Según el especialista Oliver Burkeman, la obsesión con la eficiencia y la productividad constituyen una especie de “trampa” para los empleados
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Aquí va una pregunta sencilla que podría provocar una pequeña crisis existencial. Sin necesidad de sacar una calculadora, adivina: ¿cuántas semanas vivirá una persona promedio? La respuesta, para una esperanza de vida de unos 80 años, es 4.000. Hasta los centenarios solo vivirán 5.200.
Si sos como yo, ese concepto podría generar una sensación de pavor, seguida de una mayor determinación de lograr lo máximo de este corto período en la Tierra. Seguro que tiene sentido embutir cuantas actividades sean posibles en cada día, para asegurarnos de cumplir nuestras metas antes de dejar esta vida.
En realidad, eso podría ser la peor cosa que pudiéramos hacer para vivir una vida llena y feliz. En su nuevo libro, Cuatro mil semanas, el escritor en psicología Oliver Burkeman sostiene que esto solo conduce a decepción e infelicidad, gracias a un fenómeno conocido como la “trampa de la eficiencia”. En su opinión, nos vendría mejor ir más lento, en lugar de acelerar, si queremos sacarle el máximo a nuestra corta esperanza de vida.
La tiranía del tiempo
La ansiedad por el paso del tiempo no es exactamente exclusiva de la vida moderna. Alrededor de 29 a.C., el poeta romano Virgilio escribió “fugit inreparabile tempus” (“el tiempo vuela irrevocablemente”) lo que expresa un poco de la ansiedad por el paso de los días. Pensamientos similares sobre cómo el tiempo se nos escapa se pueden encontrar en Chaucer y Shakespeare.
Burkeman, sin embargo, cree que la peculiar preocupación de la humanidad con el tiempo -y, en particular, si lo invertimos “productivamente”- se volvió mayor con el uso común del reloj y el surgimiento de la Revolución industrial. Antes de eso, los ritmos naturales del día guiaban a la gente: “Hay que ordeñar la vacas cuando necesitan ser ordeñadas, y no podías decidir de alguna manera hacer todo el ordeño de un mes en unos cuantos días”, dice.
Una vez la gente empezó a trabajar en molinos y fábricas, sus actividades tuvieron que ser coordinadas con más precisión, frecuentemente para optimizar el uso de las máquinas que operaban.
Eso dio paso a prestarle mayor atención a la planificación y la creación de horarios, a la vez que se entendió que nuestra productividad podría ser cuidadosamente monitoreada. Y la presión resultante, de hacer más en menos tiempo, parece haber crecido exponencialmente en la segunda mitad del siglo XX.
La industria de autoayuda se encargó de atender estas ansiedades, con muchos textos en las pasadas cuatro décadas ofreciendo consejos para administrar mejor el tiempo. “La implicación de estos libros es que, con la técnica correcta, podrías cumplir casi cualquier obligación que se te atraviese. Podrías emprender cuantas ambiciones personales quisieras, con una rutina diaria perfectamente optimizada”, señala Burkeman.
La “trampa de la eficiencia”
Desafortunadamente, no siempre funciona así. Burkeman describe la obsesión con la eficiencia y la productividad como una especie de “trampa”, ya que en realidad nunca podés escapar de la sensación de que podrías estar haciendo más.
Considerá una meta básica, como optimizar tu correspondencia de correo electrónico. Podrías pensar en alcanzar un tipo de estado zen donde no tenés nada en tu buzón al final de cada día, y contestás cada correo a medida que llega. Desafortunadamente, cada correo que enviás probablemente generará más respuestas y tareas que completar, lo que puede llevar a que los mensajes se acumulen otra vez.
El hecho de que el trabajo suele engendrar más trabajo significa que muchos empleados eficientes pronto se extralimitan más allá de sus capacidades, a medida que su jefe les sigue añadiendo responsabilidades. Como Burkeman escribe en Cuatro mil semanas: “Tu jefe no es idiota. ¿Por qué le daría el trabajo a otra persona más lenta?”
La rutina hedonista
También hay buenas razones psicológicas que explican por qué nunca estaremos satisfechos con nuestras actividades actuales -en el trabajo como en nuestras vidas personales-, que nos llevan a estar constantemente aplicándonos más presión. Los humanos tenemos un molesto hábito de acostumbrarnos a los cambios positivos en nuestras vidas -el fenómeno conocido como la “rutina hedonista”-.
Podrías pensar que una promoción en el trabajo sería una recompensa adecuada por todo tu esfuerzo, pero los estudios demuestran que muchas veces no te hace más feliz que tu actual cargo. No importa cuán productivo se es, ni cuánto se logra, siempre querrás más para ti.
La noción de la trampa de la eficiencia de Burkeman también me hace recordar un estudio de la Universidad de Rutgers, en EE. UU., y de la Universidad de Toronto, en Canadá. A unos participantes le pidieron hacer una lista de 10 actividades que los haría sentirse mejor en sus vidas -sugestionándolos para pensar en la felicidad como una meta activa-. Después, ellos mismos registraron puntajes inferiores en un cuestionario sobre su bienestar actual que los participantes a los que antes se les había pedido que dijeran de qué estaban agradecidos en ese momento.
Una exploración más profunda encontró que la reducción de felicidad estaba vinculada al sentido de que el tiempo de alguna manera se estaba esfumando: en lugar de hacer que los participantes se sintieran positivos y proactivos, el pensar en todas esas actividades les había hecho más agudamente conscientes del poco tiempo que en realidad tenían para lograrlo todo.
Escapando de la trampa
Al fin de cuentas, Burkeman piensa que nuestro implacable impulso de productividad es un intento inútil de escapar la cruda realidad de nuestras 4.000 semanas en la Tierra. “Es seductor tratar de pasar el tiempo mejorando tus rutinas y rituales, pero eso simplemente contribuye a evitar enfrentar la verdad de lo finitos que somos”, afirma. “Y es una verdadera receta para el estrés, la idea que podés hacer algo sobrehumano con tu tiempo”.
En opinión de Burkeman, todos podríamos reducir nuestra ansiedad si solo aceptáramos nuestra capacidad limitada de lograr todo lo que quisiéramos en la vida.
Tiene unos cuantos consejos prácticos. El primero parecería obvio, pero frecuentemente lo olvidamos: necesitamos limitar el número de objetivos que queremos alcanzar a la vez. Podrías priorizar el mudarte de casa y escribir un libro, por ejemplo, mientras te das cuenta de que las clases de piano tendrán que esperar. Aunque pueda ser descorazonador abandonar algo que es muy importante para ti, serás capaz de dar pasos más grandes hacia las metas que elegiste, que si tratás de cumplir demasiadas cosas simultáneamente.
Podés intercambiar metas, naturalmente, a medida que tu vida progresa -una vez te hayas mudado, por ejemplo, habrá espacio en tu horario para aprender el piano-. Pero en general, Burkeman sostiene que seríamos más felices si tomamos la decisión consciente de poner en espera algunos proyectos, en lugar de tener la continua sensación de que no estamos cumpliendo con falsas expectativas.
“Simplemente te estás reconciliando con ser un humano finito”, indica. En el trabajo del día a día, Burkeman también aboga por tener una “lista de labores cumplidas”, más o menos paralela a la “lista de labores por hacer” que empieza vacía cada mañana, pero se va llenando con cada tarea que cumplís.
Muy importante es que muchas de esas tareas pueden haber sido distracciones que nunca hubieras incluido en tu lista de labores por hacer, pero que, sin embargo, fueron importantes cumplir. De esta manera, la práctica te ayuda a reformular tu carga laboral para que tengas una mayor sentido de logro, en vez de estresarte por las cosas que todavía no acabaste de hacer.
No obstante, Burkeman reconoce que le resulta difícil cambiar su propia actitud mental y aceptar los límites de lo que puede lograr en sus 4.000 semanas -pero vale la pena perseverar-. “Cuando enfrentás esta realidad, es de verdad muy liberadora”, dice y concluye “Te das cuenta de que estuviste peleando una batalla inútil”.
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