Luna, la golden retriever que se anima a ser enfermera de los que más quiere
Más atenta que cualquier humano, marcó síntomas antes de que sus dueños los percibieran y se convirtió en la heroína de la casa
Verónica cree que Luna, su perra golden, es especial. O más que especial. Parientes, amigos y otros no tan conocidos ya están acostumbrados a sus aseveraciones. "Te juro que me entiende, sabe lo que me pasa. Con una mirada ya percibe lo que quiero, y yo lo que ella quiere decir", asegura. Vero es simpática, extrovertida y sumamente solidaria. Maestra de chicos especiales y colaboradora además de varias ONGs en las que da charlas a padres y despunta su placer amateur, cocinar tortas, masitas y facturas para hogares vulnerables.
Tiene 48 años y le da todo su amor a sus hijos postizos: alumnos, chicos del hogar y tres perros que viven con ella en Ramos Mejía, en una casa sin estridencias pero de enorme calidez.
Acostumbrada a ayudar a los demás desde muy joven, le costó poner la atención en ella cuando las alarmas sonaron de todos lados. "Mirando atrás digo, 'cómo no me di cuenta antes, fueron todas señales que desatendí', reconoce hoy, sentada en un sillón con Luna a sus pies. La golden la mira y pareciera darle la razón con esa mirada cansina.
Si los humanos no lo ven...
Los primeros síntomas no fueron propios, pero sí cercanos. Su hermano Lucas, tres años mayor, empezó a manifestar un decaimiento inusual. Corredor amateur, notaba que le costaba seguir el ritmo de sus entrenamientos habituales. Poco proclive a visitar médicos, asoció el decaimiento a la edad y la exigencia laboral. Pero fue Luna la que puso en alerta a Verónica cuando, en una visita de Lucas a su casa, la perra no le perdió pisada. Lo seguía a todas partes y apoyaba su cabeza insistentemente sobre su regazo. Durante los días siguientes, apenas comió y se mostraba inquieta, molesta. Verónica se lo comento a Lucas, quien compartía su amor con las mascotas, aunque no al extremo de su hermana. Por insistencia de Vero, finalmente concretó la postergada visita al clínico, quien tras una serie de análisis y estudios confirmó el triste diagnóstico: leucemia.
No era la primera vez que escuchaban la palabra. Lucas había padecido la terrible enfermedad de chico y había logrado salir adelante. Esta vez el fantasma amenazaba nuevamente, pero le darían lucha, sabían de qué se trataba. Superado el shock inicial, Vero puso nuevamente todo su ahínco en ayudar y acompañar a su hermano en el tratamiento, además de continuar con sus múltiples trabajos.
Con mamá, no
Fue Luna nuevamente quien la puso en alerta, esta vez con sí misma. "Recuerdo que la primera reacción de la perra fue mientras me estaba secando el pelo luego de una ducha. Vino al baño y empezó a lamerme la pierna, algo poco común en ella", rememora Verónica. Días mas tarde volvió a repetir la acción, en el mismo lugar, mientras su dueña estaba parada en la cocina. El tercer llamado de atención fue más firme: una leve pero clara mordida, que en otras circunstancias hubiese pasado por un simple juego entre ellas, pero no en pleno sueño de Vero, a las cuatro de la madrugada y, curiosamente, en el mismo lugar de su pierna derecha.
El ultimo intento fue claro, preciso e inequívoco: una mañana en la que Verónica salía apurada a acompañar a su hermano a una sesión al hospital, Luna literalmente le franqueó el paso y le mordió la pierna de tal forma que debieron suturarla en el centro de salud al que acudió por Lucas. Fue el médico que acompañaba a Lucas, el doctor Amena, quien descubrió un lunar de mal aspecto, justo en el punto en donde Luna había hincado sus poderosos dientes. A la semana siguiente, en control por la sutura, le comentó que quería hacerle una biopsia de ese sospechoso lunar.
El baldazo esta vez fue doble: cáncer de piel. "Me shockeó, pero en cierta forma lo presentía, por la forma de comportamiento de Luna. Yo, que me jactaba de conocer a mi perra más que a mí misma, no había prestado atención a sus señales", cuenta Vero. Dos operaciones fueron necesarias para eliminar todo riesgo de que el melanoma se expandiera, aunque los cuidados son de por vida.
Hoy, Lucas continua su tratamiento, con buenos pronósticos, aunque con enorme paciencias e incertidumbre. Verónica, por su parte, intenta aprender a fijarse más en sí misma, práctica que no le resulta sencilla. Pero es Luna quien descansa con placidez, como esa enfermera silenciosa a la espera de otra misión inesperada.
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