En una cortada de tres cuadras, hace veinte años intervino las fachadas de 40 casas; la obra continúa
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“Hice un nuevo Caminito”, afirma con orgullo Marino Santa María, el artista plástico de 72 años creador de la obra de arte público en el pasaje Lanín, en Barracas, al sur de la ciudad de Buenos Aires. En una cortada de tres cuadras, hace veinte años intervino las fachadas de 40 casas con pintura y mosaico veneciano, a partir de diseños propios y originales. La obra sigue en construcción, con un buen ritmo de trabajo en las últimas semanas. “Fue la primera intervención urbana a gran escala de este siglo hecha por un solo artista”, recuerda.
Referente nacional en el mosaiquismo, maestro de artistas, trabaja en el propio pasaje donde tiene un taller al que asisten alumnos interesados en formarse al lado de uno de los grandes creadores del país. En 2011, la Legislatura porteña lo nombró personalidad destacada de la cultura. “La obra le dio una nueva identidad al barrio. Quise romper con la tradición de una Barracas de tango, obrera, que yo no viví”, afirma. Para lograrlo apostó por fragmentar su obra en cada frente de las casas del pasaje.
“Creé un canal de color donde la obra empieza o termina con vos adentro”, explica Marino. El pasaje Lanín nace al 2100 de la calle Brandsen y termina al 2000 de la avenida Suárez. Inédito, sus calles adoquinadas presentan una colorida existencia: fachadas con curiosos diseños, abstractos, realizados con pintura y mosaicos, que vuelven a cada frente una obra única. “Quise comunicar de una manera distinta, masiva y de gran dimensión”, detalla. En esa búsqueda, caviló sobre cómo hacerlo. Un viaje a Bilbao, España, fue determinante.
“Visité el Museo Guggenheim y fue una señal”, sostiene Santa María. El inmenso y ecléctico museo contrasta con la fisonomía de la ciudad española. “Quiebra con la tradición arquitectónica del lugar”, dice. Regresó a Barracas y preparó una carpeta con los bocetos de su idea, cómo imaginaba las fachadas del pasaje, y lo presentó en la Legislatura. “La idea era quebrar con la tradición muralística mexicana”, confiesa. Esas obras que mostraban proletarios trabajando no tenían correlación con la realidad de Barracas a fines de los 90. “Todas las fábricas se habían ido”, reconoce. Al barrio, que supo ser una meca del trabajo y la actividad fabril, a fines de los 70 lo quebró en dos la autopista Frondizi y sufrió el éxodo de muchas empresas y de miles de familias.
Audaz, decidido y de profunda vinculación con la historia y la actualidad de su barrio, entendió el espíritu de su época. Barracas se había quebrado y “el país estaba es una pandemia económica. Esa fragmentación de mi obra en cada fachada, era la época que estábamos viviendo”, reafirma Marino.
La Legislatura porteña le aceptó el proyecto. Pero, ¿cómo iniciar una obra que necesita de los frentes de las casas de los vecinos para nacer? “El único antecedente real estaba cerca, Caminito, de Benito Quinquela Martín”, relata. La hermandad entre los dos grandes barrios del sur de la ciudad, La Boca y Barracas, no solo es geográfica, sino cultural. Explicó la idea a sus vecinos y 40 frentistas aceptaron. Así nació el pasaje Lanín de Marino Santa María.
Con 20 voluntarios trabajó desde 1999 hasta 2001, sin parar. Cada frentista tuvo opción de elegir un motivo. “Resolvelo vos”, fue la respuesta unánime. Aunque algunos pusieron condiciones; “por ejemplo, un vecino fanático de Boca me pidió que no incluyera el color rojo”, cuenta Marino. En la primera etapa, trabajó con colores. Luego llegarían los mosaicos venecianos.
El Gato Dumas y Pérez Celis
Un personaje icónico de los 90 lo acompañó desde el minuto cero: “Pintamos juntos con el Gato Dumas”, recuerda. La épica de transformar 40 frentes necesitó de muchos aliados. Conseguir tanta pintura, por ejemplo, fue un problema. Llegó la solución de la mano de un gran artista que tenía mucho vínculo con la zona sur. “Pérez Celis donó su sponsor, siempre se lo agradeceré”, detalla. Alba entregó la pintura.
El pasaje Lanín siempre tuvo identidad propia. Sus vecinos, acaso amparados por el caprichoso diseño de la cortada, tres calles entre otras callejuelas y entre dos grandes avenidas, funcionaron como una gran familia. “Siempre comíamos en la calle”, refiere Marino. Para explicar su idea y compartir su proyecto, realizó una de estas reuniones. “No había grieta en los 90. Se puede decir cualquier cosa de esa década, pero podíamos convivir”, reafirma.
La inauguración superó todas las expectativas. Las tres cuadras se llenaron de gente. Sucedió el 19 de abril de 2001. Hubo 19 medios de comunicación cubriendo la noticia y estuvieron las principales figuras del arte y la cultura de la ciudad. “Pasaban 2000 personas por día”, sostiene Marino. “Modificó la calidad de vida de los vecinos, el arte debe estar conectado con los ellos”, agrega. Con la única comparación en Caminito, “opté por revalorizar el espacio público”, conceptualiza Santa María. Veinte años después, el valor de las casas subió y el pasaje es una atracción cultural y turística. “Hice una intervención urbana consolidada. Ya no me pertenece. Es de la ciudad y de los vecinos, a mí me supera”, dice.
El proyecto de Marino no ha terminado. En 2005 le dio un giro, al introducir los mosaicos venecianos, y desde entonces persigue un objetivo: incluirlos en las fachadas de todas las casas. “Me gustaría poder terminarlo pronto”, sostiene. Para eso, todos los días continúa al frente de su obra, ayudado por voluntarios. El gobierno porteño siempre se ha mostrado muy receptivo a apoyarlo. Esta recta final hacia la consumación de su obra necesita de nuevos aportes.
Nacido en el propio pasaje Lanín, pasó su infancia en la casa donde hoy funciona su taller, donde da clases y trabaja. Su padre también fue artista. “Apabullante, trabajaba 15 horas por día. Dormía en el cuarto donde pintaba”, recuerda. No quería que su hijo fuera pintor, pero su madre a escondidas le daba dinero para estudiar Bellas Artes. Cursó en la escuela Manuel Belgrano y en la Prilidiano Pueyrredón, de la que llegó a ser rector. Fue uno de los creadores del Instituto Universitario Nacional del Arte, hoy Universidad Nacional de las Artes (UNA). Su infancia en el pasaje adoquinado tuvo mucho aire libre, jugar en la calle y casi una vida de pueblo a pocos minutos del Obelisco.
Como artista consagrado, sus obras se pueden ver también en las estaciones Las Heras y Plaza Italia de la línea D de subtes, el pasaje Discépolo, el Abasto, el Hospital Británico y la Bombonera, entre otros lugares.
“El pasaje Lanín, con la obra de Marino, tiene una importancia especial para una Barracas mutante tanto en lo urbano como en lo cultural”, afirma Graciela Puccia, directora del Archivo Histórico de Barracas. “No le fue fácil hacerlo, lo nuevo siempre despierta desconfianza. Pero, con tesón, el artista fue ganando voluntades hasta generar un pasaje donde el vecino comparte el arte como un lenguaje que lo inunda”, reflexiona. “Cambió la fisonomía de una parte de Barracas”, concluye.
“Refuerza una identidad histórica del barrio”, considera Shela Estévez, profesora de Historia de la vecina Escuela Normal N° 5. “El pasaje permite promover el vínculo entre los vecinos. De este lado de la autopista, es un barrio de casas bajas, de jóvenes y niños en las calles, el pasaje los vincula. Para las personas que viven en él, el arte en la calle tiene un carácter transformador”, describe.
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