a sus hijos al colegio y más tarde, a media mañana, se ocupa de otra señora durante tres horas. Luego vuelve a su casa, se encarga del regreso de sus hijos y todo vuelve a empezar. "De lunes a lunes estoy trabajando. Nunca tuve tiempo de dormir. Pero los chicos me ayudan. El día que me siento muy agotada, tomo mate y eso me renueva la energía".
Martine conoció el mate cuando vivía en el Congo. "Veíamos a los Cascos Azules de Uruguay y Paraguay con el termo. Pascal trabajaba con ONGs internacionales y decía que era algo de ellos. Una vez por semana todas las organizaciones tenían reunión de seguridad y como cerca de casa había una oficina, los veíamos con el mate. Decían que era la bebida tradicional".
Pascal actualmente es administrativo en Conare. Los chicos más pequeños estudian y los mayores trabajan. Martine tuvo tres veces mellizos y es la única de sus hermanos que formó una familia numerosa. Benedicto y Benedicta, los mellizos que tenían seis meses cuando llegaron a la Argentina, ahora tienen 7 años. Silvia es la mayor de 19 y sigue Kevin de 18. Después los mellizos Charline y Charlie, de 16, y Anna y Annette, de 14. Luego Fortunata de 10 y Huberto de 8. "Hago el sacrificio de trabajar día y noche, para que si no estoy tengan un buen recuerdo. La vida cambia y las personas se adaptan".
Hace poco se recibió de acompañante terapéutica en un instituto de San Martín y ahora va donde hay oportunidad. Del Congo extraña a su familia, el clima de primavera y piensa que sería un lugar ideal para vivir si se instaura la paz. "Argentina es un país maravilloso, acogedor y solidario", dice.
Martine reflexiona sobre su vida y asegura que el país le devolvió la tranquilidad y que nunca se sintió maltratada por ser extranjera. Después de todos los miedos que sintió, hoy solo se imagina un futuro en el que sus hijos sean felices. "Tengo diez hijos y siempre tuve caídas. La vida no es fácil, pero es un regalo. Por eso hay que vivir y si las cosas se ponen difíciles, hay que luchar".
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