Mar del Sud: La increíble historia del majestuoso y ahora en ruinas Hotel Boulevard Atlántico
"Siento voces en el hotel, nos comunicamos, yo entiendo su lenguaje", dice con su voz fantasmal, Eduardo Gamba, de 92 años, el mítico cuidador y último morador del majestuoso y hoy ya en ruinas, Hotel Boulevard Atlántico, en Mar del Sud, el pintoresco pueblo de 500 habitantes recostado sobre la costa bonaerense en el partido de General Alvarado.
Inaugurado en 1890, el hotel recibió a inmigrantes judíos, muchos de ellos murieron y cuentan los vecinos que sus presencias vagan por el sótano. "Como todo castillo, tiene sus desgracias", afirma Laureano Clavero, de 40 años, director de cine y escritor, que investiga y narra las historias marsureñas en libros imperdibles.
"En términos medievales es como si fuera el castillo que cobija y arropa a la comarca", afirma Clavero, nacido en la Argentina. Él vivió en Mar del Sud y actualmente reside en Segur de Calafell, en Catalunya.
"Las historias que se han tejido han hecho que el hotel tenga una vida propia", sostiene. Entre ellas, desembarcos nazis y túneles de hormigón que conectan campos con carreteras, submarinos alemanes asomando sus oxidadas torretas en el mar y agentes secretos escondidos en instalaciones rurales. "El hotel fue un centro de reunión de espías y colaboracionistas", dice.
La mole de 4500 metros cuadrados dio origen al pueblo: "Fue su alma", dice Clavero. Incluso la localidad se llamó en un principio "Boulevard Atlántico". Cancha de tenis, de fútbol, cine, grandes salones, detalles de lujo. Tenía el único teléfono de la aldea y hasta transporte propio que trasladaba a los pasajeros desde la vecina y próspera Miramar. El proyecto fundacional venía acompañado de un factor determinante: la llegada del tren. Lo que nunca pasó. "Fue un duro golpe", sostiene Clavero. Ni bien nació, el pueblo estuvo a punto de morir.
Con más de un siglo de existencia errática, el hotel se intentó reciclar, pero hoy las obras están paralizadas en medio de problemas legales y con peligro de derrumbe. "Es un sueño inacabado", resume Clavero.
"A veces no sé si estoy vivo realmente o si vivo dentro de un sueño del hotel", afirma Gamba, que desde mediados de los años 70 se hizo cargo del imponente edificio. Algunos lo acusan de fabulador, otros lo reivindican otorgándole el alma del propio hotel. El lujo, los bailes y los banquetes le dieron al hotel renombre y estatus. Las familias más adineradas venían a vacacionar a este balneario que se formó para eclipsar a Mar del Plata.
Incendios, malas administraciones, usurpación y robo patrimonial son claves para entender el estado de abandono que vive hoy. También, historias que refieren a sucesos trágicos. "Acaso el hotel desde su origen ha estado maldito", afirma Gamba, suspicaz. Su mentor, Mauricio Schweitzer, se suicidó.
Una propiedad frente al mar
La historia del hotel es por lo menos inquietante e involucra el afán económico de familias patricias. Los Otamendi eran dueños de estas tierras, en esos años; el acceso al mar era deseado y posicionaba socialmente.
Fernando Julián Otamendi tuvo el sueño de formar un balneario, viendo cómo Miramar crecía, a solo 15 kilómetros. Para ese objetivo, era necesario que los futuros compradores de lotes tuvieran un hotel dónde hospedarse, también los turistas. Allí surge el proyecto de levantar el imponente edificio. "Iba a ser el puntapié inicial para un proyecto turístico más grande y expansionista", afirma Clavero.
Todo salió mal. El tren, que era clave para el éxito del proyecto, llegó hasta Miramar. Luego la crisis económica de Juárez Celman de 1890, congelaron aún más las chances. El director del Banco Constructor de La Plata SA (a cargo de la construcción del hotel), Mauricio Schweitzer se obsesionó en terminarlo, así lo hizo, pero en 1892, se suicidó.
Ese mismo año un centenar de "pampistas" (llegaron en el vapor francés "Pampa"), judíos rusos que luego de cruzar todo el Atlántico a instancias del Barón Hirsch, fueron los primeros pasajeros accidentales. Un vendaval los esperó a la entrada del río de La Plata y debieron desembarcar en Mar del Sud. Algunos murieron: el mito marsureño afirma que durante muchos días estuvieron insepultos en el sótano. Días después se desató una epidemia de psitacosis, y por lo menos 10 niños murieron. Los enterraron en la orilla del arroyo La Tigra. Actualmente, sus restos conviven con el trazado del pueblo. Las lápidas se han perdido. Nadie honra su memoria, pero siguen allí.
El hotel fue rematado y volvió a abrir en 1904. Durante el siglo XX fue la pieza clave para el desarrollo del pueblo, que creció lentamente. En 1974 lo compró Eduardo Gamba, un personaje complejo. Su trabajo era proyectista de cine. Salía de gira por pequeños pueblos bonaerenses para llevar el séptimo arte. El hotel lo hechizó. Aquí conoció a una cantante que tenía un repertorio en francés y se enamoraron. Montó un cine en uno de los salones. A mediados de los 70, un viejo afiche anunciaba La Maldición de los Zombies y La Noche de los pistoleros. "Se cruzaban los murciélagos delante de la pantalla, muy fellinesco", afirma Clavero.
Una anécdota pinta de cuerpo entero a Gamba. Una noche de tormenta, el cine del hotel estaba a pleno. Estaban dando Slap Shot con Paul Newman. En un momento, comenzó a salir humo del proyector. La cinta se quemó. El público estaba ansioso por saber cómo concluía la película. Eduardo salió detrás de la pantalla y les contó el final.
El hotel entró en decadencia. En 2011, Laureano Clavero viajó para relevar lo que quedaba. "Me encerré 10 horas para fotografiar hasta la última baldosa", afirma. Sacó 4000 fotos, no olvidó ningún detalle, y es el único registro fidedigno que se tiene. Volvió al año siguiente y todo había desaparecido. Solo quedaba, vagando por los pasillos, Eduardo Gamba. Aquellos que prometían la recuperación del hotel, lo saquearon. Clavero fue uno de los últimos que vio el hotel aún con el resplandor del brillo del pasado. Quiso conocer más y hace diez años que investiga la pista nazi.
En 1943, la red de espionaje alemán en Buenos Aires estaba activa y en movimiento. El mayor general Friedrich Wolf le solicitó al agente Wilhelm Seidlitz hallar un lugar solitario en la costa para desembarcar espías y material de contrabando. Este se puso en contacto con el empresario Karl Gustav Einckenberg, quien había hecho fortuna en las minas de estaño en Bolivia. Buscando nuevos horizontes, compró tierras en Mar del Sud, cerca de la línea de costa. El contacto estaba hecho. Alemania ya tenía un lugar donde desembarcar.
Pocos meses después de terminar la Segunda Guerra Mundial, Mar del Sud cobró interés para El Eje. "Los avistamientos de submarinos alemanes fueron masivos", afirma Clavero. "El Hotel Boulevard Atlántico era un punto de encuentro de espías y colaboracionistas", sostiene el investigador. Consiguió testimonios de primera mano, como el de Juan Carrizo, lechero del pueblo en aquellos años. "Vio cómo desembarcaba en botes oscuros de goma, estaban armados", confirma Laureano.
Otro testimonio clave fue el de Justo Rodolfo Charra. En 1945 tenía 14 años, y vivía cerca de la estancia de Einckenberg. "Vio cómo desde un submarino desembarcaron personas", afirma Clavero. Esto sucedió días antes que los U-530 y U-977 se rindieran en el puerto de Mar del Plata. Charra le contó a Clavero que los patrones de la estancia "prohibieron" a los empleados contar lo que pasaba allí. "No podían verle la cara a los alemanes hospedados", confirma. "Una prima les llevaba comida, y tampoco podía verlos, se las dejaba por una ventana", agrega Clavero. Muchos de estos misteriosos huéspedes llegados del mar salían de noche.
Karl Gustav Einckenberg falleció en 1986 en Mar del Plata, y sus restos están en el cementerio Las Lomas. Durante su vida en Mar del Sud participó de las reuniones en el hotel. "Fue un claro colaborador directo de la red de espionaje del Tercer Reich en Argentina", sentencia Clavero.
"Es inefable, en armonía siento que el hotel y yo somos uno", dice entre los escombros Eduardo Gamba. Todos lo conocen en Mar del Sud. Vive a un costado del hotel. Alquila departamentos para turistas, la mayoría buscan oír sus historias. "Yo no podré verlo, pero algún día volverá a ser como antes", señala al edificio en ruinas. ¿Cuándo le habla el hotel?, se le pregunta. "Te está hablando el hotel, no yo", concluye, enigmático.
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