Marita Verón: diez años de ausencia, una historia de tráfico y esclavitud sexual
Susana Trimarco, su madre, cuenta a LA NACION cómo es su lucha cotidiana para recuperar a su hija de las manos de una red de trata; el miércoles comienza el juicio a 13 imputados
Desayunaron las dos en camisón. No había apuro. Unos mates, una charla amena con la alegría que las caracterizaba y después, a los quehaceres cotidianos. Marita se ofreció a encargarse del alumerzo. "No compres nada mami, que vi que tenés de todo en la alacena. Yo cocino cuando vuelva", le dijo a Susana. Le dio un beso y cada una salió por su lado. Esa fue la última vez que se vieron.
Ya pasaron casi diez años de aquella mañana, y Susana Trimarco no dejó por un segundo de buscarla. "No la puedo abandonar, si yo dejo de buscarla, nadie se va a preocupar por ella", dice.
María de los Angeles Verón , o Marita, como le dicen, desapareció el 3 de abril de 2002 cuando iba a una consulta ginecológica cerca de su casa, en Tucumán. Testigos dicen que vieron cómo la obligaban a subirse a un auto. Desde ese día, la lucha incansable de Susana permitió sacar a la luz toda una red dedicada al tráfico de mujeres para forzarlas a la prostitución.
El miércoles comienza el juicio a 13 de los imputados en el marco de la investigación llevada a cabo para encontrar a la joven tucumana. Cuando a Susana se le pregunta qué opina de lo que averiguó la Justicia hasta ahora, ella no duda en aclarar: "Lo que averigüé yo, porque soy yo la que empujó el carro estos diez años. Si no, haría rato que nadie la estaría buscando a la Marita".
Diez años de lucha
Decir que empujó el carro de la investigación todo este tiempo no es una exageración. Susana llegó a meterse ella misma en prostíbulos que luego fueron desbaratados. Además creó la Fundación María de los Angeles para ayudar a las víctimas. Su lucha permitió rescatar a 129 chicas que eran forzadas a prostituirse. Algunas de ellas aportaron testimonios que permiten reconstruir hasta cierto punto qué pasó con su hija.
El secuestro de Marita, según la investigación, habría ocurrido en la esquina de su casa. María Jesús Rivero, una de las imputadas, sería la que ordenó la captura. En ese momento era dueña de la remisería Cinco Estrellas, en uno de cuyos autos se habrían llevado a la joven.
De allí, habría estado cautiva en distintas casas de Yerba Buena, bajo el cuidado de Daniela Milhein, otra de las imputadas.
Tanto Rivero como Milhein son ex mujeres de Rubén "La Chancha" Ale, ex presidente del Club San Martín de Tucumán.
En algún momento, Marita habría logrado escaparse. Unos policías la encontraron deambulando tambaleante por La Ramada, un pueblo tucumano. Los efectivos dijeron haberla subido a un colectivo de regreso a la ciudad de Tucumán, pero los investigadores sospechan que fue devuelta a sus captores.
De Yerba Buena, Marita habría sido vendida a La Rioja, para ser forzada a prostituirse en los locales de Lidia Irma "Liliana" Medina, también imputada. Esta mujer era la "gran madama" de La Rioja en la época menemista, según aseguran los abogados de la familia Verón.
Hasta aquí, el recorrido de la joven está sustentado por testimonios y pruebas que serán debatidas en el juicio. Lo que aún no se sabe es qué sucedió después. Un testimonio llevó a los investigadores a buscar sus restos en Córdoba . Fue la única vez que se habló de "restos". Pero Susana sabía que no la iban a encontrar. "Mi hija está viva. Es la luz de esperanza que tengo", dice.
La otra hipótesis gira en torno a la posibilidad de que Marita esté en algún lugar de Europa. Una de las jóvenes rescatadas dijo que escuchó a Liliana Medina burlarse: "Estos boludos la están buscando en La Rioja, y Marita está en España" .
Entre amenazas y esperanza
Micaela Sol, la hija de Marita, tenía tres años cuando su mamá desapareció. Hoy, a sus 13, es una fiel compañera de su abuela en la lucha por recuperarla. "Ella sabe toda la verdad. Las mentiras tienen patas cortas. Me acompaña y me vio sufrir y pelear todos estos años", cuenta Susana.
La sonrisa, la alegría, la educación, el respeto y la responsabilidad parecen ser las características que unen las generaciones de estas tres mujeres. Marita, dice Susana, era un sol, como lo es su nieta. Siempre contenta, solidaria. Buena hija y excelente madre.
"Yo sé que está viva. Las madres sentimos eso. Nunca voy a dejar de buscarla. Y voy a seguir gritando a los cuatro vientos todo lo que averigüe en el camino", insiste.
Y esos gritos, esas denuncias, le valen varias situaciones peligrosas. La amenazan, de manera anónima, por mail, por mensajes de texto. Le dicen que la van a matar y la van a tirar al río. Amenazan con lastimar a su nieta. "Hasta me dijeron que con la plata que hace Marita laburando de puta le iban a pagar a la justicia para que no investiguen más", cuenta Susana. Y ella siente que está tocando puntos sensibles de una red de trata. Porque cuando la amenazan, dice, hablan de cosas de la causa que sólo podría saber gente que está involucrada.
No tiene miedo. El miedo paraliza y ella, insiste, no va a bajar los brazos. La quieren amedrentar, quieren que se calle, pero Susana tiene una sola meta en su vida: encontrar a su hija.
"Ahora soy una pobre madre infeliz. No tengo paz. Me acuesto y me levanto pensando en ella. No puedo dejar de preguntarme si tendrá frio, hambre, cómo estará". Se imagina un reencuentro, muy alegre, con mucho amor. Cuando vuelva a ver a Marita, dice, será feliz otra vez.
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