Lucila es Carrascosa
Lucila Frend eligió el momento justo e indicado para mostrarse en la televisión y gritar su inocencia. Habló pausado ante la maraña de periodistas apostadas en los Tribunales de San Isidro y se animó a derramar una lágrima. Hasta la llegada del juicio oral había optado por un silencio que la acorralaba. Una estrategia similar a la que utilizó Carlos Carrascosa cuando fue señalado por el crimen de su esposa. Primero reserva estricta, después detectó con avidez quién podía ser complaciente con las preguntas y entonces selló la exclusiva.
Los casos tienen aristas que se entrelazan y hacen que los lectores puedan completar una crónica sospechando que el texto podrá ser aplicado a cualquiera de los dos crímenes. La violencia ejercida, el enigma de la motivación (móvil), el misterio del asesino, las sospechas sobre el entorno de las víctimas y los cuestionamientos hacia la investigación son apenas algunos de los puntos donde las dos muertes se unen. Solange y María Marta fueron asesinadas de una manera similar. Si bien las armas utilizadas fue distintas, se puede pensar que los asesinos conocían la escena del crimen, sabían cómo moverse y a qué hora aplicar todo su sadismo. De eso no hay dudas.
Estas muertes rompen con el estereotipo de que los sucesos más sanguinarios y truculentos se cometen en las villas de emergencias como producto de un comportamiento marginal. Nada de eso. A María Marta García Belsunce la acribillaron de seis balazos dentro de un country . Vaya paradoja de la seguridad. A Solange, la muerte la encontró en su PH, primer morada de su proyecto de independencia, ubicado en uno de los municipios más controlados de la zona norte del conurbano, Vicente López. Mientras la mataban salvajemente, en la esquina un custodio de seguridad privada dormía placidamente con la radio de trasnoche.
En los dos casos hubo reiterados intentos de orientar las historias y emparentarlas con las miles de muertes que arrastra la inseguridad cotidiana. Pero no hubo caso. Nadie compró esas hipótesis. En el caso Grabenheimer se insistió con la teoría de los obreros de la construcción lindera. El fiscal Alejandro Guevara anotó esos datos en su libreta de investigador pero arribó a una conclusión: los albañiles no estaban el día del hecho. Es decir, nada se encontró al respecto. En el crimen de Belsunce se intentó una estrategia similar aunque con un gremio diferente. En este expediente se habló de un vecino problemático que lideraba una asociación delictiva con un grupo de guardias de seguridad. Todo fue una fantasía. Prueba de esto es que en ninguna de las dos escenas del crimen se encontró ni una mínima huella de los posibles ladrones. Ni un atisbo de inseguridad. No hubo puertas forzadas, ventanas rotas o ropa desordenada. Solange, la noche de su muerte portaba un lujoso Cartier en la muñeca que el "ladrón" nunca vio. En la casona de El Carmel, mientras los supuestos delincuentes entraban a robar, la perra "Paca" los contemplaba impávida desde la cocina. Nunca ladró.
Los delincuentes no matan con tanta efusividad. Y si lo hacen, cuando culminan su faena se roban todo lo que está a su alcance. Pero eso no pasó. Fueron seis balazos para María Marta y cuatro cuchillazos en el cuello para la joven Solange. Cuando la hipótesis de la inseguridad se esfumó -en los dos casos- se intentó con algo magnánimo. En el crimen del country se habló de narcotráfico, venta de órganos y lavado de dinero. En el caso Grabenhaimer se buscó en la misma dirección. Se apuntó a Roby, el padre de la víctima y sus supuestas relaciones con organizaciones delictivas. El fiscal investigó y descubrió que los más oscuro de este hombre eran los vidrios polarizados que coloca en su local de la zona de Warnes.
También detrás de estas muertes históricas no podía faltar el aspecto sexual. Se recorrió la intimidad de María Marta buscándole amantes y alguna supuesta relación homosexual. El morbo duró un tiempo. Por suerte breve. En el caso Solange se fue más lejos. La propia imputada tuvo que aclarar ante la televisión cuáles eran sus preferencias sexuales. "Me gustan los hombres y siempre me gustaron", dijo con tono apelativo como si el lesbianismo fuese un derivado de una conducta criminal.
Los dos crímenes dieron para mucho más. Hubo tiempo también de hacer mención a las características de la personalidad de los sospechosos. Carlos Carrascosa dejó de ser tal en los pensamientos del fiscal Diego Molina Pico para convertirse en el "gordo de amianto". Así lo llamó el funcionario judicial y hasta lo escribió en su elevación a juicio para revalorizar la frialdad con la cual se expresa este hombre al que le habían asesinado su compañera de toda la vida. También la tildaron de "fría" a la propia Lucila Frend. El novio de Solange, Santiago Abramovich, dijo en el juicio que le llamó la atención como tenía "la capacidad para pasar de la frialdad, de algo racional, al llanto". Algunos medios hicieron referencia a que su cara lo decía todo. Un disparate.
La opinión pública siempre se mostró dividida. Todos señalaron culpables e inocentes como si fuera un juego de mesa. Al igual que Carlos Carrascosa en primera instancia, Lucila Frend se benefició con un contundente fallo absolutorio. Los jueces ya dieron su versión. También lo hizo el fiscal Guevara en su alegato cuando dijo: "Lucila es Carrascosa". Todos hablaron pero los crímenes siguen impunes.