En una entrevista con BBC Mundo, el poeta repasa su obra y su vínculo con su cónyuge, la fallecida escritoria española Almudena Grandes
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Un año y tres meses fue el tiempo transcurrido entre el diagnóstico de cáncer de la conocida escritora española Almudena Grandes y su muerte.
Es también el título del último poemario de su viudo, el destacado escritor Luis García Montero. Escribiéndolo, le dijo a BBC Mundo, trató de entender y digerir lo que pasó entre el 20 de septiembre de 2020 en que se enteraron de la enfermedad y aquel fatídico 27 de noviembre de 2021.
La de Grandes y García Montero -actual director del Instituto Cervantes- es una historia de tres décadas en las que los autores no solo se amaron, sino que se enriquecieron mutuamente en el plano creativo. Una historia llena de huellas impresas en sus respectivo trabajos, tan dispares en géneros pero tan unidos por la dedicación intelectual y la sensibilidad política.
“A Luis, que entró en mi vida y cambió el argumento de esta novela. Y el argumento de mi vida”, escribió Grandes al inicio de “Atlas de geografía humana” (1998), inaugurando lo que se volvería una costumbre.
“A Almudena, también en la luz de los inviernos”; “A Almudena. Como siempre he vivido con los pies en las nubes, necesito el amor para poner las manos en la tierra”; “A Almudena, la única patria del peregrino”… siguió García Montero en cada una de sus colecciones de poemas.
“Un año y tres meses” es el último guiño de esa relación, una obra que ha sido descrita como “una conmovedora lección de duelo”, “un libro luctuoso y triste, pero al mismo tiempo lleno de luminosidad”, “uno de los mejores libros de amor de la literatura reciente”, “una tabla de salvación ante el naufragio”.
Ustedes, Almudena Grandes y tú, siempre se hicieron referencia en sus respectivas obras, que están llenas de dedicatorias entrelazadas. Este poemario también arranca con una cita de ella: “Mientras él pudiera lavarla, peinarla, acariciarla…”. ¿Es el último homenaje a tugran amor?
Cuando le detectaron la enfermedad, Almudena estaba escribiendo una novela sobre la pandemia, “Todo va a mejorar”.
La siguió escribiendo hasta el final, pero en vista de que no la podría acabar, me enseñó los apuntes que tenía, me dijo que por favor releyera con atención todo lo que llevaba escrito y me pidió que me hiciera cargo de las últimas páginas.
Quería que les diera un fin a los lectores, anunciándoles su petición y que supieran cómo quería ella que acabase el libro, que era dar un mensaje de esperanza. Quería que la novela acabara bien.
Almudena murió... Y como una pérdida de ese tipo deja la vida sin sentido, necesité acudir a la poesía, que es mi vocación y es lo que me da respuestas a mí mismo y a la vida desde que soy adolescente.
Así que empecé a escribir “Un año y tres meses” y al mismo tiempo a releer su novela, pensando en cumplir con su deseo.
En la novela hay una historia de amor fuerte donde la protagonista enferma, y en un momento determinado dice que va a resistir mientras él pueda cuidarla.
Al leer esa frase comprendí que en su texto también había meditación sobre ella misma y sobre lo que nos estaba pasando, y entendí que era la que debía poner de cita en el libro, para dedicárselo a ella y para seguir manteniendo nuestro diálogo literario.
Así que trabajaste paralelamente en terminar su novela y en escribir tu poemario. ¿Llegó ella a leer alguno de los poemas incluidos en “Un año y tres meses”?
No. En mi libro anterior, “No puede ser así (breve historia del mundo)”, de 2020, hay un poema escrito cuando nos dan la noticia de su cáncer. Ese sí lo leyó. Se lo leí como hacía cada vez que terminaba un poema.
Pero de “Un año y tres meses” no leyó ninguno.
Aunque muchos los escribí después de su muerte, hay alguno con el anuncio de la enfermedad y con ese proceso de esperanza y miedo, de ilusiones y malas noticias que la marcó. Podía haberle leído uno de esos, pero no me atreví, por algo que trato también en algún poema del libro.
Porque uno de sus temas fundamentales es la conciencia de que la construcción de un nosotros, ya sea socialmente o en una relación amorosa, tiene que ver con los cuidados más que con la prepotencia, con la conciencia de vulnerabilidad.
Eres un defensor de la vulnerabilidad. En varias ocasiones has dicho que es lo que nos define como personas capaces de amar.
Así es, y eso tiene también una dimensión tanto personal como social, porque un contrato social es la necesidad de cuidar y de ser cuidado, más que dominar y ser dominados.
Dentro de los cuidados caben muchas cosas, no solo acompañar al médico, a una sesión de quimioterapia, o de cuidar al enfermo en la enfermedad.
Por ejemplo, en la dialéctica de la esperanza y del miedo, uno aprende a cuidar: uno intenta que la otra persona no se desanime cuando uno está desanimado, o que no tenga miedo cuando uno tiene miedo.
Y me di cuenta de que no solo lo hacía yo con ella, sino que Almudena, cuando se mostraba optimista y muy esperanzada, lo que estaba intentando era cuidarnos, para que no nos sintiéramos mal por su desánimo, por su miedo, por la conciencia de la gravedad.
En ese sentido, yo, que cuando acababa un poema siempre lo compartía con ella -lo mismo que ella cuando acababa de escribir algo-, llevé estos poemas en secreto.
De hecho, dejar que el secreto entrara en la intimidad fue otra forma de seguir con los cuidados, para no contagiar las dudas, los miedos y ese diálogo con la verdad de quien no quiere engañarse.
Ya en el primer poema mencionas eso, cuando escribes “No es lo mismo un misterio que un secreto / pero los dos se mezclan: lo han aprendido ahora / nuestras conversaciones contenidas”.
Eso es. No es lo mismo.
La enfermedad se convierte en un misterio, porque aunque hay momentos de esperanza, de miedo, de resignación, de optimismo, uno no sabe exactamente cómo va a acabar.
Pero yo creo en el derecho a la esperanza. Me gusta repetir que hay mucha mucha mucha gente que supera la enfermedad.
En el proceso conocimos a muchas personas que salían de la consulta y decían: “Me acaban de decir que esto está superado” o “Me acaban de decir que no tengo que volver dentro de tres meses, sino en un año”. Muchos se nos acercaron diciendo “Yo pasé por lo mismo, tuve los mismos miedos, los mismos problemas, la misma relación con quien me cuidaba y he tenido suerte”.
El secreto es cuando uno prefiere callarse las cosas porque comprende que, si es sincero, puede contagiar el miedo al otro. O si uno intenta engañar, la mentira se va a notar. Y ese esfuerzo de paripé es también negativo.
“Nada quise más que tus cuidados”, escribes en otro poema. ¿Crees que fuiste un buen cuidador?
Almudena solía decir que el mejor premio para un escritor son sus lectores, más que cualquier reconocimiento oficial.
Y a mí, muchos lectores de este libro se me han acercado y me han contado historias que tienen que ver con la enfermedad y con los cuidados, enfermos que han sido cuidados por el otro y que han cuidado a quien los estaba cuidando.
En ese sentido, yo creo que fui un cuidador normal.
En las relaciones familiares es donde mejor se toma conciencia de que nos unimos y que construimos un nosotros para cuidar y para ser cuidados.
Y creo que la dimensión social de la vida se comprende bien cuando uno alcanza a entender de qué forma la política es una forma de sacar al espacio público lo que es normal en el amor.
Esto es, ese cuidar, ese hacer normas que ayuden a la convivencia, ese deseo de mantener una sanidad pública, el derecho a ser atendido, eso tiene que ver con la posibilidad de sacar el amor de la intimidad y de la vida privada a la vida pública.
El verso que me acabas de recordar es un verso que viene de Góngora, que lo utilizó un poeta de la posguerra española, Jaime Gil de Biedma, y que yo recojo.
Este es un libro muy personal y precisamente por eso está lleno de diálogos con la historia de la literatura. Porque el problema de escribir un libro muy personal es que se convierta es un desahogo biográfico.
Y la literatura no es una confesión, decir “qué bien estoy”, “qué mal estoy”, “qué enamorado estoy” o “qué desgracia he tenido”.
La literatura intenta trascender la biografía para convertirse en una meditación sobre la condición humana, que te ayude a comprender la vida, las cosas que nos definen como seres humanos. Y ahí la muerte tiene un papel muy importante.
Y yo he dialogado sobre ella con Jorge Manrique y las “Coplas a la muerte de su padre”, con el barroco, con Calderón de la Barca, con Quevedo, hasta con Rosalía de Castro o poetas mucho más contemporáneos, como el catalán Joan Margarit.
Lo he hecho para intentar ver de qué manera la historia del ser humano, a través de la poesía, podía ayudarme a comprender lo que me estaba pasando, que en ningún caso era una rareza individual.
Precisamente Joan Margarit hace referencia a uno de los versos que tal vez más impactan a quien lee tu poemario: “Comprendí el argumento de esta historia/ en la noche estrellada,/ una historia de amor,/ este año y tres meses, estos días finales que ya son,/ ahora, recordados,/ los más felices de mi vida”. ¿Pueden unos momentos de tanto dolor ser también los de mayor felicidad?
Joan, que era muy buen amigo nuestro, tuvo un cáncer en paralelo con Almudena, y tuvimos una relación muy muy estrecha. A él se lo diagnosticaron un poco antes que a ella.
Cuando supo que estaba agotándose su vida, se encerró en casa y escribió un libro, “Animal de bosque”, porque se sintió como el animal que, cuando está herido, se va a un rincón del bosque a morir tranquilamente.
Él se encerró con la gente que más quería, sus hijos, su mujer Mariona, desentendido de todo el ruido de la vida. Y decidió ponerse a pensar en las tres o cuatro cosas que él consideraba decisivas en lo que había sido su vida.
Y al final del libro reconoció que eso lo había hecho feliz, y acabó con ese verso que parece paradójico, pero que tiene mucha verdad: que al final su último año ya lo consideraba como uno de los más felices que había vivido.
Cuando yo estaba escribiendo los poemas después de la muerte de Almudena e intentando buscarle un sentido a lo que estaba pasando, encontrando una razón al vacío que sentía, comprendí que a mí me tocaba hacer lo mismo pero desde la otra orilla.
Bécquer, en un momento determinado, después de una desgracia, habla del muerto que queda en pie ( Y ella prosigue alegre su camino,/ feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué?/ Porque no brota sangre de la herida./ Porque el muerto está en pie ).
Cuando un nosotros se deshace porque uno de los dos muere, el otro es un muerto que queda en pie y que tiene que volver a la vida.
A mí me tocó coger el reto de Joan y ver si la persona que queda en pie, el que no muere, puede encontrarle un sentido a la vida, darle una razón.
Hay que tener en cuenta también que la enfermedad de Almudena sucedió durante la pandemia, cuando mucha gente murió sola y otra no pudo cuidar a la persona que estaba perdiendo, porque había un confinamiento muy duro en los hospitales, en las residencias.
Entonces, en primer lugar es valorar la suerte de poder cuidar. Y en segundo, valorar el sentido de la pérdida.
Si una pérdida te deja muy vacío y duele mucho, es porque uno ha tenido la suerte de vivir durante casi 30 años un amor importante. Porque también me podía haber muerto sin conocer el amor o conociendo un amor que acabara en barbaridad y en desgracia.
Y en ese contexto, en el recuerdo, yo también me atrevo a decir que fue el momento más feliz de mi vida.
¿Y has encontrado la manera de seguir en pie? O como escribiste en un tuit que después volviste poema, ¿has hallado la forma de seguir enamorado y empezar una vida nueva con el amor de siempre?
Sí. La muerte es una situación difícil que se va serenando, y el duelo más grave se convierte en memoria y uno convive con ella, dialoga con los recuerdos, que son una forma de consuelo.
Nosotros teníamos un gato que encontraron mis hijas en la calle y lo subieron a casa, porque decían que estaba abandonado y que había que alimentarlo.
Almudena se puso muy intransigente, diciendo que no, que viajábamos mucho y que no podíamos cuidar a un gato, que las niñas no se iban a hacer cargo.
Pero ellas, que conocían muy bien a su madre, lo llamaron Negrín. Porque era blanco y negro, pero también porque Negrín era el presidente de la República española que había muerto en el exilio.
Eligieron ese nombre porque sabían que así Almudena no iba a querer exiliarlo de la casa. Y el gato vivió con nosotros 16 años.
Estabas escribiendo y se te subía a las rodillas. Entrabas a ducharte y se metía al cuarto de baño y te miraba. Si estabas viendo la televisión, saltaba al sofá y se sentaba a tu lado.
Para quienes no somos religiosos ni creemos en la inmortalidad, la muerte en un momento determinado empieza a pasar de la pérdida y del aturdimiento a ese animal de compañía con el que te acostumbras a convivir.
Y uno entra a ducharse y de repente ve que en el perchero, en vez de dos toallas hay una. O se sienta a ver la televisión y nota que sobra la mitad del sofá porque está solo.
La muerte te va acercando al cuarto de baño, al sofá… Pasas por el pasillo de la casa y ves una habitación donde el ordenador estaba siempre encendido porque se escribía y ahora está apagado…
Se pasa del dolor desgarrador a la conciencia de la memoria, al seguir disfrutando del tiempo compartido, de la suerte tenida en la vida.
A partir de ahí, el muerto que sigue en pie, poco a poco, va encontrándole un sentido nuevo a sentirse con vida.
Por Leire Ventas
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