Marco Denevi, escritor agudo e irónico, murió a los 76 años
El autor de "Rosaura a las diez" falleció ayer en esta ciudad, víctima de una larga enfermedad; la originalidad de su obra le valió el reconocimiento internacional
Cuentista brillante, pensador agudo e irónico, hombre retraído de las fiestas literarias, Marco Denevi, fallecido ayer a los 76 años, se abrió paso en las letras argentinas hasta ocupar un lugar relevante por la originalidad y la madurez de sus obras, y no por la publicidad personal, a la que era particularmente reacio.
A los 33 años, irrumpió en el mundo literario con "Rosaura a las diez", una novela policial en la que introduce el perspectivismo, por el cual cada protagonista narra la misma historia desde su propio enfoque, su particular punto de vista.
Un jurado de excepcional nivel -Rafael Alberto Arrieta, Roberto F. Gisuti, Frida Schultz de Mantovani, Alvaro Melián Lafinur y Manuel Mujica Lainez- reparó en la narración sorprendente de un escritor primerizo, un abogado que se desempeñaba en el área legal de la Caja Nacional de Ahorro Postal.
Ese jurado le otorgó el premio Kraft, que tuvo una enorme repercusión en los medios periodísticos y en muchos ámbitos de la sociedad.
Pocos años después, en 1960, el cuento "Ceremonia secreta" ganó entre 3000 concursantes el premio de la revista Life en español para escritores latinoamericanos.
Ese relato fue traducido al inglés, al francés, al italiano, al japonés y a otros idiomas, y en 1968 fue llevado al cine por Joseph Losey, en Hollywood. La versión cinematográfica fue protagonizada por Elizabeth Taylor, Robert Mitchum y Mia Farrow.
"Rosaura a las diez" también fue llevada al cine por Mario Soffici en una versión en la que se destacaron Susana Campos y Juan Verdaguer.
El Kraft y el Life, que lo hicieron conocido en el país y en el mundo, fueron los únicos premios a los que se presentó Denevi. Recibiría muchos otros, como el de la Comisión de la Manzana de las Luces, que le llegaron sin buscarlos.
Música y lectura
Marco Denevi había nacido en Sáenz Peña, provincia de Buenos Aires, el 12 de mayo de 1922. Desde chico sintió una fuerte vocación por la música -tocaba muy bien el piano- y la lectura.
Cuando se incorporó a la Academia Argentina de Letras, en 1987, agradeció a sus padres que en sus manos de chico "depositaron un billete de un viaje que desde entonces no ha dejado de emprender: el de la lectura, con un atracón, a los 12 años, de Stevenson, Dumas, Pérez Galdós..."
En sus artículos periodísticos, en los que enfocó con coraje y fervor ciudadano problemas de la sociedad, como las fallas en la representación política, la corrupción, la burocracia o los excesos de "viveza criolla", dejó traslucir su respeto por valores que vio vivir en su casa y en el medio circundante y cuya erosión y decadencia en la vida argentina no dejó de lamentar.
Le servía como ejemplo la vida de su padre: "A fines del siglo pasado vino jovencito a la República Argentina. Aquí no contaba ni con parientes ni con amigos, pero disponía de un carácter decidido, de una voluntad de hierro y de una honradez insobornable. Trabajó, fue todo lo que hizo. A los cincuenta años, ya casado con una argentina, ya padre de siete hijos, se retiró de los negocios y vivió de rentas. Contribuyó al progreso de un pueblecito en los alrededores de Buenos Aires y en 1949 murió ignorando qué eran la viveza , la especulación, el engaño, la usura. Que hoy su biografía nos parezca un cuento de hadas ¿no merece ninguna reflexión?" Era otra sociedad, que, según Denevi, habíamos empeorado.
Su conciencia lúcida buscó esclarecer problemas, develar embustes, plantear dudas. Afrontó esa tarea con vigor ciudadano en artículos en La Nación , que combinaban sinceridad, equilibrio y fuerza. Para Syria Poletti, entrañable amiga del escritor, su mayor mérito era el "constante empeño por convertir la palabra en elemento capaz de producir la erosión de las escorias que nos aplastan".
Inquietud ciudadana
Algunos títulos de sus artículos, largos y sesudos, dan idea de sus preocupaciones ciudadanas: "Los monarcas de la República", "¿Gobernantes cuerdos o gobernantes locos?", "Me gusta ser argentino", "El argentinglés y otras amenidades" (sobre la creciente influencia inglesa en el idioma) o "Perplejidades de un argentino apolítico", en el cual decía que no era hombre de partido, y afirmaba: "Mi único proselitismo es en favor de la democracia". En 1990 fue presidente honorario del Consejo de Ciudadanos, entidad que promovió para incentivar la inquietud cívica.
Reconocido sobre todo por "Rosaura a las diez", tuvo sin embargo una prolífica producción.
Aunque no quiso ser dramaturgo, una obra suya, "Los expedientes" (1957), ganó el premio Nacional de Teatro, y dio a luz "El emperador de la China" (1959) y "El cuarto de la noche" (1962). Otras obras suyas son las novelas y cuentos "Un pequeño café" (1967), "Manuel de historia" (1985), "Enciclopedia secreta de una familia argentina" (1986), "Hierba del cielo" (1991), "El jardín de las delicias" (1992) y "El amor es un pájaro rebelde" (1993).
Con María Angélica Bosco escribió el guión de un programa de televisión: "División homicidios". En 1986 comentó que hacía 18 años que vivía de lo que escribía, "lo que en estos tiempos ya es bastante".
"Me valgo de la ironía en la novela como la uso en la vida -admitió alguna vez-: para disimular que soy un sentimental, un blando de corazón, alguien a quien resulta fácil conmover."
Por voluntad del escritor no habrá sepelio. Sus restos serán cremados hoy, a las 11, en la Chacarita, donde hablarán María Angélica Bosco, por sus amigos, y Antonio Requeni, por la Academia Argentina de Letras.
Leer: un goce, una felicidad
"¿Qué condiciones debe reunir una novela para atraer al lector?", le preguntó a Denevi una vez María Esther Vázquez. "Que la lectura sea una felicidad", le contestó.
"Mi mayor ambición es que el acto de la lectura sea de disfrute, de goce para quienes me leen -dijo en una entrevista hace poco más de un mes-. En estos tiempos en que tanto dolor y humillaciones nos inferimos unos a otros, hacer feliz a alguien es tan hermoso... A mí no me importa más que eso."
Y señalaba que no pasaba de cinco mil lectores fieles, "que no me harán rico, pero me hacen feliz".
"Vivo de lo que escribo, pero no todo lo que escribo es literatura. Incluyo periodismo, guiones de televisión y de cine, y no incluyo cartas pidiendo dinero porque no las escribo", dijo en 1986.
Y era un persistente autor de cartas de lectores, de las que el archivo de La Nación es fiel testigo. Buscaba así un diálogo con otros lectores, un despertar de las conciencias.
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