María Rosa Lojo: “Las víctimas de la trata son las desaparecidas de hoy”
La escritora de Amores insólitos dialoga con LA NACION sobre su último libro; además, habla de Néstor y Cristina Kirchner
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La trata de personas es, según María Rosa Lojo, la cara actual de la desaparición de personas, ese mecanismo despiadado de la época de la dictadura. “No es nuevo que las mujeres sean usadas, contra su voluntad, como mercancías sexuales. Lo nuevo (y auspicioso) es que la sociedad le esté prestando cada vez más atención a estas otras desaparecidas y cautivas de nuestros días”, señala esta escritora cuya pasión es leer e investigar los cruces de la historia, la literatura y la sociología.
El tema que refiere Lojo adquiere gran actualidad en el marco del inicio del juicio por Marita Verón, un caso emblemático de la trata de personas en la Argentina. "Son mujeres también reclamadas muchas veces por madres que las han buscado sin rendirse y sin hallar respuestas", enfatiza. Es inevitable pensar en las otras madres, las de los pañuelos blancos girando en Plaza de Mayo.
Lojo recibe a LA NACION en su casa de Castelar. Sobre la mesa del comedor hay pilas de libros suyos y ajenos. Entre los propios se encuentra el que nos convoca, Amores insólitos.
Sobre la obra
-¿De qué trata el libro? - Amores insólitos es un libro que, desde la perspectiva del amor, trata sobre la construcción de una sociedad, la nuestra. Un mundo mestizo, hecho de cruces imprevistos, de alianzas extrañas, de asimetrías y, por lo tanto, interesante y rico.
-¿Por qué insólitos? - Porque en esas combinaciones las distancias, las diferencias, las asimetrías se extreman, llegan como a un punto máximo. Por eso comparo en el prólogo los amores insólitos con las metáforas vanguardistas: los artistas de vanguardia se proponían sorprender, descolocar, asombrar al público a través de una combinación de elementos no fácilmente parangonables y que por lo tanto podía resultar (de hecho así era) chocante. Con estos amores pasa un poco lo mismo. No son historias complacientes ni necesariamente felices. Son intensos episodios de ruptura, que tuvieron para algunos de sus protagonistas costos muy altos, que a veces fueron trágicas. Se inspiran en personajes de existencia real en cuyas vidas se refracta la complejidad constitutiva de la sociedad latinoamericana y argentina a través del tiempo.
-¿Cómo se entrelazan el amor y el poder? - En todo amor hay relaciones de poder. El amor es generoso y también egoísta, pretende apoderarse del objeto amado, y por supuesto existen conflictos relacionados con la dispar posición de los amantes en la sociedad, en lo que hace a clase, religión, cultura, etnia. Por otro lado, y el libro destaca esto, se ve cómo la concepción del amor está atada a la asimetría de poder en los roles de género. Algunos personajes femeninos de los que me ocupo buscan y encuentran la manera de escapar a este condicionamiento social que subordina y encierra, como Martina Chapanay o Catalina de Erauso; otras sucumben a la presión del medio y del "libreto" que deben cumplir como mujeres.
-¿Por qué hablás del amor como ideología social? - Porque el amor también es una creación cultural que va cambiando según las sociedades y las épocas. El libro de C.S. Lewis (La alegoría del amor) señala como momento clave, en lo que hace a su influencia sobre Occidente, la "invención" del amor cortés en las cortes de Provenza, en el siglo XII: ahí se consolidan ciertas concepciones de larga supervivencia: por ejemplo, la exclusividad de una pasión trascendente, asumida como libertad y destino, capaz de superar los obstáculos y prohibiciones, que perdura en el amor romántico.
Nuestros próceres humanos
-Más allá del libro, en tus investigaciones, ¿encontrás que nuestros próceres fueron infieles? - En todo caso, fueron humanos y dentro de un contexto social que miraba con más tolerancia la infidelidad masculina, aunque las cosas se complicaban al tratarse de figuras públicas. En este libro abordé un singular triángulo amoroso: el del presidente Roca, Eduardo Wilde y su esposa Guillermina de Oliveira Cézar, que fue uno de los escándalos de su tiempo. Aquí el sujeto femenino va creciendo en todos los sentidos. Guillermina se casa muy joven con Wilde, viudo y mucho mayor que ella. Se trata de un hombre importante: médico célebre, político y notable escritor que ejerce sobre su esposa una especie de magisterio formativo.
-¿Aquí el amor pone en riesgo la carrera política? - La de Roca, sin duda, por eso él decide dejar a Guillermina. Era, por segunda vez, presidente de la Nación, y ese romance estaba perjudicando muchísimo su imagen pública.
-En la historia de amor de Sarmiento: ¿Qué se pone en juego? - Sarmiento se deja conquistar (un rato) por la belleza y el glamour. Es un hombre que se considera a sí mismo feo físicamente, aunque no le faltan otras seducciones (la desbordante energía, el talento verbal y sin duda, la gran atención que presta a las mujeres). Termina fascinando a la joven y hermosa estadounidense Ida Lacey, que encuentra en él cualidades muy diferentes de las que Sarmiento privilegia en su propia imagen. Desde ese ángulo se mira la relación de ambos en el relato. Ida lo ve como un hombre exótico, un latino del sur, que no habla bien el inglés y que para ella no se diferencia demasiado de los caudillos. Por eso fantasea con transformarse, a su lado, en algo así como una nueva Elisa Lynch: algo que por cierto no le hubiera caído muy simpático a Sarmiento. El interés de él por esa señora de Chicago, bonita y frívola, decae pronto. Su gran pasión pasa por la política y vuelve a la Argentina para pelear por la presidencia e implantar en el país, si puede, un modelo social y cultural que tiene en buena medida como referente esa misma civilización del norte que tanto aburría a su enamorada Ida.
Desaparecidas
-¿Cómo estás viendo el tema de la trata de mujeres? - Siempre existió, no es nuevo que las mujeres sean usadas, contra su voluntad, como mercancías sexuales. Lo nuevo (y auspicioso) es que la sociedad le esté prestando cada vez más atención a estas otras desaparecidas y cautivas de nuestros días, también reclamadas muchas veces por madres que las han buscado sin rendirse y sin hallar respuestas. Basta recordar el caso de Marita Verón, cuyo juicio se inició ahora en Tucumán.María Rosa LojoSebastián Rodeiro -En la historia de Perón y Eva está el tema de los desaparecidos, ¿Por qué elegiste contarla con esa mirada? - La historia está narrada desde una perspectiva inusual. Se llama "Muñecas" y en el inicio del cuento se ubica en el momento en que el cadáver de Eva acaba de ser embalsamado, y su madre, doña Juana, y sus hermanas entran a verlo. Perón aparece sobre todo en la segunda secuencia, cuando recibe en Madrid ese cuerpo lastimado y ofendido, después de su largo peregrinaje. Y en la última secuencia la mirada es la de otra madre que no tiene cuerpo ante quien llorar porque su hija es una desaparecida. Sin embargo, le queda un despojo: una muñeca del tiempo de Eva, que parece ir reproduciendo, sobre su cuerpo de plástico, el martirio que acaso ha sufrido o está sufriendo la hija. Creo que el relato pone de manifiesto el ambiguo y trágico papel de las mujeres: creadoras de vida, pero también manipuladas y sometidas. Temibles y frágiles, inocentes y siniestras, profanadas pero sagradas. Desde su eternidad de muñeca que nadie se atreve, sin embargo, a destruir del todo, Eva, transformada en símbolo, es más poderosa que nunca. Incluso ante ese hombre al que ha amado de manera incondicional, aunque ningún varón, piensa doña Juana, se mereciera tanto.
-¿Te gustaría contar en clave de ficción la de Néstor y Cristina? - No me tocará a mí contarlo desde una perspectiva histórica, porque soy su contemporánea. Pero puedo decir que la pareja amorosa, asociada también en la lucha y en el poder político no ha sido tan rara en la historia argentina. Desde Pancho Ramírez y la Delfina, el Chacho Peñaloza y Victoria Romero, Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, entre otros, aparte de Perón y Eva Duarte. Se ha visto como natural que las mujeres acompañen y apoyen a sus hombres en sus carreras públicas, a menudo desde un segundo plano discreto y de manera menos frecuente en forma notoria. Ésta es sin embargo la primera vez en que, cuando la figura masculina desaparece, la esposa sigue ejerciendo el poder con plena decisión e independencia, por sí misma. No es sencillo lograrlo en un horizonte social donde la imagen varonil como "respaldo" imprescindible está naturalizada. Y tampoco ha debido de ser fácil para la presidenta soportar a pie firme la doble pérdida del compañero de toda su vida, en el amor y en la política.
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