El boom por tocar el cielo en la Argentina comenzó hace 100 años, cuando se construyeron los primeros rascacielos; hoy, Puerto Madero concentra las construcciones de mayor altura
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La Reserva Ecológica, el Río de la Plata, la cancha de Boca, el microcentro, la Casa Rosada, el Congreso Nacional... Todo parece estar ahí nomás desde el piso 54 de la Alvear Tower, donde no hay edificios que se interpongan y donde se consigue la mejor vista de la ciudad. Ubicada en el corazón de Puerto Madero, comenzó a construirse en 2012 y quedó inaugurada en 2019. Se trata de un moderno edificio de viviendas, que es actualmente el más alto del país con 235 metros.
Construido por los arquitectos Pfeifer-Zurdo, su figura espigada y sus líneas curvas forman le dan identidad: “Es un edificio racionalista en el que se buscó profundizar en la calidad de la forma”, asegura Néstor Zakim, arquitecto patrimonialista.
Signos de las grandes urbes, los rascacielos forman parte del paisaje porteño: los cinco más altos de la Argentina están en ciudad de Buenos Aires. Además de la torre Alvear que encabeza el ranking, se encuentran: la torre Renoir II, finalizada en el 2015, que alcanza los 175 metros (Puerto Madero); la torre Cavia, la más alta del complejo Le Parc sobre la Av. Figueroa Alcorta, con 172,80 metros, finalizada en 2009 (Palermo); las Torres Mulieris de 161,40 metros, construidas en 2009 y 2010 (Puerto Madero) y el complejo de torres El Faro, de 2005, con 160 metros (Puerto Madero).
El Alvear Tower comenzó a construirse en 2012 y se inauguró en 2019, tiene 54 pisos y es un edificio de viviendas. “Tiene una cantidad de servicios que lo hacen único. De los 69.000 metros totales de construcción, 39.000 metros corresponden a departamentos y los otros 30.000 son cocheras y circulaciones y servicios comunes. El piso 54 es un salón de reuniones y bar para todos los que viven en el edificio más alto de Buenos Aires puedan acceder a sus increíbles vistas”, explica Andrés Kalwill, director de nuevos proyectos de Grupo Alvear.
De estilo moderno, fue levantado por los arquitectos Juan Pfeifer y Oscar Zurdo con el concepto de un hotel sin pasajeros. “Tiene todos los servicios que uno se pueda imaginar de un hotel, pero en un edificio de viviendas”, aclara Kalwill. Desde un spa con pileta climatizada in-out, un gimnasio con máquinas de última generación, sala de juegos para chicos, otra para adolescentes con un simulador de fórmula uno, peluquería, un simulador de golf, un microcine, salón de fiestas, un restaurante, servicio de catering, business center, entre otros.
Locos por la altura
En el país, el furor por la altura viene de los años 20 del siglo pasado, cuando se construyeron los primeros rascacielos que, en esa época, fueron los más altos del mundo fuera de los Estados Unidos. “Fue un fenómeno particular que nació de la mano de hombres que habían llegado como inmigrantes y se hicieron multimillonarios. La manera de demostrar su poderío era levantar los que fueron en ese momento los edificios más altos del mundo fuera de los Estados Unidos y Canadá”, explica Leonel Contreras, historiador en la Dirección General de Patrimonio, Museos y Casco Histórico de la ciudad de Buenos Aires.
La primera generación de rascacielos reflejaba un estilo clásico en las fachadas, eran construcciones con un gran contenido historicista. “Sus ornamentaciones hacían referencia a los estilos clásicos griegos e italiano u otros aferrados al academicismo. Repetían conceptos históricos en sus fachadas y en los aspectos destacados de sus interiores”, explica Zakim.
El primero fue el Palacio Barolo, el edificio de oficinas que levantó el arquitecto italiano Mario Palanti y que había sido encargado por el empresario textil y agropecuario Luis Barolo. “Con 100 metros de altura se inauguró el 7 de julio de 1923, era la construcción más alta de América Latina, y era el edificio de oficinas más alto del mundo fuera de Estados Unidos”, aclara Contretas, autor del libro Rascacielos Porteños (2006).
Cinco años después se terminaba el edificio Mihanovich —donde hasta hace algunos años funcionó el hotel Sofitel—, otro de los rascacielos de la época que mandó a construir Nicolás Mihanovich, de origen croata, quien tenía la empresa de navegación más importante del país de ese momento. El edificio de viviendas, que buscaba superar al Barolo en altura, fue encargado a Miguel y Maximiliano Bencich, pero por disposición municipal solo pudo alcanzar los 80 metros. El empresario naviero murió sin verlo concluido y luego fue adquirido por los Bencich.
Pero la competencia por alcanzar la mayor altura traspasó fronteras y alcanzó a toda América del Sur. Así, en el mismo año en que se levantaba el Mihanovich, en Uruguay finalizaba la construcción del Palacio Salvo, también obra de Palanti, con 95 metros de altura, que hasta el día de hoy es la marca edilicia de Montevideo. “Esto no queda ahí porque en 1929 se inaugura, en San Pablo, el edificio Martinelli, que se suma a la competencia y es el primer rascacielos de Brasil. Tenía unos 90 metros hasta la terraza, pero años más tarde alcanzó los 105,7 metros con la construcción de una casa en la azotea. El mismo año también concluyen las obras del edificio A noite, en Río de Janeiro, que llega en principio a los 95 metros y en 1930 le agregan dos plantas más y llega a los 102 metros”, sostiene Contreras.
Segunda generación
De la mano del modernismo, a partir de los años 30, surge una segunda generación de rascacielos que tiene como estandartes a los edificios Comega, Safico y Kavanagh, algunos de ellos todavía con destellos del art decó. “Esta segunda generación se diferenció de la primera por la simplificación de la forma: tenían aristas puras, limpiaban la fachada de ornamentación. La diferencia con la primera generación es notable. Fundamentalmente el Safico, y, de alguna manera el Kavanagh, tuvieron elementos del estilo art decó a pesar de su impronta modernista. El Comega fue el primer edificio modernista y se considera que los tres abren la etapa del futuro racionalismo con su simplificación de formas y las nuevas condiciones estructurales a las que se vieron afectados debido a la proliferación del hormigón armado”, explica Zakim, quien aclara que, anteriormente, las construcciones en altura utilizaban perfilería de hierro.
Con 85 metros y 21 pisos, el Comega se inaugura en 1933 como un edificio de oficinas e introduce la gran novedad que fue la confitería en el piso 19, frecuentada por quienes trabajaban en la zona. Unos meses después estuvo listo el Safico, con 92 metros, en este caso, un edificio de viviendas —que en la actualidad alberga oficinas— que sumó el confort de la calefacción.
“En 1936 se construye el Kavanagh, que se constituyó en el edificio de viviendas más alto del mundo fuera de Nueva York. Con 110 metros hasta la terraza llega a los 120 metros con el mástil y superó en altura al Barolo, que hasta entonces era el edificio más alto de la Argentina. Con esta construcción, Corina Kavanagh introduce un concepto nuevo que tiene que ver con que después de la crisis de económica del 30, en la Argentina había familias aristocráticas que no podían mantener los palacios, estancias y ella trae la idea del departamento de lujo que plasma con el Kavanagh. Hasta entonces, no se tenía la idea de que vivir en un departamento era lo mejor, pero ella logra cambiar esa visión y hasta el día de hoy conserva esas características”, advierte Contreras.
En esta carrera por alcanzar las nubes, el Kavanagh es superado en poco tiempo por algunas edificaciones en Brasil durante los años 40. Por ejemplo, el edificio de la Estación Central de Río de Janeiro, que llega a los 121,90 metros y se concluyó en 1943. Por otra parte, cuatro años después se inauguraba el edificio Banespa, en San Pablo, que superó los 161 metros.
En los años 60, el desarrollismo trajo a la ciudad nuevos edificios en altura, especialmente de oficinas. Uno de los más importantes de esa época, finalizado en 1957 fue el edificio Alas, de 42 plantas y 132 metros ubicado en Alem y Viamonte en el centro porteño. “Fue el primer edificio de Latinoamérica en tener más de 40 plantas, construido por el peronismo y terminado luego por la Revolución Libertadora, originalmente se iba a llamar ATLAS por las siglas de la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalizados”, explica Contreras.
Y asegura que este complejo incluía además un edificio que daba a la calle Bouchard donde funcionó la editorial oficialista durante el peronismo. “Se dice que Perón tenía un refugio debajo de este complejo. Finalmente, tras la caída de su gobierno, la Revolución Libertadora terminó la obra y se lo otorgó a la Secretaría de Aeronáutica y luego pasó a albergar viviendas de la fuerza aérea que tiene sede allí hasta el día de hoy. Se le cambió el nombre por el de Edificio Alas y durante veinte años también fue sede de Canal 7″, agrega.
Otro fenómeno particular que se dio en la década de los 70 es que los edificios más altos del país alternaban entre la city porteña y Mar Del Plata. “En 1970 es el auge de la clase media y de los departamentos en Mar Del Plata. Esta ciudad costera de playas, que no tenía la relevancia de las grandes capitales de Latinoamérica, llega a tener dos de los edificios más altos del país. De manera que, en esa época, las mayores alturas alternaban entre el Alas, el Elíades, el Kavanagh y el Cosmos. Es el auge de la clase media en la Argentina y el único momento en que se da eso”, recuerda Contreras.
De 1969, el Elíades, más conocido como edificio Havanna, tiene 40 plantas y 125 metros de altura, el otro gigante de “La Feliz”, que se metió en el ranking de los rascacielos, es el edificio Cosmos, de 119 metros.
Con vista al río
“Durante los 70 se produjo el desarrollo edilicio de Catalinas Norte, un gran conjunto de rascacielos que se completó hace poco tiempo con la venta de algunos terrenos sobre los que se construyeron nuevos edificios”, señala Zakim.
En 1989 aparece por ley el desarrollo de la zona de Puerto Madero y desde su planificación ya se consideraba la construcción de grandes núcleos de rascacielos. “Ahí encontramos hoy al edificio más alto de la Argentina, el Alvear Tower con su característica circularidad y unos 235 metros de altura”, agrega el arquitecto patrimonialista.
Otro rascacielos con vista al río —en este caso el Paraná— es el edificio Maui I, en Rosario, que se inauguró en 2013 y alcanza los 141 metros de altura, y está entre los más altos del país. La torre Maui II está en construcción y se espera que alcance la misma altura. Por otra parte, próximamente en la Ciudad, el ranking de los edificios más altos se verá alterado ya que en 2024 finalizará la obra de la Harbour Tower, un diseño del arquitecto Carlos Ott, que tendrá 198 metros de altura y 53 pisos, de manera que quedará como la segunda más alta de la Argentina después de la Alvear Tower.
Los más altos de la región
Sin embargo, con el correr de los años, nuestro país quedó rezagado en la carrera por las alturas. Entre 2000 y 2010 en América Latina hubo un auge de rascacielos. “Panamá arrasa con todo, le gana las tierras de la costa al océano y levanta una mole al lado de la otra. En esa década, entre los diez edificios más altos de América Latina, ocho estaban en Panamá”, asegura Contreras.
Actualmente, el más alto de la región está en Monterrey, México y es la Torre Obispado, que llega a 305,30 metros y se terminó en marzo de 2020; le ganó a la Gran Torre de Santiago de Chile por cinco metros. “Nunca se volvió a dar lo que sucedió en la Argentina en los años 20 y 30, cuando la gran mayoría de los edificios más altos del mundo fuera de los Estados Unidos estaban en Buenos Aires”, finaliza el historiador.
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