Malnutrición: el gran desafío que enfrentan las políticas sanitarias
En las últimas tres décadas, la globalización y la "occidentalización" de los hábitos alimentarios dieron lugar a la explosión de la obesidad y la malnutrición, la mayor epidemia conocida desde los tiempos en que la peste, el cólera, la gripe o el sida diezmaban poblaciones enteras en el mundo.
Si en el 99 por ciento de su existencia el hombre fue cazador-recolector, al acomodar sus procesos metabólicos a un fino balance de ingesta energética adecuada para compensar el alto gasto calórico, cómo podemos pensar que no iba a sufrir un enorme desbarajuste cuando esas condiciones se revirtieron, como hoy sucede en las sociedades modernas. Sin embargo, no todo es cuestión de cantidad, o más calorías que entran y menos que salen.
La mala calidad de nuestra alimentación (basada en productos ultraprocesados con mucha sal, exceso de grasas saturadas y trans, y azúcares refinados) contribuye al desarrollo de hipertensión arterial, obesidad, diabetes y aumento del colesterol, que, a su vez, dan cuenta de casi tres cuartos de los nuevos casos de enfermedades cardiovasculares.
En la Argentina, las enfermedades crónicas representan casi el 70 por ciento de las muertes y, de acuerdo con la última encuesta nacional, el 34% de los adultos tienen hipertensión, casi el 10% diabetes, el 21% obesidad, poco menos del 30% hipercolesterolemia, sólo el 5% de la población consume cinco porciones de fruta o verdura por día, como está recomendado, y más de la mitad hace poca actividad física. Sólo en los últimos 10 años se observó que aumentó la obesidad más del 40 por ciento.
No hay duda de que nuestras respuestas no pueden descansar sólo en tratar a los hipertensos, los diabéticos o los obesos, sino en evitar que aparezcan estas condiciones.
En este sentido, el Estado tiene una responsabilidad primordial. Por ejemplo: si se reduce dos gramos el consumo diario de sal, estimado en 13 gramos, es posible evitar unas 3000 muertes y 12.000 infartos o ACV por año en la Argentina. Pero, además, es necesario prevenir que las futuras generaciones de argentinos padezcan estos flagelos. Y, a juzgar por las alarmantes cifras de obesidad en niños y adolescentes que estamos viendo, esto es urgente.
Cambios necesarios
No es que la desnutrición haya desaparecido, pero reconozcamos que el principal problema nutricional hoy en la Argentina es la obesidad infantil.
Para contribuir a mejorar la calidad de la alimentación de los argentinos, el Estado puede legislar y regular el consumo de alimentos no saludables; establecer políticas fiscales para estimular el consumo de frutas y verduras, a la par de no incentivar el consumo de alimentos no saludables como las bebidas azucaradas; limitar la publicidad de alimentos ricos en azúcares, sodio y grasas en la vía pública o en horarios en que los niños y adolescentes ven televisión; asegurar la implementación de actividad física y quioscos saludables en las escuelas; establecer etiquetados que adviertan claramente sobre los efectos perjudiciales de algunos productos; disuadir opciones no saludables como la prohibición de la "cajita feliz" en cadenas de comidas rápidas, reducción del tamaño de las hamburguesas o medidas de bebidas azucaradas; retiro de los saleros de las mesas de los restaurantes, entre otras; o mejorar el acceso y la disponibilidad de frutas y verduras y facilitar la actividad física para transporte y recreación en los barrios. Es hora de que nos despertemos.
Si bien nuestro país ha desarrollado políticas públicas para mejorar la calidad de la alimentación, todavía hay una enorme cuenta pendiente que debemos saldar antes de que sea muy tarde.
El autor es el director general del Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria
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