Luis Tula dice que piensa en el suicidio
En una entrevista con La Nación , en el penal, el sentenciado asegura que no se resigna a cumplir la pena de nueve años
SAN FERNANDO DEL VALLE DE CATAMARCA.- "O estás con Dios o hacés la de Yabrán. Pienso que no hay otra salida."
-No estará pensando en el suicidio...
-Tenés que ver lo que es a la noche acá, solo... Sí que lo pienso, a uno le pasan esas cosas por la cabeza.
El convicto Luis Tula, sentenciado a nueve años de prisión por la violación y el asesinato de María Soledad Morales, destila bronca cuando habla con La Nación . Receloso, mira de reojo a los guardias, que siguen por televisión el empate entre Sudáfrica y Dinamarca, y se cuida de no pronunciar exabruptos por temor a ser objeto de represalias por parte del tribunal que lo condenó.
Es la primera vez que habla con la prensa desde que el 27 de febrero último fue sentenciado e ingresó en el penal Julio Herrera, situado apenas a diez cuadras del centro de la ciudad.
El encuentro fortuito fue en la guardia de ingreso de la cárcel, una vez concluida una entrevista con Oscar Soria, el director del penal. Tula estaba hablando por el único teléfono público, con monedas, destinado a los presos. Terminó su conversación, sonrió y, esquivo, trató de no hablar, pero finalmente su enojo lo desbordó.
-¿Cómo se siente?
-Acá nunca se está bien. Tenés que estar preso entre violadores y asesino -respondió quien fue sentenciado como partícipe necesario en la violación y el asesinato de la adolescente catamarqueña.
Sigue peinando su jopo con secador, aunque acumula canas, que antes disimulaba con un prolijo teñido. Atildado como si fuera a tomar un café frente a la plaza en el centro de la ciudad, viste zapatillas Reebok blancas, un pantalón de jean marrón y un buzo de mangas largas, a rayas horizontales, como los viejos trajes de preso.
El 12 del mes actual se separó de Guillermo Luque, condenado, junto a él, a 21 años de prisión. "No coincidimos en cosas sustanciales, no tenemos la misma filosofía de vida", argumentó. Por eso pidió estar solo. Dejó el televisor y la heladera que compartía con Luque en una pieza con techo de chapa y piso de tierra y se mudó a otra similar, sin esas comodidades, a cinco metros de distancia. "Es que él es casado y tiene un hijo. Necesita verlo, estar con él. Y yo quiero estar solo para estudiar y tener mi privacidad." Tula dice que no tiene novia, aunque una chica joven, morocha, con cabello crespo, casi tan alta como él, lo visita todas las semanas y se presenta como su relación más estable, según fuentes del penal.
También recibe a sus amigos del exterior; "los pocos que quedan, porque algunos te abandonan", aclara. Intramuros, prefiere hablar con los guardias.
-Casi no tengo amigos acá -dice mientras estruja un atado de Marlboro.
-Pero los demás presos se acercan...
-Me asumo como un personaje público, es por eso -contesta, seducido por la dudosa fama que le dio ser uno de los sentenciados por el crimen de la adolescente catamarqueña.
Recibe muchas cartas, "sobre todo de estudiantes de Derecho" y de algunas chicas, más impresionadas por su imagen de delgado galán de novelón venezolano que por el dictamen que lo declaró culpable de un crimen aberrante.
No está dispuesto a soportar el fallo. "A Arnoldo Castillo (el gobernador) no le voy a cumplir esta condena. Ni a él ni a nadie. Yo me hago cargo de que salí con una menor de edad y de que tuve para con ella sentimientos de los que no voy a hablar públicamente. Yo me hago cargo y pongo los h... sobre la mesa, pero no estoy dispuesto a pagar el costo político."
Ya bien diferenciado de Luque, retruca: "Yo no tengo nada que ver con la política; en todo caso, Guillermo sí, pero a mí no me van a hacer caer por esto".
Los guardias le hacen señas. Su tiempo se acabó. Saluda y penetra en el pasillo que lo conduce hasta su pieza, cerrada con llave por las noches, donde cumple su condena. Aunque le pese.
La cárcel tiene un récord de evadidos
SAN FERNANDO DEL VALLE DE CATAMARCA (De un enviado especial).- El penal Julio Herrera, donde Guillermo Luque y Luis Tula llevan casi cuatro meses detenidos, es una cárcel abierta, donde un centenar de reclusos comparte pequeñas celdas con camas de cemento en dos pabellones.
Otros ocupan ranchitos con techos de chapa y cuartos, como Tula y Luque. Alejados del resto, eligen la soledad y prefieren no verse envueltos en peleas.
Un doble alambre artístico de 2,5 metros de alto protege parte del perímetro y el resto está rodeado por un muro de tres metros. Los detenidos deambulan por todos lados, la seguridad es mínima: tiene un récord de fugas.
La construcción principal, de unos 90 años, fue concebida como una cárcel de encausados y no un lugar para condenados, como Luque y Tula.
El director de la cárcel cuando ingresaron los presos era Julio Sánchez Reynoso; su amplio criterio para otorgar permisos de salida le costó el puesto.
Fue remplazado por Oscar Soria, a quien los presos acusan de tener mano dura. Se acabaron esas libertades.
"Cuando llegaba Sánchez Reynoso al penal había una fila de presos en la puerta esperando para irse. Eso no corre más. Las salidas son por casos excepcionales", explicó Soria.
Las salidas de los presos a veces duraban días y hasta meses. Como el caso de Ever Molina, que se fue de la cárcel un día y pasó casi un mes sin que se tuvieran noticias de él.
Cuando asumió, Soria le preguntó a Reynoso qué ocurría con el detenido, a lo que el ex director contestó: "Quedate tranquilo, ya te va llamar por teléfono". Cuando su caso salió en los diarios, el detenido regresó.
Un episodio similar le tocó a Carlos Avellaneda, el abogado de Tula, que un día fue parado por la calle por una persona que le preguntó si podía hacerse cargo de una causa penal. Pensando que el detenido era su hermano, lo invitó a su casa a hablar del tema, pero el hombre no lo pudo acompañar, porque en realidad el interesado era él mismo, que estaba deambulando por la ciudad en un día de salida laboral.