Mariana Galvani: "Le enseñan a no disparar porque sí, pero la gente le pide al policía que tire"
El caso del efectivo de la Policía de la Ciudad Lucas Santillán, que mató de un tiro a una mujer en un colectivo al intentar repeler un robo, a dos semanas de haber salido de la escuela de cadetes, puso en foco la formación de los agentes, en especial, en el contexto del nuevo protocolo de uso de armas que implementó el Ministerio de Seguridad de la Nación desde el caso de Luis Chocobar, el suboficial bonaerense que irá a juicio por homicidio en exceso del cumplimiento del deber, por haber disparado por la espalda a un joven ladrón que escapaba tras haber acuchillado a un turista norteamericano en La Boca, a fines de 2017.
Mariana Galvani, licenciada en Ciencias de la Comunicación, doctora en Ciencias Sociales (UBA) e investigadora del Instituto de Investigaciones Gino Germani, escribió el libro Cómo se construye un policía. La Federal desde adentro, en el que, alejándose de los lugares comunes, desentraña la formación que recibe un agente: "En la formación le enseñan que no debe disparar porque sí, pero cuando sale a la calle los vecinos, la gente, le piden al policía que tire", sostuvo.
-¿Cómo interpreta los casos de Chocobar o de Santillán?
-Solo se pueden "leer" las balas policiales en contexto. Lo que hizo el Gobierno con la llamada "doctrina Chocobar" fue legitimar a ese "enemigo" que comete un delito menor.
-¿Qué significa para los agentes esa legitimación?
-Es esencialmente un relato. Porque después los policías serán juzgados por la ley vigente. Lo que sí favorece es una forma de gobierno que interpreta que matar a unos beneficia a otros.
-¿Cómo ve la tensa relación que parece darse ahora, en que la Justicia castiga al policía que mata y el Poder Ejecutivo lo "premia"?
-La base es esta idea de la construcción de un enemigo: el delincuente común. Lo que hace el gobierno actual es encontrar que ese enemigo aglutina a una parte de la sociedad y por eso fortalece determinado discurso que lo favorece, aun cuando después la Justicia castigue al agente que ejecuta esa política.
-¿Qué significado tiene la muerte en la cabeza del policía, ya sea la suya o la de ese "enemigo"?
-La muerte es un eje. Es algo que los distingue. Muy pocos trabajos entrañan la posibilidad de morir o de dar muerte. La muerte les da prestigio. Y la institución la usa para eso. En la formación hay mucha mención sobre la posibilidad de morir. Aunque la mayoría de los policías o están en oficinas o hacen trabajos que no los ponen permanentemente en situación de riesgo. Sin embargo, la muerte está ahí, omnipresente. El martirio es lo que honra esta profesión.
-En el caso del agente Santillán, ¿piensa que algo de eso que explica lo afectó en su intervención?
-El acto de arrojo no está en sacar el arma; quizás interpretó que si no la sacaba, lo mataban. Es difícil saberlo. Pero lo que es seguro es que en la escuela de cadetes no le enseñaron eso, aunque hay un "currículum oculto" en el que hay una suerte de incitación social a actuar así. Pareciera que socialmente la única forma de actuar es esa: sacar el arma. Mientras, no les enseñan un montón de cosas que sí deberían saber, como, por ejemplo, hacer RCP.
-¿En la escuela se les enseña que siempre deben usar el arma?
-No, seguro que eso no está dentro de la currícula policial. Sí hay una presión social, un discurso que va por otro lado, que no es el formal, que dice que la única manera de actuar de un policía es usando el arma. Y ese discurso no es solo de los policías, sino que es social. Somos nosotros, la sociedad, los que les decimos: "No están disparando, entonces no están actuando".
-¿Cree que hay un "inconsciente colectivo" en el que todos esperamos que el policía dispare?
-Sí. El reciente caso de Facundo Ferreira, en Tucumán, muestra cómo socialmente aprobamos esas muertes. Mataron un chico de 13 años por la espalda. Y todos nos pusimos a pensar si el pibe había disparado o no, o qué hacía en la moto a esa hora. Sostengo que hay un aval social al que la inseguridad quedó atada, donde ciertas angustias económicas, sociales, quedan ligadas a la protección de la propiedad.
-¿Ahí aparece el policía como "protector" entre lo que pide la sociedad y lo que le enseñan en la escuela de cadetes?
-El policía entra ahí en su rol de protector de los ciudadanos "buenos". No nacen de un repollo. Por un lado, uno dice "están educados, saben todo esto", pero por el otro hay contextos sociales que habilitan todo esa actuación. Y el actual es un contexto que habilita eso.
-¿Y la relación con el arma?
-Hay una identificación: la única acción del policía es con el arma. Muchos policías lo creen. Pero es independiente de la formación. Es una construcción policial en la que el arma es su esencia.
-¿Cómo se analizan los casos de "gatillo fácil" en el contexto de la actual formación policial?
-En el libro usamos la figura del "loco", el que es capaz de suspender la ley [matar] para hacerla cumplir [evitar un delito]. Si a Santillán le hubiese salido bien, quizás sería un Chocobar, un héroe. Si no, es un "loco". Si "pasa" inadvertido, es un héroe, pero si cosecha condena social, lo que se hace con él (el "loco") es expulsarlo. Es doblemente útil para la institución. Cuando hay que disparar, funciona. Ahora, cuando el "loco" es visibilizado negativamente por la sociedad, es la manzana podrida que no está relacionada con cierta lógica institucional, social y estatal de actuación.
-¿Ese "loco" es producto de la formación?
-Sí, pero también hay avales sociales, políticos y estatales. En la formación les enseñan todo, pero cuando salen a la calle es el vecino el que le está diciendo que dispare.
-¿Cómo reconfiguraría todo este entramado que describe?
-Con la mínima expresión policial posible. Los problemas sociales no son policiales. Hay que deconstruir ese discurso de la inseguridad según el cual "está bien" matar al ladrón.
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