Mario Bunge: el filósofo de una curiosidad insaciable y férreo opositor a las pseudociencias
Solía decir que la máxima de su sistema ético era: "Disfruta de la vida y ayuda a vivir". La cumplió al pie de la letra hasta sus últimos instantes, anteanoche, en el Hospital CHUM de Montreal, Canadá. Durante algo más de un siglo (había cumplido 100 años el 21 de septiembre), Mario Bunge demostró una voracidad intelectual y una curiosidad insaciables que fueron el germen de una obra inabarcable.
Fue físico, filósofo y epistemólogo. Antes de emigrar, primero a Estados Unidos y luego a Canadá, donde se establecería, dio clases en la Universidad Nacional de La Plata y en las facultades de Ciencias Exactas y Naturales, y de Filosofía y Letras de la UBA. Dueño de un estilo provocativo que le hizo ganar admiradores y detractores por igual, fue un férreo opositor de las pseudociencias.
Ejerció el humor y la ironía con singular elegancia, e inspiró a toda una generación de científicos.
"Su obra va mucho más allá de su monumental producción, su enfoque global sistémico y sus aportes únicos a la semántica, la epistemología, la filosofía de la ciencia y la ética -explica Agustín Ibáñez, director del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (Incyt, de triple dependencia, Conicet, Ineco y Fundación Favaloro)-. Mario Bunge me impresionó por su extrema lucidez para desnudar las trampas conceptuales que a menudo confunden a grandes filósofos, científicos y pensadores. En mi opinión, su contribución singular consistió en hacer carne la ética de la autocrítica, la fortaleza de la argumentación y el poder de la ciencia para combatir las pseudoexplicaciones. Tuve la suerte de tener un intercambio epistémico con él, en el que a menudo hacía uso de su fina ironía acerca de mis orígenes dualistas, mi padre cura y mi nombre, Agustín, que lo remitía a la discusión del libre albedrío".
Durante toda su vida trabajó siete horas diarias (sábados y domingos incluidos) y produjo a un ritmo de vértigo. Publicó casi medio millar de papers (los dos últimos, en 2019) y escribió 80 libros que sentaron las bases de su sistema filosófico. Poseedor de una memoria y una lucidez prodigiosas, hace solo unos años condensó en un volumen de 400 páginas sus Memorias. Entre dos mundos (Gedisa-Eudeba, 2014), que escribió en un verano sin recurrir a correspondencia ni documentos escritos, ya que el pequeño archivo que tenía lo había donado algunos años antes a la Facultad de Ciencias de McGill y no había conservado cartas propias. "No tenía tiempo para guardar correspondencia", afirmaba.
Siguió dando clases de Lógica y Metafísica hasta los 90 años, cuando decidió jubilarse porque sus dificultades de audición les quitaban a esos encuentros la agilidad que él deseaba imprimirles.
Hijo del médico y diputado nacional Augusto Bunge y de la enfermera del Hospital Alemán de Rosario Marie Müser, Mario había nacido en Florida Oeste en 1919. En su autobiografía recuerda que sus primos lo llamaban "el experimento", porque sus padres se habían propuesto ensayar un método de crianza inusual para la época: dejarlo en libertad y eximirlo de castigos.
Aunque aprobó el ingreso al Colegio Nacional de Buenos Aires, sus estudios secundarios fueron a los tumbos hasta que, en cuarto año, quedó libre por sus bajas notas. En esa época, cuenta, descubrió casi simultáneamente "el yo, el amor, el comunismo, la escritura y la música clásica". Reconoce que era mal alumno porque le interesaban mucho más otras cosas, como la filosofía, la literatura y la política.
Terminó el bachillerato por su cuenta y decidió inscribirse en Física en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). A los 19 años ya había fundado la Universidad Obrera Argentina. Y poco más tarde creó y dirigió hasta su cierre la revista de filosofía Minerva. "Es importante analizar la cultura académica, la capacidad de trabajo, el don de convencimiento y la osadía que puede tener un estudiante universitario, aun sin título alguno, para convencer a figuras mucho más importantes que lo que él era en esa época de colaborar con sus aportes y plantear problemas filosóficos no triviales –escribe el matemático Pablo Jacovkis en El último ilustrado (que editó Eudeba en su homenaje, en 2019)–.El propio Bunge escribió varios artículos para la revista. Uno de ellos, '¿Qué es la epistemología?¡, es quizás el primer artículo de filosofía de la ciencia escrito en castellano".
Se graduó de físico, pero más tarde escribiría un tratado de filosofía en ocho tomos (Treatise on Basic Philosophy) sin haber tomado una sola clase de esa materia. "Me interesaba la filosofía, en particular la filosofía de la física. Y me di cuenta de que para poder entender eso necesitaba entender física. Entonces empecé a estudiar física como medio para hacer filosofía; poco a poco me fui entusiasmando y durante unos años me desentendí de la filosofía. Pero de pronto me topé nuevamente con problemas filosóficos de mecánica cuántica. Durante varios años enseñé las dos materias, en la Argentina y en Estados Unidos", recordó durante una entrevista con LA NACION.
En 1960 publicó La ciencia, su método y su filosofía, que se convertiría en un clásico, tal como su Tratado, un esfuerzo por construir un sistema que abarcara todos los campos de la filosofía contemporánea, pero orientado a los problemas que suscita el conocimiento científico, y títulos como La investigación científica, publicado por primera vez en inglés en 1967 y luego traducido al español.
"Mario se propuso profundizar en una disciplina científica (la física) para utilizarla como herramienta con la finalidad de navegar con fundamentos en los mares de la filosofía -destaca Javier López de Casenave, ecólogo de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA-. En el ámbito filosófico, su aporte fundamental fue, sin dudas, haber desarrollado un sistema filosófico completo, algo que la humanidad no había visto en siglos. Un cuerpo filosófico ordenado que abarca, de manera coherente, la totalidad de la disciplina: ontología, semántica, teoría del conocimiento, filosofía de la ciencia y de la tecnología, y ética. El sistema filosófico fue presentado en detalle en su monumental Tratado de filosofía básica (1974-1989), de ocho volúmenes, la obra de filosofía más importante y ambiciosa del siglo XX. Contribuye al análisis y fundamentación globales de las teorías en ciencias (tanto naturales como sociales) e influye notablemente en la manera en que se hace investigación científica".
Según López de Casenave, algo notable es que otras varias obras suyas constituyen aportes muy importantes, por las cuales habría sido de todas maneras reconocido. Entre otras, se destacan la temprana Causalidad, La investigación científica (en dos volúmenes), Fundamentos de la física, El problema mente-cuerpo, Emergencia y convergencia. "La coherencia del sistema filosófico de Mario le permitió abordar numerosos aspectos con similar eficacia: física, filosofía (y la filosofía de varias disciplinas científicas), epistemología, ciencias sociales, psicología, ciencias cognitivas, filosofía política, por nombrar solo algunas -agrega-. Produjo una filosofía basada en la ciencia que, a su vez, era útil para la ciencia, en el sentido de que aporta elementos que pueden ayudar a mejorar el desempeño del científico practicante. Y todo esto en un momento del desarrollo de la humanidad en el que las corrientes filosóficas parecían (y parecen) estar 'contra' la ciencia. Precisamente su ausencia de 'filtros' para criticar esas posturas anticientíficas y pseudocientíficas le granjeó numerosos detractores... la mayoría de los cuales nunca leyeron un párrafo de su extensa y profunda obra".
Críticas
Bunge fue un cruzado contra la pseudociencias, dentro de las cuales incluía el psicoanálisis, que sin embargo había admirado en su juventud. De la psiquiatría actual criticaba que no incorporara más neurociencias: "Hay que procurar hacer filosofía científica en este sentido -decía-: cuando uno hace una afirmación acerca de la realidad o de su conocimiento, tiene el deber de justificarla, de citar ejemplos científicos o por lo menos de mostrar que la tesis de uno no es incompatible con la ciencia actual".
También era un convencido de que una mayor formación científica de la población mejoraría la calidad de la vida cívica. "La gente dice 'a mí me fue muy bien', 'a la tía María le fue muy bien'. Son anécdotas, no tienen ningún peso -subrayaba-. La cosa es muy grave, porque en países como Estados Unidos, por ejemplo, lo que gasta la gente en acupunturistas, homeópatas y psicoanalistas es equivalente a lo que gasta en hacerse atender por médicos auténticos. Son sumas enormes, grandes negocios. No basta saber que a la tía María le fue bien con el acupunturista o con el homeópata, porque el efecto placebo siempre está en la cabecera de los enfermos. Y no solo de los enfermos, sino también de los votantes".
Para Jacovkis, "su obra es monumental, tanto debido a su extraordinaria capacidad de trabajo como a su larga vida, durante la cual su actividad intelectual no decreció nunca". Y recuerda que cuando fue con su mujer, Rosita, a cenar a su casa en Montreal en julio de 2016 los recibió (a los 96 años) diciéndoles alborozadamente "¡acabo de recibir la aprobación definitiva por parte de la editorial de la publicación de mi último libro!" que había terminado poco tiempo antes. "En el I Encuentro Latinoamericano de Filosofía Científica, en homenaje a Mario Bunge, realizado en Buenos Aires entre el 23 y el 26 de Septiembre de 2015 –comenta–, Mario asistió a todas las sesiones, discutió con los expositores cuando no estaba de acuerdo con algo, quería una aclaración o quería hacer un aporte adicional al tema, y manifestó una vitalidad y una curiosidad intelectual poco usual. Ese fue el último año que vino a Argentina. Entre 2010 y 2015 (o sea, desde que tenía 91 años y hasta que tuvo 96) organizó en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA su seminario de política científica. Exponían diversas personas (a veces el propio Mario) y él siempre estaba, para dialogar con los disertantes o con el público asistente. Nunca tuvo miedo del debate; al contrario, para él el debate, la discusión de ideas era no sólo un desafío intelectual sino la base del progreso científico y cultural de la sociedad".
Fue un agudo observador de la política cuyo pensamiento no dejaba a nadie indiferente. Pero además fue un conversador cautivante, de conocimiento enciclopédico, y cuyas historias condimentadas de anécdotas y frases filosas hacían la dicha de sus interlocutores.
Le concedieron 21 doctorados honoris causa y en 1982, el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades, aunque recibió pocos reconocimientos en su país de origen. Estaba casado con la matemática italiana Marta Cavallo y tenía cuatro hijos, todos profesores universitarios, 10 nietos y otros tantos bisnietos.
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