Malvinas: el hijo que recuperó a su padre caído en la guerra
Miguel Aguirre dejó su casa hace 36 años para participar de la recuperación de las islas Malvinas. Allí, murió cuando el buque ARA Islas de los Estados, donde servía como jefe de máquinas, fue hundido por la fragata inglesa Alacrity, el 10 de mayo de 1982 .
Desde entonces, su hijo Sergio, hoy de 53 años, pensaba que el cuerpo de su padre estaba en el mar. Sin embargo, en diciembre pasado, sus restos fueron localizados e identificados en el cementerio de Darwin, donde descansaba bajo una lápida con la leyenda "Soldado argentino solo conocido por Dios".
"Este va a ser el primer día del Padre en que lo voy a tener más cerca de casa", dice Sergio, que tenía 17 años cuando su papá se fue hacia las islas. Y agrega: "Hoy tendré una conexión más cercana con él".
Aunque Sergio descontaba que el cuerpo de su padre estaba en el mar, cuando la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur alentó a que se tomaran las muestras de ADN para identificar a los soldados enterrados en Darwin, él se sumó por dos razones: para apoyar al resto de los familiares y para dejar asentado ante un escribano su rechazo a que los cuerpos fueran traídos de nuevo al continente.
"La noticia de la identificación no fue una casualidad: fue un regalo. Mi papá me envió esa prueba", explica Sergio, que el 26 de marzo pasado viajó a las islas por primera vez y se reencontró con su padre en Darwin. "Yo tenía descartado que mi estudio diera positivo", señala. Y agrega: "¡Sentí una emoción inenarrable!".
Además, se enteró de que el cuerpo de su padre fue encontrado por los ingleses el 22 de agosto de 1982 en un sitio a 18 km del lugar del hundimiento. Y dado que estaba sin ropa, salvo por las medias, Sergio deduce que en el momento del ataque, su padre se encontraba descansando, despojado de su overol de maquinista. "No diré que papá volvió, pero ahora tengo la tranquilidad de saber dónde está descansando", dice.
Nacido en Chaco en 1929, Miguel Aguirre vino a los ocho años a vivir a Buenos Aires, a la casa de un tío. En la Escuela de Mecánica de la Armada se recibió de suboficial. A partir de entonces cumplió en la marina mercante su sueño de ser maquinista. Y así dio varias veces la vuelta al mundo.
Fanático del fútbol, Miguel, de 52 años, había ideado una sacrificada estrategia para poder ver completo, y sentado en su casa, el Mundial de 1982. "Para acumular francos, se embarcó durante ocho meses seguidos, en los que pasó por puertos de Rusia, Italia y Estados Unidos. Hasta que en marzo volvió a Buenos Aires", cuenta Sergio.
Pero el 2 de abril de 1982, Miguel escuchó por la radio la noticia sobre la recuperación de las islas. Entonces, sin avisarle a su mujer Ana María Spanghero, con quien llevaba 25 años de casado, ni a su hijo, se ofreció como voluntario. "Tomó esa decisión con el corazón, por el amor que sentía por su patria", explica Sergio.
Desde el centro, llamó por teléfono a Ana María para pedirle que lo ayudara a preparar una valija porque al día siguiente se iría a las Malvinas. Ella se quedó pasmada. Al mediodía, Sergio volvió a su casa y los dos almorzaron solos, en silencio. Al terminar, Ana María le preguntó desconcertada: "¿Qué es eso de las Malvinas?". La respuesta fue lacónica: "Me voy". Los esfuerzos por disuadirlo fracasaron. Ana María sabía bien que la mayoría de los hombres de su familia materna, de origen italiano, habían caído en las dos guerras mundiales.
Mientras Sergio, que ignoraba la decisión de su padre, estaba en el colegio, Miguel fue al aeropuerto de El Palomar para tomar un avión a las islas. Pero el vuelo se demoró y volvió a su casa a pasar la noche. Por esa circunstancia azarosa, Sergio tuvo la posibilidad de despedirse de su padre antes de que, al día siguiente, volara a las Malvinas.
"Yo no sabía que mi papá se iba a la guerra. Porque hasta ese momento aún no se habían registrado enfrentamientos -cuenta Sergio-. Pero el 1° de mayo los ingleses bombardearon Puerto Argentino y al día siguiente se produjo el hundimiento del General Belgrano. Ya no hubo vuelta atrás".
Pasiones compartidas
El 10 de mayo, el Isla de los Estados navegaba por el estrecho de San Carlos hacia Puerto Mitre, en la isla Gran Malvina. Entonces fue interceptado por la fragata Alacrity, que le disparó. "Estalló y en pocos minutos se hundió", explica Sergio. Del total de 25 tripulantes solo sobrevivieron dos.
Al día siguiente, Ana María escuchó en la radio que un buque argentino había sido atacado. No quiso saber más y apagó el aparato. Pero su esfuerzo por conjurar el presentimiento de una tragedia resultó inútil: pocos días después, tres oficiales de la Armada le informaron que Miguel estaba "desaparecido en acción", aunque se "presumía su fallecimiento".
En 1983 a Sergio le tocó hacer el servicio militar en la Armada. Pero a partir de entonces nunca más quiso tener contacto con el agua. Dejó de ir a piletas y a la playa. "Me di cuenta de grande, porque el rechazo que le tenía era inconsciente", cuenta. Hasta que en 2008 un amigo lo convenció para que hicieran juntos un curso de timonel. Desde entonces, Sergio se volvió un fanático de la navegación a vela. Recorre el Río de la Plata, corre regatas y, a veces, cruza a Colonia, en Uruguay, o llega hasta Brasil.
"La pasión por navegar la tenemos en nuestro ADN y en nuestra sangre", explica Sergio sobre esta atracción irresistible hacia el mar que comparte con Miguel.
"También siento que con la localización papá me mandó una invitación: para que lo vaya a visitar a las islas. Y también para que las conozca. Son tan grandes y tan lindas", dice Sergio. Y agrega: "Ahora tengo a dónde ir a verlo". Sin embargo, dice que aún le queda una deuda: llegar hasta el lugar del hundimiento del Isla de los Estados para dejar una flor a todos sus tripulantes.
Sergio, que es miembro de la Comisión de Familiares de Caídos en las Malvinas, recuerda que en Darwin aún quedan 32 cuerpos argentinos por identificar.
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