Marcelo Longobardi: "Lo mío es logística, no talento. Soy disciplinado, pero sufrí ataques de pánico cuando tuve discrepancias entre lo que quería y lo que hacía"
Encorbatado. Así suena Marcelo Longobardi, la voz de traje impecable que más gente sintoniza en la primera mañana: pulcra, de una corrección sin mácula, reñido para siempre con la menor estridencia.
Este hombre de 52 años, que no terminó el secundario –dejó en tercer año cuando sólo tenía 15, algo que ocultó por vergüenza durante mucho tiempo–, tiene una vida metódica, casi espartana.
Reivindica ser una persona común que rehúye de las mieles fáciles de las celebridades. Esta entrevista es una de las excepciones que hace a su postura de no dar notas. Sencillamente le incomodan.
Podría decirse que aun no habiendo trabajado en ningún diario de primera línea ni en una gran editorial de revistas –aunque fundó la publicación económica Apertura–, es el más gráfico de los periodistas radiales. Tiene una devoción reverencial que no oculta hacia los diarios en papel en contraste con Internet que, dice, "iguala todo".
Longobardi asegura tener una relación casi física con los matutinos: los recorta, los subraya, les escribe encima y los clasifica. Su fiel chófer Carlos pasa a buscarlo en plena noche cerrada por su casa en Nordelta y de allí van a buscar los diarios que lee por el camino hasta llegar a Radio Mitre.
Serio, bastante fóbico, rara vez toma un trago, pero se fuma un paquete de cigarrillos por día y su mayor exceso es jugar al golf. Suele poner su cabeza en la almohada cuando en muchas casas todavía ni se han sentado a cenar. Ese perfil atildado cautiva, sin embargo, desde su micrófono a más de la mitad de la gente que sintoniza alguna emisora entre las 6 y las 10.
–¿Cuánto hay ahora en concreto de lo que imaginabas cuando tenías todo por delante en tu vida?
[Se toma unos segundos para pensarlo] –No lo tengo muy claro. Puede sonar un poco presuntuoso que te diga que me imaginaba hacer lo que estoy haciendo y que finalmente lo conseguí. La vida te va llevando por lugares impensados. Tuve mucha suerte. Encontré las personas adecuadas en el momento justo, un poco de casualidad. Había mucha distancia entre lo que yo soñaba y lo que era capaz de hacer. No terminé el colegio secundario, cosa que me costó muchos años admitir. El director del colegio Don Bosco al que iba, el padre Etchart, me sacó de la oreja y me depositó en la esquina. Estaba en tercer año, hasta los 14 había sido bastante previsible, pero a los 15 me agarró un ataque de rebeldía. En mi casa casi me matan, pero como mi viejo no tenía laburo me tuve que poner a trabajar. Tardé muchos años en contárselo a mis hijos.
–Si hubieses terminado el secundario, ¿qué carrera te habría interesado seguir y qué otros deseos tenés pendientes todavía?
–Tal vez me gustaría seguir historia. He pensado mucho últimamente en tomarme un año sabático para estudiar, aprender y viajar. Ciertamente es un sueño bastante irrealizable porque por el momento no tendría modo de financiarlo. También dormiría hasta más tarde. Me pasé años sin salir un minuto de la radio a ninguna parte. Trabajé enfervorizadamente.
–¿Cuál es tu método?
–Tomarme todo con mucha responsabilidad. Lo mío es logística, no talento. Soy riguroso, disciplinado y trabajador. La tarea de liderar la mañana en la radio es complicada y requiere de mucho esfuerzo físico y personal. Yo me lo tomé muy seriamente porque el laburo en Radio 10 era ser líderes y lo conseguimos. La relación con el oyente de la radio es muy especial y cercana, sobre todo después de 14 años. Ya formás parte de la vida de las personas y tenemos que estar aunque nos duela la cabeza o tengamos algún despelote, y ese compromiso lo tenemos todo el equipo. Por eso se enojaron tanto cuando nos sacaron.
–Y se fueron con vos a Mitre…
–Se ratifica que lo que vale es la radio. Mitre estaba aletargada, había sufrido la competencia de la 10 y pérdidas dramáticas como la de Néstor Ibarra. Lo que ocurrió a partir de febrero es que se armó otra radio que vino a ocupar el lugar que tenía la 10. Se combinaron una serie de factores: que veníamos de liderar la mañana muchos años; se sumó Lanata, que venía subiendo al mediodía y que puesto detrás de nosotros se convirtió en algo atómico, y se produjo una química que es algo mágico. El ambiente en Mitre se volvió fantástico. No hay programa exitoso sin una radio exitosa globalmente.
–Hacés la vida prácticamente de un obrero que va a la fábrica al alba. Más allá de que es lo que sostiene tu vida y es tu vocación, ¿qué otros sentidos le encontrás a ese enorme sacrificio?
–Tengo una vinculación con este horario desde que empecé muy chico como productor de Bernardo Neustadt en Mitre, en el mismo edificio donde ahora laburo, allá por 1983. Trabajé con él dos años gratis. Me iba a la radio caminando porque no tenía guita para el pasaje. Tuve mucha suerte: en 1986 Fernando Marín me dio mi primer programa en Radio El Mundo los domingos, a las 6, por tres meses. Justo se va Daniel Mendoza, que estaba de lunes a viernes. Yo tenía 25 años y Marín me dice: "Pibe, le paso el jet". Me animé y lo hice. "Usted siempre –me decía– vaya por la 9 de Julio, no por Cerrito ni por Carlos Pellegrini."
–¿Y cuándo te sentiste finalmente cómodo manejando el jet?
–Yo le tengo mucho respeto al jet. Nunca estás del todo cómodo y seguro. Creo que hago un buen trabajo, pero hay que tener cuidado. Respeto mucho a la gente. No soy una estrella y de verdad me creo un par de mi equipo y del oyente. Ese papel de antihéroe que hago en la radio, más allá de la caricatura, es medio cierto. Nosotros somos tipos normales. Somos fieles a un pensamiento. El programa tiene un punto de vista que ha sido muy coherente en estos 14 años y creo que eso también ha tenido un papel importante en nuestra permanencia.
–¿Qué significa despertarse a las 4 en relación con tus descansos y la familia?
–Levantarme a las 4 es parte de mi disciplina. A las 4.15 estoy bañado y tomando un café. Uno se da cuenta de lo que es levantarse todos los días a esa hora cuando no lo hace en vacaciones. Advierto lo rápido que el cuerpo se olvida de la disciplina y cómo vuelve a la normalidad a los dos o tres días. Te cambia la perspectiva del día cuando te levantás a las 7 o a las 8. En el mes que estuve sin trabajar, desde que me echaron de la 10 y vine a Mitre, se me multiplicó la energía. Me vi a mí mismo siendo capaz de hacer el triple de cosas. Volver es dificilísimo. Levantarse a las 4 implica que a las 22 hay que estar en la cama durmiendo y si un día te acostás a las 12, al siguiente el programa no sale igual. Mi programa empieza cuando me voy a dormir porque es la esencia de que a las 6 esté más o menos iluminado. Tengo un sueño profundo y por suerte duermo bien. Dos o tres veces por semana hago un poco de siesta. ¿Te acordás en una época que cambiaron la hora y era de día a las 22? Ese fue mi peor año porque me acostaba con luz y no me podía dormir. Ahora que comienza a amanecer más temprano parece más leve que cuando en invierno es noche cerrada y me pregunto qué demonios estoy haciendo yo a esa hora. Es tan duro como lleno de satisfacciones. No me quejo.
–Casi asistencia perfecta, ¿verdad?
–En 14 años llegué tarde dos veces: una vez me quedé dormido y llegué a las 6.10 y la otra vez fue por culpa de la inundación de abril en que parte de la Panamericana estaba inundada, no podía pasar y llegué a las 6.30. Falté cuando murió mi viejo, pero mamá falleció una hora antes de que empezara el programa, fui sin dormir y lo hice igual, aunque fue duro. Creo que falté una sola vez por fiebre.
–¿Sos igual de estricto fuera del trabajo?
–Soy muy riguroso con mi tiempo libre. Por lo menos tres veces por semana juego al golf y el fin de semana, lo hago con mis hijos; también tomo clases en una escuela en Tigre. Soy coleccionista de ópera y estoy feliz con los dos mil discos que me acaban de digitalizar para tenerlos en la computadora. Soy capaz de encerrarme en mi escritorio, desconectar el teléfono y escuchar tres versiones seguidas de Tosca. También estoy construyendo y ordenando mi biblioteca.
–La etapa Radio 10: logros, presiones, final. Te escucho.
–Durante los años de Kirchner y de Cristina hubo todo tipo de presiones para que Daniel Hadad me echara y siempre me bancó. En el episodio de C5N [N. de la R.: cuando su programa fue sacado abruptamente del aire], ahí yo lo banqué a él. Jorge Asís y Alberto Fernández venían diciendo cosas muy fuertes, y efectivamente, algo pasó. Si es cierto que hubo presiones y que Daniel no pudo soportarlas, sentí que me tocaba a mí esa vez poner el pecho a la situación y creo que, más allá de críticas y puntos de vista, actué bien.
–A veces a la gente más metódica se le escapa la liebre por el lado menos pensado. En tu caso, ¿por dónde fue?
–Tuve un ataque de pánico hace unos siete años y aprendí muchísimo de ese episodio. Experimenté dos o tres casos de hiperventilación que me tensaron de modo extremo el diafragma. Soy medio vagotónico: todas las tensiones se me van a la panza. Había tenido semidesmayos. Sentía físicamente cosas muy raras. Recuerdo haber terminado un programa muy mal porque me había hiperventilado y salí volando para el Fleni. Néstor Wainstein, que es uno de los médicos más relevantes de ese centro médico, me hizo respirar adentro de una bolsita porque respirando tu propio aire recuperás tus niveles normales de oxígeno. Me dijo que tenía que hacer educación postural y terapia. Se ve que venía muy golpeado de chico porque mi postura era más bien doblada, hasta tal punto que el diafragma se volvió una piedra que me torció la espalda. En terapia descubrí que eso me sucedía cuando había alguna discrepancia entre lo que quería y lo que estaba haciendo, y ahí aprendí velozmente a decir que no a muchas cosas. El modelo de expresar mi disgusto era el ataque de pánico. Era un aviso de mi cuerpo. Me pasé de los 15 a los 45 años trabajando como un animal, tratando de cumplir con todo el mundo, pero no estaba bien conmigo mismo. La falta de relación entre los hechos y deseos me generó esos ataques.
–¿Recordás las circunstancias del primer episodio?
–¿Te acordás del reportaje a Amira Yoma que hicimos con Mariano Grondona y Román Lejtman? Para conseguirlo mantuvimos reuniones muy tensas con la familia Yoma. Me sentía incómodo haciendo ese trabajo. Sentarme con alguno de esos tipos me resultaba inaceptable. Entonces yo era dramáticamente principista, ahora los años me volvieron más pragmático. Me desmayé en medio de una cena en la casa de Emir Yoma tras sentir calor y ver nublado. Terminé acostado en su cama, con dos cardiólogos a mi alrededor que suponían que me estaba muriendo. Tuve un síndrome vagal.
–¿Qué otras cosas descubriste en terapia?
–Pude reconciliarme con una idea que me perseguía. Siempre me había sentido muy desvalido frente a mis colegas importantes por mis materias pendientes: no haber terminado el colegio, no pasar por la Redacción de LA NACION ni por las de Atlántida. Me hice solo, pero esa soledad me generó un poco de culpa y me sentí sapo de otro pozo. Recién ahora me siento más seguro. No soy un robot, es cierto que soy disciplinado, pero me pasan cosas. Nunca fui parte de la corporación periodística, y aun sin tener problemas con nadie me había hecho una película.
–Capaz que por no involucrarte, el cerrarte tanto sobre vos mismo, te produjo esas sensaciones. ¿Sos sociable?
–No hago mucha vida social. Soy muy insociable, no me gustan los tumultos, los cócteles ni las fiestas. Trato de ser fiel conmigo mismo y la seguridad la he ganado con una terapia fantástica muy conductual que me sirvió para entender mis ataques de pánico y sacarme la culpa también de ser la única persona exitosa de varias familias. Hago cosas solitarias: escucho música clásica y leo; el golf es medio solitario también.
–¿Estás conforme con tu vida?
–Tengo una linda casa, un buen auto, un salario muy presentable para la Argentina de hoy. He podido ahorrar en los últimos dos años y mi gran obsesión es viajar. Vamos con mis hijos a lugares del mundo rarísimos a jugar al golf. También quiero conocer la Scala de Milán.
–No sos de cruzar trabajo con viajes como, por ejemplo, hace de manera permanente Víctor Hugo Morales…
–Eso hay que saber hacerlo y Víctor Hugo, independientemente de lo controvertido del caso, es un profesional de la radio de la gran puta y no sé si podría hacer lo que hace él. Yo necesito estar en el estudio. Cuando me contrató Mitre fui muchos días antes de empezar a hacer el programa para aclimatarme. Había estado trece años en un mismo estudio y cambiar me resultaba complejo.
–Con una vida tan metódica, con horarios al revés de la gente, ¿como te hiciste tiempo, sin embargo, para el amor [seis hijos de tres parejas distintas], ¿de donde sacás los tiempos?
–Me las ingenio. Trato cada vez más de no dejar de hacer las cosas que me gustan. Aprendí a decir que no.
–Opinaste que el peronismo es una tragedia de la Argentina. ¿Me ampliás?
–La Argentina carece de un sistema político clásico con un formato serio de discusión dentro de los partidos. El Pacto de Olivos explotó eso. La batalla del peronismo ya es inevitable y Cristina no la controla. El peronismo no es hijo de la ideología, sino de la debilidad, y cuando empieza a fragmentarse es una tragedia porque pone al país al borde de la ingobernabilidad.
Momentos
Sus dos mundos
Es padre de dos generaciones de hijos: los tres mayores, de veintipico, y las tres menores tienen menos de 10 años (las mellizas Delfina y Clarita, y Josefina). Con Franco, Ignacio y Gastón conforma una cerrada cofradía golfera que le produce una felicidad extrema cuando emprenden sus sofisticados recorridos por lugares recónditos del mundo. "Mi vida no se explica sin mis tres hijos varones –confiesa–; cuando me separé de mi primera mujer hice un esfuerzo descomunal por estar en contacto con ellos todos los días."
Su otra familia es el equipo de Cada mañana: "María [Isabel Sánchez] y Rolo [Villar] son profesionales de la voz", a los que considera verdaderos genios en lo suyo; Alberto Cormillot "es un personaje increíble", y la última adquisición, Willy Kohan, "es un fenómeno", más Leandro Buonsante, en deportes, que "es nuevo y buenísimo". Longobardi pone todas sus fichas en su gente: "Trato de que se luzcan. No tapo a nadie y potencio el equipo. Ese formato fue un gran invento de Hadad, la persona que más sabe de radio en la Argentina, y que yo supe mantener".
Bio
- Profesión: periodista
Edad: 52 años - Empezó a trabajar a los 15. Fue productor ad honórem de Bernardo Neustadt durante dos años. Tuvo su primer programa de radio a los 25. Fundó la revista Apertura. Hace TV intermitentemente. Es dueño de la audiencia radial de la primera mañana desde hace 14 años
Temas
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