Malvinas: la conmovedora historia de la enfermera que le entregó a la madre de un soldado el último recuerdo de su hijo
Desde Chubut, a sus 81 años, Lidia Rebull viajó 2180 kilómetros hasta Resistencia, Chaco, por lo que a ella le parecía justo: que Rosa Giménez tuviera la chapa identificatoria de su hijo Ramón Omar Palavecino, un soldado de Malvinas que murió a los 20 años y fue reconocido como fallecido en 1982. En abril de ese año trabajó como enfermera en el Hospital Regional de Comodoro Rivadavia, donde llegaban los soldados heridos, y así le quedó la medalla, que guardó por casi cuatro décadas.
Siempre supo que quería devolverla. Le pertenecía a un soldado que había muerto en combate y sería, quizás, lo último que le quedaba a su familia de él. Lejos de la hipercomunicación y de la posibilidad de encontrar al círculo de Palavecino por Internet, conservó el recuerdo junto a muchos otros que le habían regalado los soldados en su paso por el hospital.
Es en un sobre de papel madera, adentro de un baúl de caña, de unos 40 centímetros por 30, donde convivieron un pasamontañas, cartas, un llavero del Buque Irizar, fotos y la chapita.
"Las cosas me quedaban porque los chicos, que llegaban tristes y heridos, se iban felices al momento del alta, aunque con el dolor de la guerra. Les emocionaba el hecho de volver a sus casas, entonces cuando les decíamos que ya podían irse, juntaban todo con emoción y siempre se olvidaban algo. Cuando deshacíamos las camas y limpiábamos las habitaciones aparecían las cosas que guardé como recuerdos. Muchas otras me las regalaban. Se creaba un vínculo y algunos me decían ‘mamá’ o ‘madrina’ ", cuenta Rebull.
Ella le dedicó todo su tiempo a la asistencia en el hospital y durante la guerra temía por su familia. Recuerda el día en que hubo una amenaza de bomba, tapiaron puertas y ventanas y pasaron la noche ahí adentro. Tuvo miedo, pensó en su hijo menor que por aquel entonces era pequeño. pero la tranquilizó saber que de haber un ataque sería en su lugar de trabajo y no en el resto de la ciudad.
Muchas veces Rebull postergó a su familia por su trabajo. Fue involuntario. La enfermería demanda entrega y lo supo desde que empezó a estudiar, de grande, casada y ya con dos hijas. "No me fue fácil, pero estoy cada vez más contenta de lo que hice", dice.
Hoy lleva 64 años junto a su marido - "con buenas y malas", cuenta y se ríe- es mamá de dos maestras jubiladas y de Oscar, que se lleva 18 años con sus hermanas. Tiene siete nietos y seis bisnietos. La medallita también fue importante para su familia, como todo lo relacionado a las Malvinas. La Guerra siempre fue tema de conversación, una de sus nietas le contó sobre el trabajo de su abuela a la maestra. "Qué orgullosa estarás de ella", le respondió.
Los soldados de Malvinas y sus compañeros de trabajo de aquella época fueron su otra familia. Estaba más de doce horas diarias en el hospital, comía ahí y a veces hasta pasaba la noche. La tristeza con los soldados era compartida. "Llegaban con miedo y angustiados, vivíamos con ellos, les dábamos mucho cariño", recuerda. "Los mirábamos y nos partía el alma. Una vez, mientras jugaba la Argentina durante el Mundial vi a uno de ellos sentado, distraído, con la mirada fija en una ventana. Le pregunté por qué no estaba con el resto mirando el partido y me respondió ‘porque todos nos tienen lástima’".
La entrega de la medalla
Con la ayuda de Santiago Altuna, un periodista de su ciudad, pudo reunirse con la madre de Palavecino y entregarle la medalla: "Ya no aguantaba más. Esperaba ese momento con ansiedad desde hacía años. Ahora tiene la última pertenencia de su hijo", dijo a LA NACION.
La entrega fue en un acto humilde, al sol, sin protocolo. Participaron el Ejército Argentino, a través de la IX Brigada Mecanizada y el Comando de la III Brigada de Monte, la familia de Palavecino y veteranos de guerra.
Volaron más de cinco horas y estuvieron en Resistencia sólo tres días. Pero sintió, después del encuentro con Giménez, que del Chaco se llevaba una amiga. "Me puse a llorar. Nos agarramos de la mano y así nos quedamos. Ahora tengo tranquilidad y paz, le agradezco a Dios haber podido devolver esa medallita a la mamá. La guardé intacta, no la limpié porque quería que ella la tuviera tal cual la había tenido el hijo", agregó.
Rosa Giménez pensó que no era cierto que 36 años después pudiera tener algo de Ramón, cuyo cuerpo está en Malvinas. Ella decidió dejarlo allá porque lo considera "un centinela de las islas". Prometió no olvidarse nunca del gesto de Rebull.
Un hospital estratégico
Comodoro Rivadavia está ubicada al sur de la provincia de Chubut. Por su proximidad al mar y su cercanía con las Islas Malvinas, el Hospital Regional de esa ciudad se convirtió con el correr de abril de 1982 en parte del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur.
Todo el personal fue convocado a trabajar más horas. Se reincorporaron médicos y enfermeros jubilados. Se suspendieron licencias y francos. Personal de administración, por ejemplo, fue preparado para identificar fallecidos y estudiantes de secundaria, para trasladar camillas con heridos.
Las instalaciones del hospital cambiaron sus funciones. La sala de partos se convirtió en quirófano y se sacaron muebles que no eran imprescindibles para multiplicar el número de camas. La capacidad era para doscientos pacientes, pero se duplicó con camas de reserva, reparadas y cuchetas que cedían petroleras y mueblerías. El 16 de junio, dos días después de finalizada la guerra, hubo un desembarco masivo y llegaron 297 heridos.
"Trabajar en el Hospital Regional era de terror. Ser enfermera en ese contexto fue duro, pero creo que Dios me preparó y dio fuerza para eso, dice Rebull.
De aquellos días le quedan el compañerismo y la solidaridad de la gente, la mirada grabada de algunos de los soldados y veinticuatro fotos que sacó a escondidas con su cámara de fotos analógica. Hoy, también el recuerdo y la grata sensación de haber cumplido con entregar una insignia de aquella guerra a la madre de uno de los tantos soldados que combatieron en Malvinas.
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