Los herederos de estas tierras ubicadas en Chapadmalal fueron cambiando el destino del lugar; hoy es un country valorado por la extrema intimidad que garantiza, donde rige un bajísimo perfil; para alquilar o comprar, se debe atravesar un proceso de aprobación
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MAR DEL PLATA.- Una corona de agapantos lilas delimita el espejo de agua circular que da la bienvenida al recién llegado al jardín del imponente club house, con sus anchas paredes de piedra y portones ampulosos que, abiertos de par en par, dejan ver desde los cercanos hoyos 9 y 18 hasta donde el verde se quiebra en el Arroyo Seco, que parte en dos el impecable campo de golf.
Lo que hace 80 años nació como un proyecto de chacra con residencia de veraneo, tiempos en que familias tradicionales se instalaban por aquí a temporada completa, fue ganando en forestación a medida que crecían pinos y robles sembrados por los propios dueños. Así comenzó a tomar forma lo que hace casi cuatro décadas lleva el nombre de Marayui.
Con distribución inicial de tierras entre familiares, todos herederos de Federico Zorraquín, que había comprado las 107 hectáreas a la familia Martínez de Hoz, ladrillo a ladrillo nacía el que quedaría en la historia local como el primer barrio privado de General Pueyrredón.
A no más de media hora del microcentro de Mar del Plata, quizás algo más en estos días de temporada con decenas de miles de turistas y alto tránsito por ruta 11 hacia las playas del sur, se encuentra este refugio de un reducido y muy selecto grupo de familias. En principio con casas de veraneo, pero en los últimos tiempos cada vez con más residentes permanentes, entre ellos marplatenses que se animaron a retirarse de la urbe para ganar aire y contacto con la naturaleza, el lugar impacta a todo aquel que lo visita.
De la casona familiar al club house
“Este club house que ves acá era la casa de abuelo”, explica Julio Zorraquín, nieto de quien dio el primer paso con una aventura que le daba un giro al modelo tradicional de veraneo familiar. Cambiaron las lujosas habitaciones del céntrico hotel Bristol marplatense, que funcionaba frente a Punta Iglesia y había cerrado, por lo que era campo abierto a no más de 2000 metros del mar.
Hoy es presidente del Club Marayui, formato de asociación civil sin fines de lucro que adoptó esta propuesta que tras algunas divisiones de bienes entre familiares abarca casi 80 hectáreas con un loteo que dispone de 150 parcelas. “Solo quedan cinco o seis sin vender y no hay ningún apuro”, afirma Zorraquín a LA NACION.
La casona de estilo normando levantada con enormes bloques de piedra y que hoy es espacio común de los propietarios se comenzó a construir en 1942 para el alojamiento de sus dueños originales, sus hijos y después también sus nietos. Compartían el principio de aquella experiencia con Horacio Acevedo, amigo de Zorraquín que compró tierras linderas para desarrollar su estancia Santa Silvina.
Las obras fueron encargadas primero al arquitecto Eduardo Sauze y luego a sus colegas Guillermo y Miguel Madero. En el hall se exponen fotografías del inicio de aquellos trabajos, en medio de una interminable llanura.
Esa construcción hoy está intacta, en buena medida gracias a la solidez, contundencia y nobleza de los materiales elegidos. Las aberturas (incluidas las persianas) son de cobre para resistir la cercanía con el océano. Cada portón de entrada, dos por acceso, pesa más de 300 kilos. Las tejas son de pizarra francesa y los pisos son de mármol. A su alrededor las plantas dejaban espacio a la que sería la primera traza del campo de golf, de nueve hoyos y par 35 en su primera versión, con diseño de Luther Koontz.
Las generaciones siguientes, a comienzos de la década del 80, tomaron decisiones sobre el futuro de esas tierras. Unos pocos se volcaron por este proyecto de lo que se pensó en principio como club de campo. Otros familiares quedaron del otro lado del alambrado, con sus tierras, pero separados de la iniciativa. Y los restantes vendieron lo suyo.
El plan se puso en marcha con prioridad en el rediseño del campo de golf, que sobre la misma superficie pasó a tener 18 salidas, 18 banderas y 12 greens a partir de la modificación que se encargó al Ronald Freeman Design Group, de California.
Dinámica social con reglas propias
“Se construyeron los dormis y luego empezamos con la venta de lotes, solo para amigos”, detalla Zorraquín. En la actualidad, hay casas construidas o en construcción casi en los 150 lotes. Cada propietario es socio del club y, por ende, acepta la estricta reglamentación que rige la dinámica social dentro de los límites de Marayui. Quien llega como potencial nuevo dueño de un inmueble dentro del country debe ser presentado y queda sujeto a aprobación de la comisión directiva.
Cada dueño puede traer invitados, por los que se hace responsable. club house, caminos y áreas deportivas, que además del campo de golf incluyen canchas de paddle, tenis y fútbol, entre otras, son de uso común.
Los pocos lotes que quedan sin vender son como una reserva de capital. No hay urgencias mientras el funcionamiento del club se sustente con lo que se cobra de cuota.
En los últimos tiempos creció la tendencia a residir en el lugar. La pandemia contribuyó a que propietarios se mudaran en busca de un espacio cómodo y aireado. Muchos, dos años después, siguen todavía por aquí. En este contexto, se amplió la red de fibra óptica para que cada casa tenga wifi de calidad.
El desarrollo de nuevos inmuebles también tiene condicionamientos: las fachadas solo pueden ser de ladrillo a la vista, piedra o madera, en línea con un proyecto sustentable. La pintura exterior está prohibida y no se permiten obras de más de siete metros de altura.
Entre las casas en venta, puede encontrarse un cuatro ambientes a partir de 390.000 dólares hasta una con trazos de castillo, lindera con el arroyo y con 412 m2 cubiertos, cotizada en 950.000 dólares.
“Hay casas que se alquilan y en buen precio”, señala Zorraquín. El modelo de aprobación del inquilino es similar al de la compra de tierras o casas: el propietario lo presenta ante la comisión directiva que avala o rechaza. El OK implica que puede acceder a todas las instalaciones con los mismos derechos que un dueño y que al titular del inmueble le corresponde asumir todas las responsabilidades por lo que haga su cliente.
Otra alternativa es hospedarse en su hostería, también reservada a visitantes que llegan avalados o presentados por uno o más socios. Funciona en pisos superiores del club house. Son diez habitaciones de estilo inglés, todas con baño en suite, vista al golf y mobiliario que es un viaje a mitad del siglo pasado. En el ala oeste del club house, separada por el hall de la pequeña pero cálida sala de juegos, se ubica el restaurante del lugar.
El club tiene apenas un puñado de socios que no tienen tierras ni vivienda puertas adentro. Casi que se cuentan con los dedos de una mano y son todos familiares que quedaron con lotes que limitan con el country y a los que se les habilita acceso para uso de las instalaciones.
Zorraquín subraya que en los últimos años creció la presencia de generaciones más jóvenes. Y destaca a marplatenses que eligieron este destino, en su mayoría no mayores de 50 años.
Puertas adentro se valora la extrema intimidad. Esa suerte de cono de silencio que existe en medio de ese bosque ha sido disfrutado durante las últimas tres décadas por expresidentes de la Nación que, alojados en la cercana residencia oficial de Chapadmalal, desplegaron aquí su pasión por el golf. Desde Carlos Saúl Menem hasta Mauricio Macri.
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